
DAR TIEMPO A DIOS (Jn. 6)
Manuel Cantero Pérez S.I.
El capítulo 6 de San Juan es la promesa de
Luego da un paso más largo: “El Pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Y más claro y más llamativo todavía: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida; el que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá para siempre”.
Hasta ahí lo habían escuchado con mayor o menor comprensión de sus palabras, y con mayor o menor serenidad. Pero al legar aquí les repugna ya el discurso y les escandaliza. Y un grupo de discípulos que más habitualmente le acompañaban, expresan su desacuerdo: ¡Este lenguaje es insufrible! Y se apartan de Jesús y se van. Posiblemente Judas Iscariote, entre los apóstoles, no estaba muy lejos de la misma idea de rechazo, pues Juan no dice nada por decirlo. Y cuando el evangelista aprovecha esta ocasión para recordarnos que Jesús sabía bien quién lo iba a entregar, está dejándonos una referencia muy significativa. Y es que la trayectoria de Judas va dejando un reguero de situaciones que dan las claves de este hombre que nunca estuvo abiertamente del lado de Jesús.
Jesús sintió en el alma la defección de aquellos discípulos, incapaces de depositar su fe en Él. Y se fue a sus Doce, a sus apóstoles, a preguntarles con pena y casi con temor: -¿También vosotros queréis marcharos? Pedro ponía siempre el alma entera en sus respuestas, y se adelantó -como otras veces- a expresar lo que sentía: -¿Y adónde vamos a ir sin Ti, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?
Pedro podía no entender nada de aquello que había dicho Jesús de “comer su carne”, pero lo que a Pedro le valía es que lo había dicho Jesús. Y no había más que hablar. Eran “palabras de vida eterna”, y basta. Tocaría esperar, porque Jesús se explica a sí mismo (como cualquier parte del Evangelio, que lo que no se entiende hoy, se acaba comprendiendo mañana por el mismo desenvolvimiento del Evangelio).
Pasó un tiempo largo. Jesús llegará al final de su vida en
Si aquellos discípulos que en el desierto se habían escandalizado por la promesa de Jesús hubieran tenido fe en Jesús, la fe-confianza de la espera..., el fiarse del Maestro..., hoy estarían pudiendo comprender que lo que Jesús había prometido tenía una forma perfectamente asequible de entender .y vivir. Deberíamos decirlo así: si aquellos hubieran amado, no hubieran puesto en tela de juicio aquellos “extraños” anuncios de Jesús.
Lo definitivo de la fe es el amor. El amor a Dios, el amor a Cristo, el amor a
Cuanto más abierto y desprendido -pues- es el amor, menos lugar deja a la duda, la sospecha, la suspicacia y la crítica. Más inclinado se está siempre a aceptar a ojos ciegas.
¿No es así el amor humano verdadero? San Pablo lo describe como el que CREE sin límites, ESPERA sin límites, DISCULPA sin límites. Y parafraseando un poco, podemos decir: el amor y la fe nunca se debilitan, nunca se pasan.
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