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10 de septiembre de 2011

HOMILIAS DE LA NOVENA A SANTA MARIA DE LA VICTORIA PATRONA DE MALAGA


Martes 30 de Agosto

Primer día
I VISPERAS DE LA DEDICACIÓN DE LA S.I.C.B. DE MÁLAGA

BELLA HISTORIA DE AMOR




Si preguntásemos a los creyentes españoles cuál ha sido la más bella
historia de pureza y virginidad que ha producido nuestro planeta, estoy seguro
que una gran mayoría responderían que la de María. Y si le interrogásemos por la
historia de la mujer que con mayor coraje ha soportado el dolor, pensarían en
seguida en la Virgen María. Pero ya no serían tantos los que se acordasen de
María, de la fe de María, si le pidiésemos el nombre del ser humano que más
hondamente vivió su fe. Y poquísimos o tal vez nadie nos presentaría la historia
de María como la más honda historia de amor, como la mas entrañable historia
matrimonial, como la vida de tres personas que viven en hogar, en familia, en
amor, modelo y ejemplo a seguir.

Y, sin embargo, no conocemos historia de amor como la de María. Toda la
vida de la virgen podría contarse perfectamente desde la única clave del Amor.
Un gran amor cuya plenitud empieza, asombrosamente, por un ancho
vacío. Un vaciado de egoísmo. Porque la razón por la que la inmensa mayoría de
los hombres y mujeres no nos llenamos de amor es que estamos llenos de
nosotros mismos. Como una tierra a la que la planta de nuestro propio orgullo le
devorase su jugo, y así no se puede sembrar en nuestras almas ningún otro árbol.
Vivimos tan pensando en nuestras cosas que ni llegamos a enterarnos de que hay
otros seres a los que amar. Nos volvemos infecundos al autoadorarnos. El
egoísmo es una especie de carcoma del alma. ¿Cómo podría amar quien siempre
tuviera llena la boca de la palabra yo‐mío?.

María pudo amar mucho y recibir mucho, porque toda su infancia y
adolescencia fue un permanente vaciarse de sí misma. Vivía a la espera de algo
más grande que ella.

El centro de su alma esta fuera de sí misma, por encima de su propia
persona. No sabía muy bien lo que esperaba, pero era pura expectación. No sólo
es que fuera virgen, es que esta llena de virginidad. Alguien la llenaría. Ella no
tenía más que hacer que mantener bien abiertas sus puertas.
Era libre para amar porque era esclava. Podía ser reina, porque era
servidora.

Podía ser llena de gracia, porque estaba vacía de caprichos, de falsos
sueños, de intereses, de esperanzas humanas.
Y su amor a José era parte del gran amor, un camino misterioso. No sabía
muy bien cómo se realizaría aquel noviazgo suyo, pero se intuía que, en todo
caso, formaría parte de un plan más ancho que sus ilusiones de muchacha. Por él,
a través de él o quizá sólo a la sombra de él, vendría la gran fecundidad, una
fecundidad más grande que ellos dos. En todos los enamorados ‐lo sabia‐ hay algo
de misterio y tanto más cuanto más amor. El suyo era un misterio que, más que
desbordarles, les ensancharía, les multiplicaría sus almas. Una gran vocación
nunca rebaja o recorta: sino que dilata, estira, agranda. Así entraron ellos en su
matrimonio, como una tierra que espera una semilla, aunque no podían
sospechar qué honda y enorme sería la suya.

Y así llegó a su alma y a su seno un Amor que era mucho más grande que
el que ella hubiera podido, con sus fuerzas de mujer, fabricar e incluso soñar.
Ahora se dio cuenta de que su amor de muchacha había sido sólo un prólogo, una
lejana intuición del que la invadiría. Pues si es cierto que había sido elegida
porque antes amaba, también lo es que ahora amaba multiplicadamente porque
había sido elegida.

¿Cómo pudo tanto Amor caberle dentro? Esto no lo entendería nunca,
sólo la fe vislumbraba desde lejos el tamaño que había tomado su alma. Jamás en
ser humano alguno cupo tanto amor. Jamás soñó nadie engendrar un Amor
semejante. Y, sin embargo, "cabía" en ella. Porque el enorme Amor se había
hecho pequeñito, bebé. ¡Un bebé‐Dios! ¡Que cosas! Y ella era madre en el sentido
más literal de la palabra. Pero "tan madre" que parecía imposible. Tenía el cielo
en su corazón y en sus entrañas.

No se hizo, claro, sin desgarramiento. Y es que, antes o después, todo
amor se vuelve prueba y desconcierto. No hay amor sin vía crucis. Y María
recorrió todas las estaciones. Entrar primero a oscuras en la penumbra de la fe.
Pasar luego por los túneles de la desconfianza. Exponerse a perder el amor de
José para proteger al otro gran amor. Conocer las dulces rechiflas de las
murmuraciones y las críticas. Y callar. Callar, la más difícil asignatura que tiene
que aprobar todo amor. Olvidarse de si mismo y, sin defenderse, descubrir el otro
gran rostro del amor: el que nos empuja a difundirlo. Pues por amor va corriendo
hacía Isabel. Alguien la necesita.

Y allá va el amor de la muchacha corriendo campo a través para, sin
preocuparse de la tormenta interior, volcarse en el canto de las misericordias de
Dios sobre ella y su pueblo. El amor es poeta y del fuego interior sale esa
milagrosa llamarada del magnificat: Dios es grande aunque a veces nos vuelva
locos con sus cosas.

Y Belén, que es patria natal del amor. Dicen que no se puede llegar a querer
una cosa que no se llega a estrechar entre los brazos. Y ahora el infinito amor se
ha hecho abrazable. Se le puede llamar Hijo. Ahora si que el pequeño amor
humano de María toma los límites de la eternidad, y por primera y única vez en la
historia "el Amor es amado" si no como él se merece, si al menos, esta vez sin
metáforas "con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas". Pues no
hay un sólo rincón de María que no esté amando.

Y, tras la pausa del gozo, el amor prosigue su vía crucis. Simeón le explica
que el amor no es una confitería, que siempre hay una espada en el horizonte,
que el dolor es el crisol del amor. Y hay que empezar a amar de esa manera
absurda que es huir en la noche porque este mundo empieza a no soportar al
amor apenas nacido. Amar ‐ ahora lo entiende bien María‐ no es una historia de
besos y caricias, no son dulces consolaciones del alma, no es una fogarata de
entusiasmo enamorado; es luchar por aquello que se ama, dejándose tiras del
alma en las aristas de la realidad.
Para dejar luego paso al mejor de los amores: el amor gris, el lento y aburrido
amor de treinta años sin hogueras, con el caliente rescoldo del amor de cada día.
¿Puede realmente llamarse amor al que no ha cruzado el desierto de treinta años
de silencio?.

El paso de los días y los meses quita brillo al amor, pero le presta hondura y
verdad. El tiempo ‐ y no el entusiasmo‐ es la prueba del amor. Los amores de
teatro duran horas o, cuanto más, semanas. Los auténticos surgen de la sumas de
días y días de hacer calladamente la comida, acarrear el agua y la leña, estar
juntos cuando ya no se tiene nada nuevo que decir.
En Nazaret no se vive una "locura" de amor; se vive el denso, callado, lento,
cotidiano, oscuro y luminoso, el enorme amor construido de infinitos y pequeños
minutos de cariño. Allí se ama a un Dios que no mima, a un Dios que parece
haberse olvidado de nosotros. Un amor sin ángeles consoladores. La esclava
descubre que aquello no fue una palabra, que le tratan realmente como una
esclava, sin otro reino que sus manos cansadas.

Y después la soledad. Tampoco hay un amor verdadero sin horas de
soledad y abandono. Porque el hijo‐amor se ha ido lejos, a su gran locura, y la
madre tiene que vivir un amor de abandonada. ¿Abandonada? No en el corazón,
pero sí en la cama del muchacho vacía, en la puerta que nunca cruza nadie.
Luego el amor se vuelve tragedia. ¿Puede decir que ha amado quien jamás ha
sufrido por su amor? Santa maría del Amor hermoso es hermana gemela de Santa
María del mayor dolor.

Las cruces tienen una extraña tendencia a crecer en el corazón. Con la única
diferencia de que en los corazones que aman esa cruz esta
llena y no vacía.

Por fortuna, ningún dolor es capaz de ahogar una esperanza verdadera. Y
en la tarde de todos los sábados se junta el vacío de la soledad y la plena luz de la
esperanza. El amor es más fuerte que la muerte.
Y resucitará el domingo en el abrazo total. Porque sólo detrás de la
muerte el amor está salvo.
Y luego, todavía el amor: "dedicarse" por toda la eternidad a ser madre
de los hombres. María no se jubiló de la maternidad. Sigue engendrando. Ejerce
de Madre, tal vez porque es lo único que sabe hacer y ¡que bien lo hace!

Que bella y buena historia de Amor la de Nuestra Madre, posiblemente, ojalá
repetida muchas veces en la vida de vosotros matrimonios.

Hoy, en este primer día de la Novena, pidamos a la Santa María de la
Victoria que mire con esos sus ojos misericordiosos a todos y cada uno de los
matrimonios de nuestra diócesis de Málaga. Que en ellos se fragüe a fuego lento
otra historia de amor. Que se sigan queriendo como el primer día, o más.
Pidamos a la Madre, que vuelva sus ojos misericordiosos a todas esas
parejas que sufren por su amor fracasado, por todos los matrimonios separados,
por aquellos que sobreviven juntos más que conviven, para que su amor de
esposa les enseñe a volver a nacer al amor. Pidamos a Nuestra Señora de la
Victoria que acompañe a las viudas y viudos de nuestros pueblos que ya viven sin
ese su amor, para que ella sea su consuelo y compañía.

Pidamos, por último, que María Virgen, interceda por tantos y tantos jóvenes
que malgastan su amor, que no saben amar, y convierten sus vidas en ratos de
amor, de mal amor. Virgen de la Victoria enséñanos a amar como has amado tu,
enséñanos a querer como quieres tu.
Que nuestra vida sea también una historia buena y bella de amor. Santa
María de la Victoria vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, no nos
abandones nunca, se huésped de nuestros hogares, de nuestras vida.

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