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25 de agosto de 2008

DIOS ESCUCHA AUNQUE PARECE QUE NO ESCUCHA

Enviado por Carlos Vargas, de Panamá.

Marta: esta explicación de La Palabra de este domingo, ayer, nos recuerda que Dios, Nuestro Señor, sabe cuándo, cómo y dónde responder a nuestras plegarias. Nadie puede, desde luego, decirle: “Porque te enviamos 10 o más (o menos) oraciones encadenadas, tu habrás de escucharnos”. Y, por supuesto, mucho menos pedir, exigir o suponer que se hagan realidad. La fe, como bien lo dijiste, hace milagros. Pero, los milagros los hace Dios cuando lo cree conveniente.

Es una casualidad que recibiera este correo en momentos en que se insiste en “querer obligar a Dios por medio de las oraciones en cadena”. Lo cual es absurdo (pero caben otras cosas que decir). La explicación es nada menos del Predicador de la Casa Pontificia. Tengo otro escritos del Padre Cantalemessa. El sabe mejor como explicar. Aunque, a veces, no pudiera parecer que se queda corto en explicaciones. Por ejemplo, aquí. A veces pedimos más de la cuenta. No solo estiércol. Y si a algunos “permite” ese más de la cuenta, es por la razones que EL sólo conoce.

Bueno, me alegro que te gustó el escrito. Lo envié a la Estrella de Panamá. Ya lo otros diario se contentan con lo que tienen. Y me alegra poderte mandar esta explicación bíblica que, en los términos apropiados, se conoce como exégesis bíblica.

Tu hermano,

Carlos

Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del próximo domingo.
XX domingo del tiempo ordinario
Isaías 56, 1.6-7; Romanos 11, 13-15.29-32; Mateo 15, 21-28

Una mujer cananea se puso a gritar

Si Jesús hubiera escuchado a la mujer cananea a la primera petición, sólo habría conseguido la liberación de la hija. Habría pasado la vida con menos problemas. Pero todo hubiera acabado en eso y al final madre e hija morirían sin dejar huella de sí. Sin embargo, de este modo su fe creció, se purificó, hasta arrancar de Jesús ese grito final de entusiasmo: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Desde aquel instante, constata el Evangelio, su hija quedó curada. Pero, ¿qué le sucedió durante su encuentro con Jesús? Un milagro mucho más grande que el de la curación de la hija. Aquella mujer se convirtió en una "creyente", una de las primeras creyentes procedentes del paganismo. Una pionera de la fe cristiana. Nuestra predecesora.
¡Cuánto nos enseña esta sencilla historia evangélica! Una de las causas más profundas de sufrimiento para un creyente son las oraciones no escuchadas. Hemos rezado por algo durante semanas, meses y quizá años. Pero nada. Dios parecía sordo. La mujer Cananea se presenta siempre como maestra de perseverancia y oración.


Quien observara el comportamiento y las palabras que Jesús dirigió a aquella pobre mujer que sufría, podía pensar que se trataba de insensibilidad y dureza de corazón. ¿Cómo se puede tratar así a una madre afligida? Pero ahora sabemos lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Sufría al presentar sus rechazos, trepidaba ante el riesgo de que ella se cansara y desistiera. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. De hecho, para Dios también existe la incógnita de la libertad humana, que hace nacer en él la esperanza. Jesús esperó, por eso, al final, manifiesta tanta alegría. Es como si hubiera vencido junto a la otra persona.
Dios, por tanto, escucha incluso cuando... no escucha. En él, la falta de escucha es ya una manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca, que el objeto de nuestra oración se leve; que de lo material pasemos a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, de los pequeño a lo grande. De este modo, puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en un primer momento.


Con frecuencia, cuando nos ponemos en oración, nos parecemos a ese campesino del que habla un antiguo autor espiritual. Ha recibido la noticia de que será recibido en persona por el rey. Es la oportunidad de su vida: podrá presentarle con sus mismas palabras su petición, pedirle lo que quiere, seguro de que le será concedido. Llega el día, y el buen hombre, emocionadísimo, llega ante la presencia del rey y, ¿qué le pide? ¡Un quintal de estiércol para sus campos! Era lo máximo en que había logrado pensar. A veces nosotros nos comportamos con Dios de la misma manera. Lo que le pedimos comparado a lo que podríamos pedirle no es más que un quintal de estiércol, nimiedades que sirven de muy poco, es más, que a veces incluso pueden volverse contra nosotros.


San Agustín era un gran admirador de la Cananea. Aquella mujer le recordaba a su madre, Mónica. También ella había seguido al Señor durante años, pidiéndole la conversión de su hijo. No se había desalentado por ningún rechazo. Había seguido al hijo hasta Italia, hasta Milán, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de sus discursos, recuerda las palabras de Cristo: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; tocad y se os abrirá", y termina diciendo: "Así hizo la Cananea: pidió, buscó, tocó a la puerta y recibió". Hagamos nosotros también lo mismo y también se nos abrirá.

"No se puede defender lo que no se ama,

y no se puede amar lo que no se conoce"

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