El Padre Damián DeVeuster
entregó completamente su vida al servicio de los leprosos, en la isla de
Molokai. Los alimentó, les construyó casas, les enseñó, les aconsejó y les
fabricó ataúdes cuando morían.
Después
de doce años de entrega total, subió al altar, como todos los domingos, un día
de Junio de 1885, para celebrar la misa de los leprosos. Al comenzar la homilía
en lugar de decir, como siempre: “Mis queridos hermanos”, comenzó así:
“Nosotros, los leprosos…”
Fue
su manera de informarles de que él iba a compartir totalmente con ellos su
aflicción. Vivió cuatro años más, trabajando por ellos y defendiendo sus
derechos ante el gobierno, hasta que le llegó la hora de la muerte. Su
incondicional solidaridad con el “desecho" de la sociedad, constituyó un
formidable ejemplo para todo el mundo.
Del médico no tienen necesidad los sanos,
sino
los enfermos.
Lucas
5, 31
Fuente: En casa con Dios. Hedwig Lewis, S.J.
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