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16 de abril de 2012

Carta a los laicos y sacerdotes católicos: Acerca de la Obediencia al Papa

Queridos hermanos:

Yo, Francisco Javier, bautizado en la Iglesia de Jesucristo, confirmado en la fe de la Iglesia, y en cumplimiento de mis obligaciones como hijo de la Iglesia os ruego que os defendáis en estos últimos tiempos de aquellos que sean desobedientes y sembradores de discordias en el seno de la Iglesia, sabiendo que tal cosa no es la voluntad de Dios. Porque Dios es Paz y los creyentes en Cristo, como la primera comunidad cristiana deben estar unidos en todo. Por eso, yo me regocijo como católico de estar firme en la fe y unánime con el Obispo de Roma, el Papa, sucesor del Apóstol Pedro.

Os prevengo contra todo aquel que levante su voz en contra del Papa, o que siembre en vuestros corazones la mala semilla de las dudas y las confusiones, las cuales no vienen de Dios, sino del enemigo de las almas, el diablo. ¡No les escuchéis!.

He sabido que existen malos sentimientos hacia la figura del Papa, da igual el nombre. En todos los momentos de la historia, es lo mismo. Porque el pecado siempre es el mismo. Sacerdotes que en vez de  ser humildes y fieles a la Iglesia, como nos ha sido enseñado por los Apóstoles de Cristo, se rebelan de forma encubierta a veces, y de forma pública y notoria, otras. Cuando veáis a un consagrado que no hable bien en alguna cosa del Obispo de Roma, el Papa, no le escuchéis, y desechad sus palabras como creadoras de discordias y destructoras de la paz que debería existir entre los hijos de Dios.

No os engañéis, queridos hermanos, el Sacerdote es un hombre pecador como todos, y ya sabemos lo que dice el Señor, acerca de los que se rebelan. Y tu, querido hermano en Cristo, que no eres sacerdote ordenado, recuerda que por Cristo, participas en el sacerdocio común de todos los fieles. No dejes que la semilla de estas discordias y venenos peligrosos, penetre en tu alma.

Oremos al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y subió al cielo, para que nos libre de caer en las astucias del diablo, y mantengámonos unánimes y humildes, obedientes. No tengamos pretensiones más elevadas que las de amar al prójimo, no nos hagamos sabios en nuestra propia opinión, pretendiendo ser maestros por encima de maestros.

Doy gracias a Dios por el Papa Juan Pablo II, en cuyo pontificado nos vino el reconocimiento de Santa Faustina Kowalska y por el regalo de la fiesta de la Divina Misericordia, cuyo día celebramos ayer otra vez, al igual que cada año desde 2001. Cuidaos de todo aquel que hable mal de esto, pues hacer una Fiesta de la Misericordia de Dios, haciendo énfasis es bueno, y viene de Dios.

Os saludo, en el nombre de Cristo, yo el más pequeño de todos vosotros.

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