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9 de abril de 2012

LA HISTORIA DEL LEGIONARIO IVAN CASTRO Y SU DEVOCION AL SAGRADO CORAZON Y AL CRISTO DE LA BUENA MUERTE




Iván es un joven casi como otro cualquiera. Vive en un pequeño pueblo de Jaén, es seguidor del Real Madrid («como no podía ser de otra manera»), le gusta correr y jugar al fútbol de vez en cuando, estar con su familia y sobre todo con su mujer Antonia, que está a punto de dar a luz. Iván es «casi» como cualquier otro joven. La diferencia con la mayoría de los que como él tienen 24 años es que es legionario hasta la médula y que el pasado 7 de marzo recibió un disparo cuando combatía con un grupo de talibanes en Afganistán. 

El legionario Iván Castro Canovaca, es un tipo alegre, extrovertido. Incluso duda entre bromas si contestar a un paracaidista de honor, fiel al «pique» entre «paracas» y «legías». Pero accede entre «vaciles». Cuando habla de su vida sin uniforme suele acabar con una broma y una risa. Pero cuando habla de la Legión, de su vocación y su misión se pone serio, es parco en palabras, y contundente. Tiene clarísimo todo cuanto supone ser legionario; cristalinas sus servidumbres: España, el Tercio, sus compañeros, su credo y su fe; y tiene una humildad aplastante, la misma que hace que los soldados españoles como él sean tan grandes sin darse cuenta.

Aquel 7 de marzo su sección fue sorprendida por un ataque talibán. Una bala impactó en el inicio de su clavícula, cerca del cuello, atravesó los dos pulmones, rozó la aorta y se alojó bajo su axila izquierda. Él, antes de salir de patrulla, había colocado en su chaleco, en el velcro donde pone el nombre, un «Detente bala», una pequeña imagen del Cristo de la Buena Muerte por un lado y del Sagrado Corazón por el otro. «Parece que hizo efecto, porque la trayectoria de la bala ha sido increíble», dice. 



De hecho, los doctores que le atendieron aseguran que debería haber fallecido en los diez primeros minutos después del impacto. «Ha sido un milagro», enfatiza. Gracias al «Detente» y al sargento José Moreno Ramos, que corrió 40 metros bajo fuego enemigo para taponar su herida, Iván se recupera hoy de sus heridas en su pueblo. «Me duele aún un poco el pulmón derecho, pero el izquierdo ya está bien», asegura. Él estaba a cargo de la ametralladora. La bala le impactó en los primeros segundos de combate y dice que «al principio no sentí nada, luego un poco de frío en el pecho y la espalda y más tarde no notaba los pies». Pero en esos momentos iniciales lo primero que pensó fue «en seguir combatiendo». De hecho, se incorporó y trató de recuperar la ametralladora. Su binomio, su compañero, le advirtió de que le habían alcanzado, así que se volvió a sentar y sacó un cigarrillo. «Yo estaba tranquilo, no sentí miedo». La adrenalina del combate y la preparación que llevan a sus espaldas sólo le permitían pensar en su misión. Igual que cuando su teniente Ramón Prieto le dijo que no se preocupara, que se volvía a casa a ver nacer a su hija, él contestó que lo único que quería era seguir en su puesto.

Su sargento le puso a salvo y sus compañeros se esforzaron hasta el límite para despachar a los talibanes y que él fuera evacuado en helicóptero. «Cuando me ví en manos de los médicos sabía que no iba a pasar nada, estaba muy tranquilo», recuerda. Hasta que no llegó al hospital norteamericano, al sur, no llamó a su mujer para decirle que «me habían rozado en un brazo, no quería preocuparla». Cuando llegó a Mures, su pueblo, se volcaron y lo recibieron entre cientos de preguntas sobre cómo estaba, cómo había pasado eso, cómo era Afganistán. Él contestaba con paciencia y sencillez. No se siente especial, no cree que sea un héroe, al fin y al cabo, subraya, «lo nuestro es combatir, nosotros damos la vida por España».

Aunque no lo quiera, «el Canovaca» se ha convertido casi en una leyenda. Su comportamiento de aquel día llegó a nuestro país inmediatamente entre la admiración de propios y extraños, pero él insiste en que «cualquier legionario hubiera hecho lo que hice yo, los buenos de verdad fueron mis compañeros que tuvieron un comportamiento majestuoso». ¿Y ahora qué? «Yo me volvía mañana a Afganistán, a Ludina», donde recibió el disparo, «es la vocación, que tira, el deseo de servir». La salud por ahora no se lo permite, así que por el momento, mientras espera a ser padre, se irá el Jueves Santo a Málaga a ver al Cristo de Mena, al de la Buena Muerte, para darle las gracias, entre otras cosas, «porque me tocó a mí y no a mi binomio». Tan normal como relata aquel momento en el que esquivó a la muerte se despide con un «pueh nada» tan andaluz como sencillo y un muchas gracias, quizá sin ser consciente de que el agradecimiento es nuestro, de los españoles, a alguien como él. Un héroe, lo quiera o no.

Antes de la entronación del Cristo de la Buena Muerte el pasado jueves santo 5 de abril de 2012 en Malaga, tuvo lugar uno de los momentos más emotivos del acto. Iván Castro, legionario tiroteado y herido gravemente durante una misión en Afganistán, estuvo presente en el traslado, ya totalmente recuperado, donde la congregación le impuso su medalla.

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