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10 de diciembre de 2011

INFANCIA DE LA VIRGEN MARIA IV

Joaquín recibe el misterio del Arca de la Alianza

Tomó el ángel, sin abrir la puerta del Arca, algo de dentro. Era el misterio del Arca de la Alianza, el sacramento de la Encarnación, de la Inmaculada Concepción, el cumplimiento y la culminación de la bendición de Abraham. He visto como un cuerpo luminoso este misterio del Arca. El ángel ungió o bendijo con la punta del pulgar y del índice la frente de Joaquín; luego pasó el cuerpo luminoso bajo el vestido de Joaquín, desde donde, no sé decir cómo, penetró dentro de él mismo. También le dio a beber algo de un vaso o cáliz brillante que sostenía por debajo con sus dos dedos. Este cáliz tenía la forma del cáliz de la Última Cena, pero sin pie, y Joaquín debió conservarlo para sí y llevarlo a su casa. Entendí que el ángel le mandó a Joaquín que conservase el misterio, y entendí, entonces, por qué Zacarías, padre del Bautista, quedó mudo después de haber recibido la bendición y la promesa de tener hijo de Isabel, bendición y promesa que venían del misterio del Arca de la Alianza. Sólo más tarde fue echado en menos el misterio del Arca por los sacerdotes del templo. Desde entonces se extraviaron del todo y se volvieron farisaicos.

El ángel sacó a Joaquín del Sancta Sanctorum y desapareció. Joaquín permaneció tendido en el suelo rígido y sin conocimiento.

Encuentro de Joaquín y Ana

Joaquín fue guiado por los sacerdotes hasta la puerta del pasillo subterráneo, que corría debajo del templo y de la puerta derecha. Era éste un camino que se usaba en algunos casos para limpieza, reconciliación o perdón. Los sacerdotes dejaron a Joaquín en la puerta, delante de un corredor angosto al comienzo, que luego se ensanchaba y bajaba insensiblemente. Había allí columnas forradas con hojas de árboles y vides y brillaban los adornos de oro en las paredes iluminadas por una luz que venía de lo alto.

Joaquín había andado una tercera parte del camino, cuando vino a su encuentro Ana, en el lugar del corredor, debajo de la puerta dorada donde había una columna en forma de palmera con hojas caídas y frutos. Ana había sido conducida por los sacerdotes a través de una entrada que había del otro lado del subterráneo. Ella les había dado con su criada las palomas para el sacrificio, en unos cestos que había abierto y presentado a los sacerdotes, conforme le había mandado el ángel. Había sido conducida hasta allí en compañía de otras mujeres, entre ellas, la profetisa Ana.



He visto que cuando se abrazaban Joaquín y Ana, estaban en éxtasis. Estaban rodeados de numerosos ángeles que flotaban sobre ellos, sosteniendo una torre luminosa y recordando la torre de marfil, la torre de David y otros títulos de las letanías lauretanas. Desapareció la torre entre Joaquín y Ana: ambos estaban llenos de gloria y resplandor. Al mismo tiempo, el cielo se abrió sobre ellos y vi la alegría de los ángeles y de la Santísima Trinidad y la relación de todo esto con la Concepción de María Santísima.

Cuando se abrazaron, rodeados por el resplandor, entendí que era la Concepción de María en ese instante, y que María fue concebida como hubiera sido la concepción de todos sin el pecado original. Joaquín y Ana caminaban así, alabando a Dios, hasta la salida. Llegaron a una arcada grande, como una capilla donde ardían lámparas, y salieron afuera. Aquí fueron recibidos por los sacerdotes, que los despidieron.

Una vez llegado a Nazaret, Joaquín dio un banquete de regocijo, sirvió a muchos pobres y repartió grandes limosnas.

Los padres de la Santísima Virgen la engendraron en una pureza perfecta, por el efecto de la obediencia. Si no hubiera sido con el fin de obedecer a Dios, habrían guardado perpetua continencia.

Después de cuatro meses y medio, menos tres días, de haber concebido Ana bajo la puerta dorada, vi que María era hecha tan hermosa por voluntad de Dios. Vi cómo Dios mostraba a los ángeles la belleza de esa alma y cómo ellos sintieron por ello inexplicable alegría. He visto también, en ese momento, cómo María se movió sensiblemente por primera vez dentro del seno materno. Ana se levantó al punto y se lo comunicó a Joaquín; luego salió a rezar bajo aquel árbol debajo del cual le había sino anunciada la Concepción Inmaculada.

Supo Elías que María debía nacer en la séptima edad del mundo; por esto llamó siete veces a su servidor. Pude ver a Elías que ensanchaba la gruta sobre la cual había orado y establecer una organización más perfecta entre los hijos de los profetas. Algunos de ellos rezaban habitualmente en esta gruta para pedir la venida de la Santísima Virgen, honrándola desde antes de su nacimiento. Esta devoción se perpetuó sin interrupción, subsistió gracias a los esenios, cuando estaba ya sobre la tierra, y fue observada más tarde por algunos ermitaños, de los cuales salieron finalmente los religiosos del Carmelo.

Elías, por medio de su oración, había dirigido las nubes de agua según internas inspiraciones: de otro modo se hubiera originado un torrente devastador en lugar de lluvia benéfica. Observé como las nubes enviaron primero el rocío; caían en blancas líneas, formaban torbellinos con los colores del arco iris en los bordes, y finalmente caían en gotas de lluvia. Reconocí en esto una relación con el maná del desierto, que por la mañana aparecía rojizo y denso cubriendo el suelo como una piel que se podía extender. Estos torbellinos corrían a lo largo del Jordán, y no caían en todas partes, sino en ciertos lugares, como en Salén, donde Juan debía más tarde bautizar.

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