Una Cataluña cristiana, jamás odiaría ni se separaría
de España
Josep Torras i Bages: Cataluña será
Cristiana o no será
Y pues Cataluña perdió su fe ¿Creéis que
conservará sus raíces?
El enfrentamiento entre los pueblos de España
tiene el mismo origen que los odios que ensangrientan Oriente Medio: el olvido
de Dios. O, lo que es peor, la suplantación ideológica de Dios.
Una Cataluña recuperada para Cristo volvería
a sentirse española -¡españolísima!- sin mengua de su personalidad ni de su rica
cultura autóctona. Porque el resultado del ateísmo práctico e ideológico lo
padecemos todos: Lo padece Cataluña con su nacionalismo, pero también lo
padecemos los demás con el nacionalismo español.
Vivimos una etapa histórica definitiva en la
que, aunque muchos no lo perciban, la carga dialéctica de las ideologías ha
alcanzado su paroxismo y se convierte en odio. Es una alquimia no siempre
advertida, porque se produce tras el disfraz de principios filantrópicos. La
idolatría política se ha hecho agresiva porque está sustentada sobre el
endiosamiento, egoísta y rebelde, de los individuos.
El edificio construido durante varios siglos,
por la negación de la Realeza de Jesucristo – con escasos paréntesis de cordura
– se revela ahora sin cimientos ni vigas, poblado por una plaga de termitas. En
el temblor que precede al derrumbe, sus estancias están condenadas a chocar unas
contra otras, por muy amables que parezcan los decorados.
Una Cataluña devuelta a Cristo sería – Dios
quiera que lo sea en un futuro cercano – una Cataluña recuperada para la Verdad.
Porque Jesucristo es la Verdad (Jn 14, 6).
Su problema actual de anticristianismo no es
más que la versión local de una enfermedad universal. Todo el planeta tiene que
volver a Cristo. Es todo el planeta el que debe reconocer la Verdad.
No es sólo Cataluña la que se agita
enfebrecida al ritmo que le marcan los mentirosos homologados, la cultura de la
mentira y el mentiroso final que tira de los hilos…A Cataluña le han puesto una
estrella sobre sus barras de sangre, para que no reconozca su historia; pero a
Madrid, por ejemplo, también le han puesto estrellitas sobre un rojo marxista, y
a las dos les quieren imponer los templos del vicio, tributos agónicos de la
servidumbre. El mal está a la carrera, sembrando corrupción y
enfrentamiento.
Quienes debían dar razón del tiempo y de la
esperanza están doblados, mudos o cómplices ante el rodillo, con pocas
excepciones. Pero Dios sigue siendo dueño del tiempo y el cronómetro
corre.
Tanto Cataluña como España van a sufrir,
porque el enemigo de su historia las odia a ambas. Y es él quien empuja hacia el
choque. La hora de los dolores ya no puede evitarse por procedimientos
políticos. Lo más que puede pedirse a esta casta de marionetas democráticas,
allí y aquí, es que no abusen del sentido común popular.
Que no tapen sus vergüenzas económicas, sus
políticas de expolio de las familias y engorde de los bancos, con trompetas de
falso patriotismo. Las clases medias que estabilizaban España están desoladas,
aunque no han podido ahogarlas por completo. Quieren llevarnos por la “crisis”
al enfrentamiento civil. Quieren convertir a las familias cristianas en células
de odio. La siembra ha sido profunda y ya perturba muchas conciencias y ánimos
por ambas partes.
El “españolismo” nacionalista de corte
jacobino no es más que otro títere del mismo guiñol, igualmente ignorante de
nuestra historia y destinado a una dialéctica al margen de la historia y del
tiempo. Ni Cataluña ni España pueden quedar exentas de Calvario cuando la
Iglesia entera cruje entre la apostasía y la adhesión a la Cruz.
Pero el Calvario puede ser dulce en la
esperanza de cercana liberación (Lc. 21, 28): Los verdaderos catalanes, los
verdaderos españoles, han de buscar ahora la fe y la confianza más allá de las
peripecias políticas. Hay un pueblo catalán consciente de sus raíces, que
aparece sofocado bajo el aluvión de la propaganda y de las masas manipuladas. Un
pueblo enamorado de Cristo, que sabe muy bien que la “independencia” no es más
que el reclamo y la envoltura de la apostasía.
Un pueblo que ha compartido con nosotros las
gestas y las persecuciones de otros siglos para permanecer fiel a Jesucristo. El
nexo que nos une es demasiado profundo para ser roto por el desvarío de esta
hora del parto. Si llegara a romperse, la secesión sería tan breve como va a
serlo el imperio del maligno. Secesión efímera, ligada a la hegemonía de la
mentira y destinada a ser barrida por el aliento divino.
La única consigna que España puede dar
hoy, es la esperanza. No podemos ofrecer a Cataluña ningún proyecto común,
confortable, a corto plazo - a la vista está – sino sólo un calvario de
resistencia y catacumba. Una esperanza no de base humana ni política, sino de
carácter espiritual. El secreto último del momento es tan sencillo como eso:
volver a la fe, a la conversión personal, al cambio de vida.
Todo el futuro de Cataluña y de España
depende de que yo – yo personalmente – restablezca la Realeza del Señor en mi
propio corazón, derrotando al enemigo en mi misma vida. El combate por las
superestructuras es necesario – puede ser incluso santificante – pero no alcanza
las llaves decisorias del momento. Los obstáculos que hay que superar no podrán
ser removidos sin auxilio sobrenatural. Claro, esto no se comprenderá sin un
correcto reconocimiento de los tiempos. Sin haber prestado atención humilde y
generosa a los dictados de nuestra Reina celestial.
Cuando se conocen los tiempos se
restauran, en lo escondido y sin tramoyas, las auténticas libertades, que
comienzan siempre por la libertad del alma. Se relativizan las mitologías
nacionales, incluidas las españolas. Se interpretan correctamente, incluso, los
actuales dolores de parto nacionalistas: “Pues se levantará nación contra nación
y reino contra reino… Y todo esto será el comienzo del alumbramiento” (Mt 24,
7-8).
¿Acaso España no es un plexo de naciones y un
conjunto de reinos? Todas y todos se levantan y se revuelven, afortunadamente,
demasiado tarde. No se van a llevar a Cataluña al otro extremo del Mediterráneo.
No pueden. Sólo intentan separarnos, unos y otros, cavando un foso de odio entre
nosotros. Pero el odio y la violencia son sólo males de una etapa sombría,
mientras que el Amor, con mayúscula, ya asoma, alumbrado por Ella.
J.C. García de Polavieja P.
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