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28 de junio de 2007

Confiesa con alegría

La confesión de los pecados, es de por sí, una fuente de alegría, pero para muchas personas resulta ser algo desagradable.

Algo así como:

Al levantarme por la mañana el día que voy a confesarme, desaría que no tuviera que hacerlo, o desearía que ya hubiera pasado.

«Cuando estoy en el confesionario, mi corazón palpita y la sangre se me sube a la cabeza. Siempre me atenaza el miedo de no hacerlo bién.»

Esto no debería ser así, aunque le suceda a mas de uno. La confesión debe proporcionar paz y alegría. Si no es así, algo anda mal en nosotros, y en nuestra relación con Jesucristo.


EL PECADO Y NUESTRA ACTITUD ANTE EL.

Nadie puede decir “no tengo pecados”, porque el que dice esto, no está en la verdad.

Pero el pecado queda destruido en nosotros por el arrepentimiento y la confesión. Debe borrarse por tanto de nuestra mente, una vez lo hemos confesado.

El recuerdo de un pecado perdonado además de inútil te roba la alegría del perdón de Dios. Las fuerzas perdidas en esto, podrían ser empleadas en dar fruto para tu alma.

El pecado no puede tiranizarnos. No podemos vivir obsesionados por el pecado, pendientes permanentemente de los pecados, de forma que veamos que un pecado se esconde detrás de cada pensamiento, palabra o idea que cruce por nuestra mente. De que cada vez que hacemos algo o lo dejamos de hacer les asalte el escrúpulo de si cometieron pecado, y si este fue mortal o venial.

Eso te impediría a tu alma sentir la libertad, y el culto a Dios, no sería maravilloso y alegre, que es lo que debe ser. Otra consecuencia de esto, es no acercarse a Dios con confianza, debido a una sensación de temor y miedo al Padre celestial.

Para que un pecado sea mortal tiene que haber un PERFECTO CONOCIMIENTO Y TOTAL CONSENTIMIENTO, y que sea sobre UNA MATERIA GRAVE.

Es mejor dar gracias de Dios por todo, dirigiendose a El lleno de fe y esperanza, sin estar recordando para nada ni del pecado ni de la posibilidad de pecar, ya que eso sólo sirve para vivir en temor constante, y EL QUE NO QUIERE PECAR, NO PECA.

DIOS ES AMOR, y sus mandamientos no son mas que el camino único por donde encontraremos la verdad que es Cristo y que nos harán trabajar con alegría a su servicio. El nos ha dicho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.

JESUCRISTO nos enseñó que Dios es nuestro Padre. Somos sus hijos. No nos enseña a pedir a Dios que nos aleje del pecado, ya que la perfección no se puede confundir con la ausencia de pecado. En cambio nos enseña a pensar en el Padre del cielo, y a pedir que se cumpla su voluntad. Nos manda pedir el pan de cada día, relegando al último lugar la petición de que seamos libres de pecado. Su voluntad es que AMEMOS A DIOS Y AL PRÓJIMO.

Estar sometidos al yugo del pecado es como los judios que querían estar sometidos al pesado yugo de la Ley. ¿Para que vino Cristo entonces?

Dios quiere la riqueza, la abundancia, la alegría, y se deleita viendo como el alma progresa con entusiasmo y radiante de felicidad al igual que las flores de un jardín bién cuidado.

Todo esto no significa que tengamos que negar la existencia del pecado o vivir como si no pasara nada. No. El pecado existe.

Siempre tenemos en nuestra mano la Gracia de Dios, que es el remedio contra el pecado.

Para que haya un pecado grave que es el que nos aleja de Dios,

- LA MATERIA DEBE SER GRAVE
- LA INTELIGENCIA DEBE CONOCER ESTA MALICIA
- LA VOLUNTAD QUERERLA COMO TAL

Para tener plena responsabilidad en un pecado es preciso conocer completamente que la acción es mala, y que la voluntad consienta plenamente en hacerlo.

Si hemos sentido en nuestro interior, alguna resistencia a cometerlo, o alguna molestia por el hecho de que algo que ocurrió en contra de nuestra voluntad, algo sucedió que no era totalmente de nuestro gusto. EN ESE CASO, NO PUEDE DECIRSE QUE HAYA PECADO GRAVE.

Ya puedan decir todos los libros que algo es pecado, que mientras no lo conozcas y lo quieras como tal, no se habrá cometido.

Por ejemplo, todos los pensamientos y movimientos contrarios al sexto mandamiento, al octavo o cualquier otro, las miradas casuales, los tocamientos necesarios, no se hacen con el pretexto de pecar, así que no son pecados. Lo mejor es no pensarlo. La preocupación viene cuando les llamamos a los pensamientos.

Otro ejemplo: Una cosa realmente pecaminoso puede no serlo en cambio para ti, desde el momento que no te percataste de la malicia de la acción al iniciarla.

Fuente: CONFIÉSATE CON ALEGRÍA. Josef Lucas. Ediciones Stvdivm

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