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22 de julio de 2008

La casualidad no existe y la suerte tampoco

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Lo ha dicho el Papa Benedicto XVI en estos días en Sidney (Australia), aunque no es nuevo para la Iglesia. El hombre no es un ser producto de la casualidad. Y los acontecimientos de nuestra vida no son producto de un azar o una suerte. Cuando las cosas van mal, tampoco son malas suertes. Todos esos son conceptos humanos que no tienen nada que ver con la verdad. Si tiro un huevo al suelo, y no se rompe, se puede decir humanamente que "por casualidad" no se rompió, o "que suerte" que no se rompió. Lo normal es que se rompa. Si no se rompe, es porque algo ha intervenido para evitarlo. Las causas pueden ser múltiples. La forma de caer al suelo, la fuerza con que cayó, la dureza de la cáscara, y otros factores. El hombre vive en estos días agitados, buscando la felicidad a toda costa, e inmersos en situaciones que generalmente vivimos todos, sin embargo, como con el huevo que no se rompió, nuestro destino no está en manos del azar, o de la suerte o de la casualidad. Nosotros no estamos en este mundo por casualidad. No vivimos por casualidad, ni es la suerte la que nos mantiene con vida. No enfermamos por casualidad, y no nos curamos por suerte. Hay factores que intervienen. Mientras unos mueren y no se salvan, otros viven y se salvan. Mientras unos salen adelante, otros no. ¿De que depende? Ni de la suerte, ni de la casualidad, porque no existen tales cosas, como ya digo. Dependen, de la razón de nuestra vida. ¿Y cual es esa razón? Esa razón es DIOS, un Padre que primero nos creó, nos dió la vida, y luego nos quiso hacer hijos suyos por el Bautismo, para que fuéramos nuevas criaturas en Cristo. Podemos negar que Dios es la razón de nuestra vida, y podemos acogernos a la suerte y a la casualidad como nuestros salvadores, pero pronto o más tarde sabremos cual es la verdad. Porque de Dios salimos, y en Dios vivimos, y por Dios existimos, y cuando El quiere, nos vamos de este mundo. No, cuando nosotros queremos. Y cuando el interviene nos sanamos. Y los médicos nos curan, pero hay médicos que también fallan. La diferencia es que por encima del médico, está DIOS. Dichoso el que confía en Dios, y le conoce.

El hombre es incapaz de mantenerse en este mundo más tiempo que el determinado por Dios. Y si sabemos que dependemos hasta tal punto de el, ¿cómo no darnos cuenta de esto? ¿Cómo no vivir en una continua acción de gracias? ¿Cómo no vivir, reconociendo que somos sólo criaturas, y que dependemos por encima de todo, de aquel que nos mantiene en esta vida? Yo no vivo con miedo, sino que admito mi pequeñez ante lo más grande, que es mi Padre creador y Salvador. Admito que le necesito. Admito que si le volviera la espalda, ya no sería feliz, y mi vida estaría en peligro de perderse eternamente. Si yo fuera consciente de las bendiciones que cada día recibo, y no me parara a darle las gracias por tan gran bondad y misericordia con su hijo adoptivo, entonces es como si estuviera vacío y mi vida fuera sólo la de un egoista centrado en sí mismo. Yo no quiero eso, ni para mi, ni para nadie. Si yo estuviera muy enfermo, y de repente sanara, y eso no cambiara mi vida, estaría con un serio problema de ceguera. Si observara como otros a mi alrededor están enfermos, y sanan repentinamente cuando no se esperaba tal cosa tan pronto, y no le diera las gracias a quién es el autor de la vida, sería una persona muy triste, sin esperanza ninguna.

¿Que decir más? Pues que yo no quiero que los demás hagan lo que yo quiera. Pero se que Dios quiere que las personas que no le conocen, le conozcan. Que los que le rehuyen, se acerquen. Que los que están enfermos, se acerquen para ser sanados, que los que están ciegos, se acerquen y obtendrán la vista, que los que están muertos, acudan a el, y resucitarán.

Deseo la Paz, y la felicidad para todos mis parientes de sangre, a los cuales amo, pero más que nada deseo que reconozcan que Dios es lo más grande de sus vidas.

Ni todas las fiestas del mundo, ni todo el dinero del mundo, ni todos los bienes materiales del mundo me darían más felicidad, que ver a mis seres queridos conociendo el Amor que Dios nos tiene, y con su Paz y su felicidad dentro de sus almas.

Somos como un cuerpo, por eso, cuando un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre, y cuando un miembro del cuerpo está bién, todos los miembros están bién y contentos.

El tiempo es corto. Vamos a aprovecharlo. Por Jesucristo nuestro Señor, que murió derramando su sangre gota a gota en la cruz, por nosotros, que no nos merecemos nada más que palos, porque somos malos.

21 de julio de 2008

PAPIRO 46 SOBRE LAS CARTAS DE SAN PABLO - Año Paulino - Carlos Vargas Vidal (Veritas Prima)

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Espero que esta página sobre un papiro con las cartas del Apóstol Pablo te sea de utilidad. Por lo menos para acercarse un poco más a los textos muy antiguos; aunque no fueran los originales. ¡Y ya eso es fantástico!

http://www.lib.umich.edu/pap/exhibits/reading/Paul/

Saludos y bendiciones,

Carlos

"No se puede defender lo que no se ama,

y no se puede amar lo que no se conoce"

20 de julio de 2008

[libroscatolicos] El Poder del Rosario. Cap. 1

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EL ROSARIO Y MIGUEL ANGEL

Si alguna vez vas a Roma, uno de los lugares de interés que debes visitar es la Capilla Sixtina.. No hace mucho, un grupo de artistas japoneses quitaron el polvo y la tierra de siglos que oscurecían los grandiosos frescos de Miguel Ángel. Después de esta tarea de limpieza se puede apreciar el gran genio de Miguel Ángel.

En el muro justo arriba del altar principal en la capilla, Miguel Ángel pintó El Juicio final. Terminó esta pintura alrededor de 1541, mientras progresaban los Preparativos para uno de los concilios más grandes de la Iglesia: el Concilio de Trento de 1545.

Este Concilio iba a lanzar la Contrarreforma. Como se sabe, en 1517, Martín Lutero se había rebelado contra la Iglesia al negar ciertas doctrinas. Alrededor de 1530 dicha revuelta estaba en marcha y se habían iniciado los trabajos para la realización de un Concilio General.

Miguel Ángel era un hijo fervoroso de la Iglesia. Pintó el Juicio final para preparar a los clérigos de la iglesia para el Concilio. La pintura, en efecto, les decía a los Obispos y Cardenales del Consejo que más les valía tomar en serio lo que iban a hacer, Dios juzgaría cada una de sus palabras y acciones.

Miguel Ángel incorporó a su obra todas esas doctrinas que estaban siendo retadas por los reformadores protestantes en su pintura.

http://ar.groups.yahoo.com/group/libroscatolicos/

8 de julio de 2008

«Tu fe te ha salvado»

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Día litúrgico: Lunes XIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Tu fe te ha salvado»

Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a admirar dos magníficas manifestaciones de fe. Tan magníficas que merecieron conmover el corazón de Jesucristo y provocar -inmediatamente- su respuesta. ¡El Señor no se deja ganar en generosidad!

«Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá» (Mt 9,18). Casi podríamos decir que con fe firme "obligamos" a Dios. A Él le gusta esta especie de obligación. El otro testimonio de fe del Evangelio de hoy también es impresionante: «Con sólo tocar su manto, me salvaré» (Mt 9,22).

Se podría afirmar que Dios, incluso, se deja "manipular" de buen grado por nuestra buena fe. Lo que no admite es que le tentemos por desconfianza. Éste fue el caso de Zacarías, quien pidió una prueba al arcángel Gabriel: «Zacarías dijo al ángel: ‘¿En qué lo conoceré?’» (Lc 1,18). El Arcángel no se arredró ni un pelo: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios (...). Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Lc 1,19-20). Y así fue.

Es Él mismo quien quiere "obligarse" y "atarse" con nuestra fe: «Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). Él es nuestro Padre y no quiere negar nada de lo que conviene a sus hijos.

Pero es necesario manifestarle confiadamente nuestras peticiones; la confianza y connaturalidad con Dios requieren trato: para confiar en alguien le hemos de conocer; y para conocerle hay que tratarle. Así, «la fe hace brotar la oración, y la oración -en cuanto brota- alcanza la firmeza de la fe» (San Agustín). No olvidemos la alabanza que mereció Santa María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).

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6 de julio de 2008

LA CIENCIA NO PUEDE EXPLICAR A DIOS - Carlos Vargas Vidal (Veritas Prima)

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Super requetebueno car

los!!

Un abrazo

Gloria

Gracias, hermana, Gloria. Y me alegra tu reenvío. La gente, nuestros hermanos, tienen que saber que Dios no es un mito ni nada inventado como lo quieren hacer ver los que no quieren o no pueden ver. Te mando por ello, otro escrito. Este refuta a los “famosos” cientificistas. Por cierto, me hace gracia el título que pensaba ponerte: LA CIENCIA NO PUEDE EXPLICARNOS NADA SOBRE DIOS, ANDAN PEOR QUE NOSOTROS LOS CREYENTES.

Dios te bendiga, Carlos

Ante la ciencia: ¿existe Dios?
Fuente: Catholic.net
Autor: Salvador I. Reding Vidaña
Entre la ciencia y creer en Dios
¿Es Dios un invento del hombre, producto de su ignorancia, su miedo a las fuerzas de la naturaleza y a lo desconocido? Esto y cosas semejantes dicen ateos, no creyentes (a algunos gusta esta diferenciación) y los enemigos de la religión.
Preguntemos de otra manera, ¿por qué la gente de las diversas culturas humanas cree en la existencia de una o más deidades todopoderosas? ¿Por qué no se conforma con ir descubriendo las leyes de la naturaleza? Si la gente "inventa" o realmente descubre sistemáticamente un Dios, un ser todopoderoso, omnipresente, no es por miedo, sino al revés. La gente deduce la existencia de un ser semejante porque su conocimiento heredado y adquirido, no le dan ninguna otra explicación del mundo y de su ser humano espiritual.
Reconocer la existencia de Dios es producto de la razón, resultado de un proceso deductivo, es de estricta lógica y no de la imaginación, o de la ignorancia científica o de debilidades y miedos humanos. Por muchas razones también, el hombre descubre la trascendencia anímica sobre su muerte.
El hombre encuentra la respuesta a sus preguntas sobre el universo y la mente humana en la religión, después de que su conocimiento general y del llamado científico, no le dan respuesta a la existencia de ambas cosas. No la dan porque no la tienen. Las ciencias llamadas exactas, naturales, nos dan conocimiento de la realidad física y de las leyes que gobiernan al universo, pero no explican su origen o su por qué; no pueden, en cambio creer en Dios sí da esa respuesta.
La ciencia, así en general, -como usan el término quienes oponen el conocimiento científico a creer en Dios-, no es solamente limitada, sino que a través de los tiempos va cambiando sus enseñanzas, según se descubren tanto nuevas cosas como los errores en que habían caído sus creadores.
Así, la ciencia griega enseñó que había cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego; pero los científicos llegaron a descubrir muchos elementos de la materia, que el científico ruso Mendelejeff encuadró en su "tabla periódica de los elementos". Pero la misma ha sido enriquecida al descubrirse nuevos elementos.
La ciencia enseñó que la tierra es plana, que el sol gira alrededor de ella; hasta que nuevos científicos dedujeron que era al revés, como ahora sabemos "a ciencia cierta". Los científicos del siglo XIX afirmaban que había generación espontánea, pero Louis Pasteur, un científico creyente, demostró lo contrario. La ciencia enseñó que el átomo es indivisible -significado exacto del término. Ahora conocemos más y más elementos subatómicos.
La ciencia dice que la velocidad "terminal" es la de la luz, que nada puede moverse más rápido, pero otros lo ponen en duda; quizá en algunos años sepamos una nueva "verdad" científica al respecto. La duda es lo que ha llevado al hombre a adquirir nuevos conocimientos, cuando los de su entorno no responden a su raciocinio, y así descubre verdades antes ignoradas y/o rechazadas.
También el conocimiento mágico es superado por la racionalidad. La magia intenta explicar lo que no se entiende, pero sus intentos no son racionales, sino emocionales, y son tentativas (muy fructíferas, por cierto) de controlar voluntades ajenas, de crearse el mago, hechicero o brujo un halo de superioridad que infunde temor, respeto, veneración y dominio.
Cuando la ciencia, la magia y otros intentos de conocer la verdad del universo y de su origen, no responden a la sed de saber del hombre, de entender su entorno y sobre todo su propia persona, su ser, entonces, por racionamiento, deduce que debe haber alguien, un ser que tenga el poder de crear esa naturaleza, esas leyes que la humanidad aprende. Es entonces cuando deduce que Dios existe. Sí, creer en un Dios todopoderoso, omnipresente y creador, es producto de la deducción, no del miedo o debilidad mental. La gente temerosa prefiere no creer en nada, o saberse comprometida en responsabilidades con un Dios juzgador y exigente.
El gran centro de la creencia en Dios está en dos cosas básicamente: el origen del universo y el del espíritu humano, con toda su superioridad inmensa sobre otros seres vivientes. La ciencia enseña la realidad, pero no su origen, no puede, está fuera de sus fronteras; la teología sí, porque es su campo de conocimiento: Dios.
La ciencia no explica el espíritu humano, su inteligencia, su conciencia que distingue el bien del mal. Con la tecnología actual las ciencias: la anatomía, la fisiología, y otras, nos informan qué sucede en el cerebro humano cuando piensa, o tiene emociones, pero no nos dicen nada sobre la actividad inmaterial de la mente, sólo la del cerebro, la del sistema nervioso, es decir de las manifestaciones físicas de los procesos del sentir afectivo o del pensar, pero no sobre éstos en sí.
El ingenio humano, su creatividad, hacer poesía o música, y el arte en general, están fuera del ámbito científico; no son actos materiales, aunque para llevarlos a cabo el hombre utilice su cuerpo, son mentales. La afectividad humana no se comparte con los animales, cuyos "afectos" son instintivos; pero el hombre sobrepasa con creces sus instintos, como los de protección a la descendencia.
Las ciencias de la conducta intentan conocer las funciones de la mente humana, pero no explican el por qué de su existencia, sólo investigan su realidad, es todo. La mente humana, el espíritu del hombre, que están por encima del resto de los seres vivos, solamente tienen explicación cuando se deduce que fueron creados por "alguien", con ese poder y esa voluntad.
La ciencia es limitada, pero creer en Dios supera y resuelve muchas preguntas del hombre. Así, creer en Él no es resultado ni del miedo, ni de debilidades, sino de la razón. Ciencia y religión no se oponen, se complementan en el ser humano, y por eso las gentes de diversos tiempos y culturas encuentran en la existencia de la deidad todopoderosa la respuesta a sus preguntas; la respuesta: Dios existe.

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados

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Día litúrgico: Domingo XIV (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Comentario: P. Antoni Pou OSB (Monje de Montserrat, Cataluña, España)

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso»

Hoy, Jesús nos muestra dos realidades que le definen: que Él es quien conoce al Padre con toda la profundidad y que Él es «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). También podemos descubrir ahí dos actitudes necesarias para poder entender y vivir lo que Jesús nos ofrece: la sencillez y el deseo de acercarnos a Él.

A los sabios y entendidos frecuentemente les es difícil entrar en el misterio del Reino, porque no están abiertos a la novedad de la revelación divina; Dios no deja de manifestarse, pero ellos creen que ya lo saben todo y, por tanto, Dios ya no les puede sorprender. Los sencillos, en cambio, como los niños en sus mejores momentos, son receptivos, son como una esponja que absorbe el agua, tienen capacidad de sorpresa y de admiración. También hay excepciones, e incluso, hay expertos en ciencias humanas que pueden ser humildes por lo que al conocimiento de Dios se refiere.

En el Padre, Jesús encuentra su reposo, y su paz puede ser refugio para todos aquellos que han sido maleados por la vida: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Jesús es humilde, y la humildad es hermana de la sencillez. Cuando aprendamos a ser felices a través de la sencillez, entonces muchas complicaciones se deshacen, muchas necesidades desaparecen, y al fin podemos reposar. Jesús nos invita a seguirlo; no nos engaña: estar con Él es llevar su yugo, asumir la exigencia del amor. No se nos ahorrará el sufrimiento, pero su carga es ligera, porque nuestro sufrimiento no nos vendrá a causa de nuestro egoísmo, sino que sufriremos sólo lo que nos sea necesario y basta, por amor y con la ayuda del Espíritu. Además, no olvidemos, «las tribulaciones que se sufren por Dios quedan suavizadas por la esperanza» (San Efrén).

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3 de julio de 2008

«Señor mío y Dios mío»

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Día litúrgico: 3 de Julio: Santo Tomás, apóstol

Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Comentario: Rev. D. Joan Serra i Fontanet (Barcelona, España)

«Señor mío y Dios mío»

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de santo Tomás. El evangelista Juan, después de describir la aparición de Jesús, el mismo domingo de resurrección, nos dice que el apóstol Tomás no estaba allí, y cuando los Apóstoles —que habían visto al Señor— daban testimonio de ello, Tomás respondió: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25).

Jesús es bueno y va al encuentro de Tomás. Pasados ocho días, Jesús se aparece otra vez y dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20,27).

—Oh Jesús, ¡qué bueno eres! Si ves que alguna vez yo me aparto de ti, ven a mi encuentro, como fuiste al encuentro de Tomás.

La reacción de Tomás fueron estas palabras: «Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). ¡Qué bonitas son estas palabras de Tomás! Le dice “Señor” y “Dios”. Hace un acto de fe en la divinidad de Jesús. Al verle resucitado, ya no ve solamente al hombre Jesús, que estaba con los Apóstoles y comía con ellos, sino su Señor y su Dios.

Jesús le riñe y le dice que no sea incrédulo, sino creyente, y añade: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20,28). Nosotros no hemos visto a Cristo crucificado, ni a Cristo resucitado, ni se nos ha aparecido, pero somos felices porque creemos en este Jesucristo que ha muerto y ha resucitado por nosotros.

Por tanto, oremos: «Señor mío y Dios mío, quítame todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente a ti» (San Nicolás de Flüe).

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1 de julio de 2008

Testimonio de Rita Irasema

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“Vivo entregada a Jesucristo”
TUVO una infancia trotamundos de la que guarda un bonito recuerdo gracias al amor y a la libertad con que ella y sus hermanos fueron educados por sus padres. A pesar de todo, durante años Rita vivió agobiada por la duda del quién soy, de dónde vengo, adónde voy... Hasta que Dios, cuenta, le pegó un bofetón y le dijo: “¡Toma, a ver si así te enteras!”. Y se enteró, se enteró. En Medjugorje -su paso por el pueblecito bosnio da para otra entrevista- ya no hubo marcha atrás. Retirada hace años de la primera línea del espectáculo, hoy vive volcada con su escuela de música, que se llama Nuestra Señora de la Fuente del Fresno en honor a María, pues fue la Madr


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e -dice Rita- la que le llevó hasta el Hijo. Las coordenadas de la entrevistada nos las da Sonsoles Calavera.
-¿Qué pasó para que su vida cambiara como cambió?
-Que después de un sufrimiento espiritual de años grité que ya no podía más.
-¿Había dejado de creer?
-El problema no era ése, era que no sentía a Dios. Y eso, ya digo, me hacía mucho daño.
-¿Y ahora?
-Ahora sé que o estás con Él... o estás muy mal.
-Fuera de Dios, ¿qué hay?
-El gran peso, la enorme desazón de querer tenerlo todo salvo lo único que importa: Él.
-Así que Dios...
-Es la solución. Por eso vivo entregada a Jesucristo.
-¿Cómo se hace eso?
-Poniéndote en sus manos, dejando que sea Él quien se ocupe de todo, limitándote a seguir sus planes...
-Lo dice como si fuera fácil.
-Lo es. Mire, cuando uno decide llevar un camino de santidad, Dios pone a su alcance todo lo que necesite: los textos, las personas...
-¿Los textos? ¿Las personas?
-Sí, un día apareció en mi mesilla un libro de Alfonso María de Ligorio que había pertenecido a mi suegra; otro, hablé con un sacerdote... ¡y me comprendió! Y así, poquito a poco hasta que firmé un contrato con el Señor.
-Y empezó a ir a misa todos los días.
-Y a sufrir si no comulgaba.
-Y a rezar el rosario.
-Y el vía crucis.
-Y en su casa pensaron que se había vuelto loca.
-¡Qué va! Mi marido también cambió. Hoy me da gracias por haberle ayudado a comprender el valor de la misa, del rosario, de la oración.
-¿Y sus hijos? ¿Qué pensaron sus hijos?
-Aunque me entienden, dicen -y no les falta razón- que tienen que encontrar su camino, esperar su momento. Rezo mucho por ellos y por la salvación de todos los miembros de mi familia.
-¿Por qué más reza?
-Por nuestro Gobierno y por nuestro presidente.
-¿Para qué?
-Para que abandonen la cultura de la muerte, que una cosa es morir por accidente o por enfermedad y otra porque lo diga una ley.
-¿Cómo se reza por la conversión de un alma?
-En el diario de santa Faustina Kowalska hay una oración que, si se dice con fe y corazón contrito por un alma, Dios nos promete su conversión.
-Eso es de una misericordia tremenda.
-Imagínese, tengo una lista de personas...
-¿Lee el diario de Kowalska?
-Es, con la Biblia, mi manual de instrucciones.
-¿Qué más lee?
-El último libro ha sido Rome sweet home, de Scott y Kimberly Hahn, un matrimonio de protestantes conversos al catolicismo.
-¿No le da la impresión de que, en ocasiones, los conversos...?
-Tienen más presente el don de ser católicos. Sí, me da esa impresión.
-¿A qué cree que se debe?
-A que de niños somos bautizados, asistimos a catequesis, hacemos la primera comunión, nos confirmamos... y muchos nos quedamos en eso. Es más, nos permitimos hablar mal de la Iglesia, de los Papas, de los curas... Y, sin embargo...
-¿Sin embargo?
-¿Qué hacemos para conocer el catolicismo? ¿Acaso leemos la Biblia, las encíclicas? ¿Estudiamos el catecismo? Nuestra religión, que es la verdadera, es un tesoro. ¡Y no salimos a buscarlo!
-A lo mejor es que es difícil de encontrar.
-Le diré que basta con un rosario en la mano.
-De nuevo, la oración.
-Es que es la única forma de recibir sabiduría, de llegar a Él, de conocerle. Sin oración no podemos nada.
-¿Tiene la necesidad de hablar con Dios?
-Sí, es como una sensación dulce.
-¿Y de Dios? Lo digo porque lo hace con la misma soltura con que se ponía delante de una cámara.
-Es porque estoy enamorada de Él. Me río porque muchas veces le digo: “Te amo, te amo, te amo y, además, te quiero mucho”.
-¿Se siente correspondida?
-Hay una frase del Evangelio que me impresiona tremendamente: “Sabed que estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
-¿Por qué le impresiona?
-Porque es verdad: el Señor es el Señor, pero es también el gran amigo que siempre estará ahí.

Cristiano - Luz del mundo

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Los cristianos estamos llamados a ser sal y luz del mundo. El evangelio da plenitud a la vida del hombre. El Espíritu Santo nos capacita para ser portadores de luz en este mundo, para iluminar a aquellas personas que se cruzan en nuestra vida, porque sin Jesucristo en la vida, esta se vuelve oscura y con muchos tropiezos, porque en la oscuridad se tropieza inevitablemente.

El Apostolado seglar es la acción evangelizadora de los fieles laicos. Pero para evangelizar, primero hay que ser un cristiano coherente. Por ello el testimonio de vida cristiana, es necesario.

IMPLICARSE EN LA PARROQUIA

Es en la Parroquia donde el cristiano se reune en comunidad para celebrar, compartir y profundizar en la fe. Donde se obtienen las fuerzas necesarias para anunciar el evangelio y dar en el mundo testimonio de vida en Cristo, allá donde cada uno esté presente.

Cada uno debe aportar a la comunidad aquello, que en función de su propia vocación y carismas, pueda ser mas apropiado.

«Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza»

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Día litúrgico: Martes XIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

Comentario: Fray Lluc Torcal (Monje de Santa Mª de Poblet-Tarragona, España)

«Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza»

Hoy, Martes XIII del tiempo ordinario, la liturgia nos ofrece uno de los fragmentos más impresionantes de la vida pública del Señor. La escena presenta una gran vivacidad, contrastando radicalmente la actitud de los discípulos y la de Jesús. Podemos imaginarnos la agitación que reinó sobre la barca cuando «de pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas» (Mt 8,24), pero una agitación que no fue suficiente para despertar a Jesús, que dormía. ¡Tuvieron que ser los discípulos quienes en su desesperación despertaran al Maestro!: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mt 8,25).

El evangelista se sirve de todo este dramatismo para revelarnos el auténtico ser de Jesús. La tormenta no había perdido su furia y los discípulos continuaban llenos de agitación cuando el Señor, simplemente y tranquilamente, «se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26). De la Palabra increpatoria de Jesús siguió la calma, calma que no iba destinada sólo a realizarse en el agua agitada del cielo y del mar: la Palabra de Jesús se dirigía sobre todo a calmar los corazones temerosos de sus discípulos. «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8,26).

Los discípulos pasaron de la turbación y del miedo a la admiración propia de aquel que acaba de asistir a algo impensable hasta entonces. La sorpresa, la admiración, la maravilla de un cambio tan drástico en la situación que vivían despertó en ellos una pregunta central: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). ¿Quién es el que puede calmar las tormentas del cielo y de la tierra y, a la vez, las de los corazones de los hombres? Sólo quien «durmiendo como hombre en la barca, puede dar órdenes a los vientos y al mar como Dios» (Nicetas de Remesiana).

Cuando pensamos que la tierra se nos hunde, no olvidemos que nuestro Salvador es Dios mismo hecho hombre, el cual se nos acerca por la fe.

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