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18 de diciembre de 2014

Beato Clemente Marchisio, presbítero y fundador


¦ Beato Clemente Marchisio, presbítero y fundador ¦

? Clemente Marchisio nace el 1 de marzo de 1833 en  Raconnigi, pequeña ciudad de la región de Turín. A la edad  de 16 años, Clemente Marchisio es revestido con el hábito  eclesiástico, al que será siempre fiel. Es ordenado sacerdote el  21 de septiembre de 1856.
Los comienzos del  ministerio parroquial de don Marchisio se desarrollan serenamente en una  pequeña ciudad cuya población se revela ferviente. Durante la Misa  reparte cada día unas 400 comuniones, pero ese apostolado fácil  no dura mucho.

? En 1860 es nombrado párroco de Rivalba  Torinese, comarca violentamente anticlerical a la que llaman «guarida del  diablo». Como Jesucristo, quiere ser un "buen Pastor" para sus  ovejas. Su deseo más profundo es salvarlas y, mediante ello,  salvarse a sí mismo. El sermón inicial que dirige a  sus parroquianos expone un programa eminentemente sacerdotal: «Os debo buen  ejemplo, les dice, así como instrucción, mis servicios y a  mí mismo por entero. Si resulta necesario, debo incluso sacrificarme  por vuestras almas. Mi primer deber es dar buen ejemplo.  Como pastor, debo ser la luz del mundo y la  sal de la tierra, lo que me obliga a todas  las virtudes... Debo honrar mi ministerio mediante una vida santa  e irreprochable, y vosotros debéis honrar, respetar e imitar mi  ministerio. Pero ese honor y ese respeto no lo debéis  a mi persona, sino a mi ministerio, pues en mis  manos tengo poderes que nunca tendrán ni los ángeles del  Cielo ni los reyes de la tierra. Puedo reconciliaros con  Dios, reparar vuestros pecados, abriros el manantial de la gracia  y la puerta del Cielo, consagrar la Eucaristía y hacer  que Jesús, nuestro Salvador, se instale en medio de vosotros.  Debéis considerarme como el enviado de Dios para conduciros al  Cielo... El segundo de mis deberes es instruiros: catequizar a  los niños, enseñar a los ignorantes, incluso a aquellos que  no frecuentan la Iglesia, aconsejar a los padres y madres  de familia y exhortar a los jóvenes. Y si se  presenta algún vicio, no tendré más remedio que levantar la  voz. ¡Qué desgracia para mí si no dijera claramente la  verdad!... En tercer lugar, me debo por entero a vosotros,  como Jesús que dijo: El Hijo del hombre no ha  venido a ser servido, sino a servir y a dar  su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Debo  dedicaros mis vigilias, mis cuidados, mis fatigas, en cualquier momento,  tanto de día como de noche, a pesar de la  distancia, del calor o del frío, a fin de procuraros  mis auxilios... A mis servicios añadiré mi oración, pues fue  gracias a ella como San Pablo convirtió tantas almas...»

? Don Marchisio empieza catequizando a los niños,  que escuchan con agrado a ese sacerdote de palabra sencilla,  clara y animada. Pero en el púlpito, imitando al párroco  de Ars, predica con vehemencia contra las blasfemias, la falta  de respeto por el domingo y la depravación de las  costumbres: «Sabedlo de una vez por todas, dice al auditorio:  no he venido aquí para agradaros, sino para deciros la  verdad y convertiros». Pero no siempre es agradable escuchar la  verdad. Así pues, los que se sienten ofendidos por aquellos  vigorosos sermones intentarán que el párroco se calle haciéndole la  vida imposible. Nada más acabar la lectura del Evangelio, los  hombres esbozan una señal de la cruz y abandonan la  iglesia. "En bien de la paz", sus esposas los imitan,  y los jóvenes, tanto chicos como chicas, se apresuran a  hacer lo mismo. El predicador se encuentra entonces ante un  auditorio de algunas ancianas sordas y de niños. Más adelante,  el ataque adquiere mayor magnitud: introducen por la puerta de  la iglesia un asno que brama a grito pelado. El  joven párroco se tapa un momento la cara con las  manos y luego, cuando recupera la calma, prosigue su homilía  con fervor y persuasión.

? Se le hacen otras malas pasadas: alboroto  en la iglesia, silbidos o cantos provocadores se suceden sin  interrupción. Son escrutados sus más leves movimientos y los rasgos  de la cara, y todo es bueno para sembrar la  sospecha, amplificarla y transformarla en calumnia. En una ocasión, un  agresor torpe lo ataca con un palo, pero el sacerdote,  más hábil que él, le quita el palo y luego  se lo devuelve diciendo: «Toma y haz conmigo lo que  quieras. Estoy dispuesto a morir. Sin embargo, sólo siento una  cosa, y es que te cogerán y caerás en manos  de la justicia». Esa caridad desarma al adversario.

? Después de haberlo  soportado todo en silencio durante mucho tiempo, Clemente Marchisio acaba  cogiendo miedo y solicita que le cambien de parroquia. Su  obispo le responde que permanezca con valentía en su cruz.  Clemente obedece y se abandona al Corazón de Jesús, a  la Santísima Virgen y a San José. «Para amar a  Jesús, nos dice, no solamente con encendidas palabras, sino con  hechos, es necesario que renieguen de uno y que le  odien. Es necesario sufrir, estar cansado y humillado por Él.  El mayor de los bienes se cumple en la cruz».  Esas palabras son un eco de las de Jesús: Bienaventurados  seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os  injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del  Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo,  que vuestra recompensa será grande en el cielo (Lc 6,  22-23).

? Don Marchisio se prepara largamente cada día  a la celebración de la Misa, que celebra sin lentitud,  aunque con gran recogimiento. Invita igualmente a sus feligreces a  que se preparen cuidadosamente para la comunión: «Si no preparáis  el terreno para sembrar, es inútil que sembréis buena simiente;  lo mismo sucede con este alimento del alma que es  la sagrada comunión. Quien quiera recibir los frutos de la  unión con Dios, conservar la vida del alma y acrecentar  sus fuerzas, debe estar predispuesto a ello».

?  A  una mujer afligida le confiesa lo siguiente: «Mire, también yo  me encuentro a veces abatido bajo el peso de las  tribulaciones. Pero después de pasar cinco minutos ante el Santísimo  Sacramento, que lo es todo, recupero plenamente el vigor. Cuando  se encuentre deprimida y desanimada, haga lo mismo».

? La persecución desencadenada contra Clemente Marchisio durará unos diez  años. Después de haber escrutado durante largo tiempo los actos  y gestos del párroco, varios de sus feligreces constatan su  fidelidad a la hora de cumplir sus compromisos. «Nunca se  le vio cometer la más mínima imperfección en la observancia  de los mandamientos de Dios y de la Iglesia», dirá  uno de ellos. Conmovidos y edificados, muchos se convierten. El  viento sopla en otra dirección, y los más implacables de  sus adversarios acaban por volver a Dios. ¡Pero al precio  de cuántas oraciones, de conversaciones privadas, de momentos de abandono  y de soledad, de actos de paciencia, obtuvo de Dios  la salvación de las almas de su parroquia! Dicen que  «confiesa como un ángel», con sutileza, delicadeza y misericordia; en  una palabra: con "corazón". Pero aunque se hayan convertido a  Dios, no todos sus feligreces se han librado de las  malas costumbres, y algunos siguen como pobres pecadores: ? «Lo que  me destroza el corazón, nos dice, e impide que tenga  paz ? es ver cómo se cometen tantos pecados con indiferencia,  como si el pecado no fuera nada. Sin embargo, es  el mayor de los males del mundo. El pecado no  solamente trae la ruina para la eternidad, sino que ya  en la vida presente es una especie de infierno. ¡Ah!  Qué felicidad estar en gracia de Dios... ¡Oh, Señor!, concédele  a mi voz la fuerza necesaria para penetrar en los  corazones, así como un poderoso vigor para derribar y eliminar  el vicio».

Don Marchisio habla de ese modo por  caridad "espiritual", para la salvación eterna de sus fieles. Pero  la caridad por sus necesidades materiales también es objeto de  toda su solicitud. Nadie sale de su casa sin haber  recibido ayuda, y llega a dar incluso su ropa de  cama, sábanas y mantas, a unos pobres que se habían  visto obligados a refugiarse en una cuadra. Entre 1871 y  1876 construye un asilo para niños, así como un taller  de tejer para que las jóvenes tengan una ocupación y  un salario. Algunas buenas voluntades femeninas le ayudan a llevar  a buen término sus labores caritativas. Las reunirá en una  comunidad bajo el título de "Hijas de San José".

El ejemplo  de Don Marchisio nos invita a practicar obras de misericordia,  es decir, «acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro  prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar,  confortar, son obras de misericordia espirituales, como también lo son  perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales  consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo  a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a  los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos.  Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es  uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es  también una práctica de justicia que agrada a Dios» (CIC,  2447).

? Reconfortado por la mano maternal de María, don Marchisio  no deja de avanzar por el camino de la santidad.  Cinco años antes de su muerte anuncia que morirá a  los 70 años. Pero antes tendrá que atravesar una noche  muy oscura: «¡Pobre de mí!, gime. ¡El demonio nunca me  había atormentado de este modo! ¡Cuántos dolores me ha obligado  a resistir! ¡Cuánto ha intentado desengañarme al presentarme mi vida  como inútil! ¡Cuántas tentaciones, incluso la de destruir mi Instituto  de religiosas!» Pero, apoyado por el auxilio de la Virgen,  sale victorioso de la prueba.

Durante la mañana del 15 de  diciembre de 1903, se dispone a celebrar Misa y a  visitar a la cofundadora, sor Rosalía Sismonda, que está moribunda  y que entregará su alma a Dios dos horas antes  que él. Pero siente un malestar: «¡Si pudiera aún celebrar  una Misa!... ¡Tal vez hoy no pueda recitar el breviario!».  La agonía empieza pronto, marcada por breves plegarias: «¡Dios mío,  ten piedad de mí!... ¡Crea en mí un corazón puro!...  ¡Jesús, José y María!». Son sus últimas palabras.

De esta manera  pasa de este mundo al otro quien había escrito: «Las  cosas de este mundo no son nada. El Cielo y  la eternidad me esperan. ¿Qué será de mí o de  nosotros? Un millón de años después de mi muerte no  estaré sino al principio de la eternidad. La tierra es  un lugar de paso en la que soy como un  viajero. La vida es un momento que se escapa como  el agua de un torrente».

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