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18 de septiembre de 2011

Cuarto dia de la novena de Santa Maria de la Victoria


Viernes 2 de septiembre
Cuarto día

SANTA MARÍA, MADRE DEL SEÑOR



. Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Obispo
. Excelentísimo Cabildo de la Santa Iglesia Catedral Basílica de la
Encarnación de la diócesis de Málaga
. Sr. Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Real Hermandad de Santa
María de la Victoria
. Muy reverendos arciprestes, sacerdotes y fieles de los Arciprestazgos de
Archidona‐Campillos; Álora y Virgen del Mar
. Queridos hermanos devotos de Santa María de la Victoria
Ayer contemplábamos en Nazaret, el anuncio del ángel a la
Santísima Virgen, y la respuesta confiada y generosa de aquella joven a la
petición de Dios.

EL ABRAZO DE DOS MUJERES

Cuando el ángel se fue, el seno de María parecía más grande. Y la
habitación donde la doncella estaba se había hecho más pequeña. Su
corazón, agitado, comenzó a serenarse, y durante una décima de segundo,
la muchacha se preguntó a sí misma si no había estado soñando. Más
sabía bien que no había soñado. Tenía el alma en pie y cada uno de los
centímetros de su piel aseguraba que había estado despierta y bien
despierta. Sintió subir el gozo por el pecho y la garganta. El miedo, el
vértigo que había sentido al saberse madre del “varón de dolores” cedían
para dar lugar sólo a la alegría. ¡Dios estaba en ella, física,
verdaderamente!¡Empezaba a ser carne de su carne y sangre de su
sangre! Ya no temblaba, Dios era fuego, pero era también amor y dulzura.

Si un día su Hijo iba a poder decir que su yugo era suave y su carga ligera
(Mt 11, 30) ¿no iba a ser suave y ligero para el seno de su Madre?
Ahora empezó a sentir la necesidad de correr y contárselo a
alguien. No porque tuviera dudas y precisase consultar con alguna otra
persona, sino porque parece que lo que nos ha ocurrido no es del todo
verdad hasta que no se lo contamos a alguien.
“José”. Este nombre golpeó entonces su cabeza. “Se lo diría a José”.
¿Se lo diría a José? Se dio cuenta que explicárselo a José era aún más difícil
que a ninguna otra persona. No porque no estuviera segura de que él iba a
entenderlo, sino porque comprendía muy bien que esta noticia iba a
desencuadernar la vida de José como había revuelto ya la suya.¡Noticias
así sólo puede darlas un ángel! Tendría que dejar en manos de Dios ese
quehacer.
Por eso quedó allí, inmóvil, tratando de recordar una a una las
frases que el ángel había dicho, reconstruyéndolas, como quien recoge las
perlas de un collar, no fuera a perdérsele alguna.
Y como es una muchacha viva y alegre, sale de prisa; de prisa se va a
compartir su gozo. Esta “necesidad de compartir” es la raíz del alma del
apóstol.
Y María será reina de los apóstoles. No puede perder tiempo. Y se
va, como si ya intuyera que el pequeño Juan esperase que la obra de la
redención empiece con él.
María iba sola. Sola con el pequeño Huésped que ya germinaba en
sus entrañas. Se extrañaría que los demás no reconocieran en sus ojos el
gozo que por ellos desbordaba. Ella no lo sabía, pero aquel viaje era, en
realidad, la primera procesión del Corpus, oculto y verdadero en ella el
Pequeño como en las especies sacramentales.
Quienes la acompañaban hablaban de mercados y fiestas, de dinero
y de mujeres. Quizá alguna vez la conversación giró en torno a temas
religiosos. Quizá alguien dijo que ya era tiempo de que el Mesías viniese.
Quizá alguien habló de que Dios siempre llega los hombres cuando los
hombres se han cansado de esperarle.

Y tras cuatro o cinco días de camino avistaron Ain Karim, y María
sintió que su corazón se aceleraba al pensar en Isabel, vieja y feliz. Feliz,
cuando ya casi no lo esperaba.
Zacarías e Isabel ya no hablaban nunca de hijos. Pero ese cáncer
crecía en su corazón. Examinaban sus conciencias: ¿En qué podía estar
Dios descontento de ellos? ¿qué pecados ocultos le hacían a él infecundo
y a ella estéril? Pronto ella se convenció que la conducta de él era
intachable y el marido de que la pureza de su mujer era total. ¿De quién la
culpa entonces? No querían dudar de la justicia de Dios. Pero una
pregunta asediaba sus conciencias como una zarza de espinos: ¿Por qué
Dios daba hijos a matrimonios mediocres y aun malvados y a ellos, puros y
merecedores de toda bendición les cerraba la puerta del gozo? ¡No, no
querían pensar en esto! Pero no podían dejar de pensarlo. Entraban,
entonces, en la oración y gritaban a Dios, ya no tanto para tener hijos,
cuanto para que la justicia del Altísimo se mostrase entera.
Llevaban mientras tanto, humildemente esta cruz, más dolorosa por
lo incomprensible que por lo pesada. Así habían envejecido. En la dulce
monotonía de rezar y rezar, esperar y creer.
También María estaba llena de preguntas cuando cruzó la puerta
del jardincillo de su prima:¿Cómo le explicaría a Isabel cuanto le había
ocurrido?¿Cómo justificaría su conocimiento del embarazo que la llenaba
de gozo?¿Y creería Isabel cuanto tenía que contarle? Por eso decidió no
hablar ella la primera. Saludaría a su prima, la felicitaría después. Ya
encontraría el momento para levantar el velo de la maravilla.
Isabel estaba, seguramente, a la puerta (todo el que espera el gozo
está siempre a la puerta). Y sus ojos se iluminaron al ver a María, como
presintiendo que una nueva gran hora había llegado.
Y el no nacido Juan “despertó”, se llenó de vida, empezó su tarea.
Realizó la más bella acción apostólica que ha hecho jamás un ser humano:
anunciar a Dios “pateando” en el seno materno.

E Isabel entendió aquel pataleo del bebé. El salto del niño fue para
ella como para María las palabras del ángel: la pieza que hace que el
rompecabezas se complete y aclare. Ahora entendía la función de su hijo,
ahora entendía por qué ella había esperado tantos años para convertirse
en madre, ahora toda su vida se iluminaba como una vidriera.
El Papa Benedicto XVI en una de sus audiencias generales decía:
¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y la ya anciana
Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo lleva en su seno como un
sagrario y lo ofrece como el mayor don a Zacarías, a su esposa Isabel y
también al niño que está creciendo en el seno de ella.
María nos ayuda sobre todo a descubrir cada vez más el gran
sacramento de la eucaristía. El Beato Juan Pablo II, en su última enciclica,
Ecclesia de eucaristía, nos la presentó como una “mujer eucaristica” en
toda su vida: desde la anunciación, cuando se ofreció a sí misma para la
encarnación del Verbo de Dios, hasta la cruz y resurrección; “mujer
eucarística en el tiempo después de pentecostés, cuando recibió en el
sacramento el Cuerpo que había concebido y llevado en su seno.
Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contiene en sí
un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atención al hermano,
estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas,
responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los más mínimos detalles, se
hace “teologal” cuando es animado por el Espíritu de Cristo.
En la Santa Misa que Benedicto XVI presidió en la explanada de
Cuatro Vientos con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud nos decía
que tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva
igualmente de apoyo para la de otros.
Os pido, queridos amigos, ‐ nos decía el Papa‐ que améis a la Iglesia,
que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a
Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza del amor. Pare crecer en
amistad con Cristo es fundamental la participación en la Eucaristía de cada
domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo
de la oración y meditación de la Palabra de Dios.

No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer. No os guardéis
a Cristo para vosotros mismos. ¡Comunicad a los demás la alegría de
vuestra fe!
Que Santa María de la Victoria nos obtenga el don de saber amar
como ella supo amar. A Santa María de la Victoria le encomendamos esta
Iglesia particular de Málaga. Todos los organismos diocesanos, al Cabildo
de esta Santa Iglesia Catedral y Basílica, a las asociaciones públicas de
fieles legítimamente constituidas, los arciprestazgos, todas y cada una de
las parroquias, las comunidades de vida consagrada, para que el Espíritu
de Cristo anime todo deber y todo servicio. Para que desde esta ciudad
anclada en la costa del sol y protegida por Santa María de la Victoria,
crezcamos en unidad y servicio.

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