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22 de julio de 2008

La casualidad no existe y la suerte tampoco

Lo ha dicho el Papa Benedicto XVI en estos días en Sidney (Australia), aunque no es nuevo para la Iglesia. El hombre no es un ser producto de la casualidad. Y los acontecimientos de nuestra vida no son producto de un azar o una suerte. Cuando las cosas van mal, tampoco son malas suertes. Todos esos son conceptos humanos que no tienen nada que ver con la verdad. Si tiro un huevo al suelo, y no se rompe, se puede decir humanamente que "por casualidad" no se rompió, o "que suerte" que no se rompió. Lo normal es que se rompa. Si no se rompe, es porque algo ha intervenido para evitarlo. Las causas pueden ser múltiples. La forma de caer al suelo, la fuerza con que cayó, la dureza de la cáscara, y otros factores. El hombre vive en estos días agitados, buscando la felicidad a toda costa, e inmersos en situaciones que generalmente vivimos todos, sin embargo, como con el huevo que no se rompió, nuestro destino no está en manos del azar, o de la suerte o de la casualidad. Nosotros no estamos en este mundo por casualidad. No vivimos por casualidad, ni es la suerte la que nos mantiene con vida. No enfermamos por casualidad, y no nos curamos por suerte. Hay factores que intervienen. Mientras unos mueren y no se salvan, otros viven y se salvan. Mientras unos salen adelante, otros no. ¿De que depende? Ni de la suerte, ni de la casualidad, porque no existen tales cosas, como ya digo. Dependen, de la razón de nuestra vida. ¿Y cual es esa razón? Esa razón es DIOS, un Padre que primero nos creó, nos dió la vida, y luego nos quiso hacer hijos suyos por el Bautismo, para que fuéramos nuevas criaturas en Cristo. Podemos negar que Dios es la razón de nuestra vida, y podemos acogernos a la suerte y a la casualidad como nuestros salvadores, pero pronto o más tarde sabremos cual es la verdad. Porque de Dios salimos, y en Dios vivimos, y por Dios existimos, y cuando El quiere, nos vamos de este mundo. No, cuando nosotros queremos. Y cuando el interviene nos sanamos. Y los médicos nos curan, pero hay médicos que también fallan. La diferencia es que por encima del médico, está DIOS. Dichoso el que confía en Dios, y le conoce.

El hombre es incapaz de mantenerse en este mundo más tiempo que el determinado por Dios. Y si sabemos que dependemos hasta tal punto de el, ¿cómo no darnos cuenta de esto? ¿Cómo no vivir en una continua acción de gracias? ¿Cómo no vivir, reconociendo que somos sólo criaturas, y que dependemos por encima de todo, de aquel que nos mantiene en esta vida? Yo no vivo con miedo, sino que admito mi pequeñez ante lo más grande, que es mi Padre creador y Salvador. Admito que le necesito. Admito que si le volviera la espalda, ya no sería feliz, y mi vida estaría en peligro de perderse eternamente. Si yo fuera consciente de las bendiciones que cada día recibo, y no me parara a darle las gracias por tan gran bondad y misericordia con su hijo adoptivo, entonces es como si estuviera vacío y mi vida fuera sólo la de un egoista centrado en sí mismo. Yo no quiero eso, ni para mi, ni para nadie. Si yo estuviera muy enfermo, y de repente sanara, y eso no cambiara mi vida, estaría con un serio problema de ceguera. Si observara como otros a mi alrededor están enfermos, y sanan repentinamente cuando no se esperaba tal cosa tan pronto, y no le diera las gracias a quién es el autor de la vida, sería una persona muy triste, sin esperanza ninguna.

¿Que decir más? Pues que yo no quiero que los demás hagan lo que yo quiera. Pero se que Dios quiere que las personas que no le conocen, le conozcan. Que los que le rehuyen, se acerquen. Que los que están enfermos, se acerquen para ser sanados, que los que están ciegos, se acerquen y obtendrán la vista, que los que están muertos, acudan a el, y resucitarán.

Deseo la Paz, y la felicidad para todos mis parientes de sangre, a los cuales amo, pero más que nada deseo que reconozcan que Dios es lo más grande de sus vidas.

Ni todas las fiestas del mundo, ni todo el dinero del mundo, ni todos los bienes materiales del mundo me darían más felicidad, que ver a mis seres queridos conociendo el Amor que Dios nos tiene, y con su Paz y su felicidad dentro de sus almas.

Somos como un cuerpo, por eso, cuando un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre, y cuando un miembro del cuerpo está bién, todos los miembros están bién y contentos.

El tiempo es corto. Vamos a aprovecharlo. Por Jesucristo nuestro Señor, que murió derramando su sangre gota a gota en la cruz, por nosotros, que no nos merecemos nada más que palos, porque somos malos.

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