DISCURSO
DE SU SANTIDAD
EL
PAPA JUAN PABLO II
SOBRE
LA INTERPRETACION DE
LA
BIBLIA EN LA IGLESIA[1]
Este
discurso fue pronunciado la mañana del viernes 23 de abril de 1993, durante una
audiencia conmemorativa de los cien años de la encíclica «Providentissimus
Deus» de León XIll y de los cincuenta años de la encíclica «Divino afflante
Spiritu» de Pío XII, ambas dedicadas a los estudios bíblicos.
La
audiencia tuvo lugar en la sala Clementina del Vaticano. Participaron en ella
los miembros del Colegio Cardenalicio, del Cuerpo Diplomático acreditado ante
la Santa Sede, los de la Pontificia Comisión Bíblica y el profesorado del
Pontificio Instituto Bíblico. Durante la audiencia, el cardenal J. Ratzinger
presentó al Santo Padre el documento de la Comisión Bíblica sobre la
interpretación de la Biblia en la Iglesia.
Señores cardenales;
señores jefes de las misiones diplomáticas;
señores miembros de la Pontificia Comisión Bíblica;
señores profesores del Pontificio Instituto Bíblico:
1.
Agradezco de todo corazón al cardenal Ratzinger los sentimientos que acaba de
expresar al presentarme el documento elaborado por la Pontificia Comisión
Bíblica sobre la interpretación de la Biblia en la iglesia. Con alegría recibo
este documento, fruto de un trabajo colegial emprendido por su iniciativa,
señor cardenal, y proseguido con perseverancia durante muchos años. Responde a
una gran preocupación mía, porque la interpretación de la Sagrada Escritura es
de importancia capital para la fe cristiana y la vida de la Iglesia. «En los
Libros Sagrados ‑como nos ha recordado muy bien el Concilio‑, el Padre, que
está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar
con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que
constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos,
alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (Dei Verbum,
21). El modo de interpretar los textos bíblicos para los hombres y las mujeres
de nuestro tiempo tiene consecuencias directas para su relación personal y
comunitaria con Dios, y también está ligado estrechamente a la misión de la
Iglesia. Se trata de un problema vital, que merecía vuestra atención.
2. Vuestro
trabajo ha terminado en un momento muy oportuno, pues me brinda la ocasión de
celebrar con vosotros dos aniversarios ricos de significado: el centenario de
la encíclica Providentissimus Deus y el cincuentenario de la encíclica Divino
afflante Spiritu, ambas dedicadas a cuestiones bíblicas. El 18 de noviembre
de 1893, el papa León XIII, muy atento a los problemas intelectuales, publicó
su encíclica sobre los estudios relacionados con la Sagrada Escritura con el
fin ‑escribió‑ «de estimularlos y recomendarlos», y también de «orientarlos de
una manera que corresponda mejor a las necesidades de la época» (Enchiridion
biblicum, 82). Cincuenta años después, el papa Pío XII, con su encíclica Divino
afflante Spiritu, dio a los exegetas católicos nuevo aliento y nuevas
directrices. Entre tanto, el magisterio pontificio manifestaba su atención
constante a los problemas escriturísticos mediante numerosas intervenciones. En
1902, León Xlll creó la Comisión Bíblica; en 1909, Pío X fundó el Instituto
Bíblico. En 1920, Benedicto XV celebró el 1500 aniversario de la muerte de san
Jerónimo mediante una encíclica sobre la interpretación de la Biblia. Así, el
gran impulso dado a los estudios bíblicos se confirmó en el Concilio Vaticano
II, de modo que la Iglesia entera se benefició de ellos. La Constitución
Dogmática Dei Verbum ilumina el trabajo de los exegetas católicos e
invita a los pastores y a los fieles a alimentarse más asiduamente de la
palabra de Dios contenida en las Escrituras. Deseo hoy insistir en algunos
aspectos de la enseñanza de estas dos encíclicas y en la validez permanente de
sus orientaciones a través de las circunstancias cambiantes, a fin de
aprovechar mejor su aporte.
I. DE LA «PROVIDENTISSIMUS DEUS» A LA «DIVINO
AFFLANTE SPIRITU»
3. En
primer lugar, entre estos dos documentos se nota una diferencia importante. Se
trata de la parte polémica ‑o, más exactamente, apologética‑ de las dos
encíclicas. En efecto, ambas manifiestan la preocupación por responder a los
ataques contra la interpretación católica de la Biblia, pero estos ataques no
iban en la misma dirección. Por una parte, la Providentissimus Deus
quiere proteger la interpretación católica de la Biblia contra los ataques de
la ciencia racionalista; por otra, la Divino afflante Spiritu se
preocupa más por defender la interpretación católica contra los ataques de
quienes se oponen al empleo de la ciencia por parte de los exegetas y quieren
imponer una interpretación no científica, llamada espiritual, de la Sagrada
Escritura.
Este
cambio radical de perspectiva se debía, evidentemente, a las circunstancias. La
Providentissimus Deus fue publicada en una época marcada por duras
polémicas contra la fe de la Iglesia. La exégesis liberal alimentaba en gran
medida estas polémicas, porque utilizaba todos los recursos de las ciencias,
desde la crítica textual hasta la geología, pasando por la filosofía, la
crítica literaria, la historia de las religiones, la arqueología y otras
disciplinas más. Por el contrario, la Divino afflante Spiritu se publicó
poco tiempo después de una polémica muy diferente suscitada, sobre todo, en
Italia contra el estudio científico de la Biblia. Un opúsculo anónimo muy
difundido ponía en guardia contra lo que describía como «un peligro grave para
la Iglesia y las almas: el sistema crítico‑científico en el estudio y la
interpretación de la Sagrada Escritura, sus desviaciones funestas y sus
aberraciones».
4. En los
dos casos, la reacción del Magisterio fue significativa, pues, en lugar de
limitarse a una respuesta puramente defensiva, fue al fondo del problema y
manifestó así ‑observémoslo en seguida‑ la fe de la Iglesia en el misterio de
la encarnación.
Contra la
ofensiva de la exégesis liberal, que presentaba sus afirmaciones como
conclusiones fundadas en los logros de la ciencia, se podría haber reaccionado
lanzando un anatema contra el uso de las ciencias en la interpretación de la
Biblia y ordenando a los exegetas católicos que se limitaran a una explicación
espiritual de los textos.
La Providetissimus
Deus no siguió ese camino. Al contrario, la encíclica exhorta a los
exegetas católicos a adquirir una verdadera competencia científica, para que
aventajen a sus adversarios en su mismo terreno. El primer medio de
defensa ‑sostiene‑ «se encuentra en el estudio de las lenguas orientales
antiguas, así como en el ejercicio de la crítica científica» (Enchiridion
biblicum, 118). La Iglesia no tiene miedo de la crítica científica. Sólo
desconfía de opiniones preconcebidas que pretenden fundarse en la ciencia, pero
que, en realidad, hacen salir subrepticiamente a la ciencia de su campo propio.
Cincuenta
años después, en la Divino afflante Spiritu, el papa Pío XII pudo
constatar la fecundidad de las directivas impartidas por la Providentissimus
Deus: «Gracias a un mejor conocimiento de las lenguas bíblicas y de todo lo
que concierne a Oriente..., un buen número de cuestiones planteadas en la época
de León XIII contra la autenticidad, la antigüedad, la integridad y el valor
histórico de los libros sagrados... hoy se han aclarado y solucionado» (Enchiridion
biblicum, 546). El trabajo de los exegetas católicos, «que han hecho un uso
correcto de las armas intelectuales utilizadas por sus adversarios» (n. 562),
había dado su fruto. Y precisamente por esta razón, la Divino afflante
Spiritu se muestra menos preocupada que la Providentissimus Deus por
combatir las posiciones de la exégesis racionalista.
5. Pero
resultaba necesario responder a los ataques que provenían de los partidarios de
la exégesis así llamada «mística» (n. 552), que pretendían que el Magisterio
condenara los esfuerzos de la exégesis científica. ¿Cómo responde la encíclica?
Podría haberse limitado a señalar la utilidad e, incluso, la necesidad de estos
esfuerzos encaminados a defender la fe, lo cual habría favorecido una especie
de dicotomía entre la exégesis científica, destinada a un uso externo, y la
interpretación espiritual, reservada a un uso interno. En la Divino afflante
Spiritu, Pío XII evitó deliberadamente avanzar en ese sentido. Por el
contrario, reivindicó la unión estrecha de esos dos procedimientos, indicando,
por un lado, el alcance «teológico» del sentido literal, definido metódicamente
(Enchiridion biblicum, 251); por otro, afirmando que, para que pueda ser
reconocido como sentido de un texto bíblico, el sentido espiritual debe
presentar garantías de autenticidad. La simple inspiración subjetiva no basta.
Es preciso poder mostrar que se trataba de un sentido «querido por Dios mismo»,
de un significado espiritual «dado por Dios» al texto inspirado (Enchiridion
biblicum, 552‑553). La determinación del sentido espiritual entra también,
de este modo, en el dominio de la ciencia exegética.
Comprobamos,
pues, que a pesar de la gran diversidad de dificultades que tenían que
afrontar, las dos encíclicas coinciden perfectamente en su nivel más profundo.
Ambas rechazan la ruptura entre lo humano y lo divino, entre la investigación
científica y a mirada de la fe, y entre el sentido literal y el sentido
espiritual. Aparecen, por tanto, plenamente en armonía con el misterio de la
encarnación.
II. ARMONIA ENTRE LA EXEGESIS CATOLICA Y EL MISTERIO
DE LA ENCARNACION
6. La
encíclica Divino afflante Spiritu ha expresado el vínculo estrecho que
une a los textos bíblicos inspirados con el misterio de la encarnación, con las
siguientes palabras: «Al igual que la palabra sustancial de Dios se hizo
semejante a los hombres en todo, excepto en el pecado, así las palabras de Dios
expresadas en lenguas humanas, se han hecho en todo semejantes al lenguaje
humano, excepto en el error» (Enchiridion biblicum, 559). Recogida casi
al pie de la letra por la constitución conciliar Dei Verbum (13), esta
afirmación pone de relieve un paralelismo rico de significado.
Es verdad
que la puesta por escrito de las palabras de Dios, gracias al carisma de la
inspiración escriturística, fue un primer paso hacia la encarnación del Verbo
de Dios. En efecto, estas palabras escritas representaban un medio estable de
comunicación y comunión entre el pueblo elegido y su único Señor. Por otro
lado, gracias al aspecto profético de estas palabras, fue posible reconocer el
cumplimiento del designio de Dios, cuando «el Verbo se hizo carne, y puso su
morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Después de la glorificación celestial de la
humanidad del Verbo hecho carne, también su paso entre nosotros queda
testimoniado de manera estable gracias a las palabras escritas. Junto con los
escritos inspirados de la primera alianza, los escritos inspirados de la nueva
alianza constituyen un medio verificable de comunicación y comunión entre el
pueblo creyente y Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este medio no puede,
ciertamente, separarse del manantial de vida espiritual que brota del corazón
de Jesús crucificado y se propaga gracias a los sacramentos de la Iglesia. Sin
embargo, tiene su consistencia: la consistencia de un texto escrito, que merece
crédito.
7. En
consecuencia, las dos encíclicas exigen que los exegetas católicos estén en
plena armonía con el misterio de la encarnación, misterio de unión de lo divino
y lo humano en una existencia histórica completamente determinada. La
existencia terrena de Jesús no se define sólo a través de lugares y datos de
comienzos del siglo I en Judea y en Galilea, sino también a través de sus
raíces en la larga historia de un pequeño pueblo de la antigüedad en Oriente
próximo, con sus debilidades y su grandeza, con sus hombres de Dios y sus
pecadores, con su lenta evolución cultural y sus avatares políticos, con sus
derrotas y sus victorias, y con sus aspiraciones a la paz y al reino de Dios.
La Iglesia de Cristo toma en serio el realismo de la encarnación, y por eso
atribuye gran importancia al estudio histórico‑crítico de la Biblia. Lejos de
condenarlo, como querían los partidarios de la exégesis mística, mis
predecesores lo aprobaron decididamente. «Artis criticae disciplinam ‑escribió
León XIII‑, quippe percipiendae penitus hagiographorum sententiae perutilem,
Nobis vehementer probantibus, nostri (exegetae, scilicet, catholici) excolant»
(carta apostólica Vigilantiae, para la fundación de la Comisión Bíblica,
30 de octubre de 1902, Enchiridion biblicum, 142). La misma vehemencia
en la aprobación y el mismo adverbio (vehementer) se encuentran en la
Divino afflante Spiritu a propósito de las investigaciones de crítica textual
(cfr. Enchiridion biblicum, 548).
8. La Divino
afflante Spiritu, como es sabido, recomendó especialmente a los
exegetas el estudio de los géneros
literarios utilizados en los libros sagrados, llegando a decir que el exegeta
católico debe «convencerse de que no puede descuidar esta parte de su misión sin
gran menoscabo de la exégesis católica» (Enchiridion biblicum, 560).
Esta recomendación nace de la preocupación por comprender el sentido de los
textos con la máxima exactitud y precisión y, por tanto, en su contexto
cultural e histórico. Una idea falsa de Dios y de la encarnación lleva a algunos
cristianos a tomar una orientación contraria. Tienden a creer que, siendo Dios
el ser absoluto, cada una de sus palabras tiene un valor absoluto,
independiente de todos los condicionamientos del lenguaje humano. No conviene,
según ellos, estudiar estos condicionamientos para hacer distinciones que
relativizarían el alcance de las palabras. Pero eso equivale a engañarse y
rechazar, en realidad, los misterios de la inspiración escriturística y de la
encarnación, ateniéndose a una noción falsa del ser absoluto. El Dios de la
Biblia no es un ser absoluto que, aplastando todo lo que toca, anula todas las
diferencias y todos los matices. Es, más bien, el Dios creador, que ha creado
la maravillosa variedad de los seres de cada especie, como dice y repite
el relato del Génesis (cfr. Gn l). Lejos de anular las diferencias, Dios las
respeta y valora (cfr. 1 Cor 12, 18.24.28). Cuando se expresa en lenguaje
humano, no da a cada expresión un valor uniforme, sino que emplea todos los
matices posibles con una gran flexibilidad, aceptando también sus limitaciones.
Esto hace que la tarea de los exegetas sea tan compleja, necesaria y
apasionante. No puede descuidarse ningún aspecto del lenguaje. El progreso
reciente de las investigaciones lingüísticas, literarias y hermenéuticas ha
llevado a la exégesis bíblica a añadir al estudio de los géneros literarios
otros puntos de vista (retórico, narrativo y estructuralista). Otras ciencias
humanas, como la psicología y la sociología, también han dado su contribución.
A todo esto puede aplicarse la consigna que León XIII dio a los miembros de la
Comisión Bíblica: «No consideren extraño a su campo de trabajo ninguno de los
hallazgos de la investigación diligente de los modernos; por el contrario,
estén atentos para poder adoptar sin demora todo lo útil que cada momento
aporta a la exégesis bíblica» (Vigilantiae, Enchiridion biblicum, 140).
El estudio de los condicionamientos humanos de la palabra de Dios debe
proseguir con interés renovado incesantemente.
9. Este
estudio, sin embargo, no basta. Para respetar la coherencia de la fe de la
Iglesia y de la inspiración de la Escritura, la exégesis católica debe estar
atenta a no limitarse a los aspectos humanos de los textos bíblicos. Es
necesario, sobre todo, ayudar al pueblo cristiano a captar más nítidamente la
palabra de Dios en estos textos, de forma que los reciba mejor, para vivir
plenamente en comunión con Dios. Para ello es preciso, desde luego, que el
exegeta mismo capte la palabra de Dios en los textos, lo cual sólo es posible
si su trabajo intelectual está sostenido por un impulso de vida espiritual.
Si carece
de este apoyo, la investigación exegética queda incompleta, pierde de vista su
finalidad principal y se limita a tareas secundarias. Puede, incluso, transformarse
en una especie de evasión. El estudio científico de los meros aspectos humanos
de los textos puede hacer olvidar que la palabra de Dios invita a cada uno a
salir de sí mismo para vivir en la fe y en la caridad.
La
encíclica Providentissimus Deus recuerda, a este respecto, el carácter
particular de los libros sagrados y la exigencia que de ello deriva para su
interpretación: «Los libros sagrados -afirma- no pueden equipararse a los
escritos ordinarios, sino que, al haber sido dictados por el mismo Espíritu
Santo y tener un contenido de suma importancia, misterioso y difícil en muchos
aspectos, para comprenderlos y explicarlos, tenemos siempre necesidad de la
venida del mismo Espíritu Santo, es decir, de su luz y su gracia, que es
preciso pedir ciertamente con una oración humilde y conservar con una vida
santa» (Enchiridion biblicum, 89). Con una fórmula más breve, tomada de
san Agustín, la Divino afflante Spiritu expresa esa misma exigencia:
«Orent ut intellegant» (Enchiridion biblicum, 569).
Sí, para llegar
a una interpretación plenamente válida de las palabras inspiradas por el
Espíritu Santo, es necesario que el Espíritu Santo nos guíe; y para esto, es
necesario orar, orar mucho, pedir en la oración la luz interior del Espíritu y
aceptar dócilmente esta luz, pedir el amor, única realidad que nos hace capaces
de comprender el lenguaje de Dios que es amor (1 Jn 4, 8.16). Incluso durante
el trabajo de interpretación, es imprescindible que nos mantengamos, lo más
posible, en presencia de Dios.
10. La docilidad
al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesaria para la
orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El exegeta
católico no alimenta el equívoco individualista de creer que, fuera de la
comunidad de los creyentes, se pueden comprender mejor los textos bíblicos. Lo
que es verdad es todo lo contrario, pues esos textos no han sido dados a
investigadores individuales «para satisfacer su curiosidad o proporcionarles
temas de estudio y de investigación» (Divino afflante Spiritu; Enchiridion
biblicum, 566); han sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la
Iglesia de Cristo, para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar
esta finalidad es condición para la validez de la interpretación. La Providentissimus
Deus recordó esta verdad fundamental y observó que, lejos de estorbar la
investigación bíblica, respetar este dato favorece su progreso auténtico (cfr.
Enchiridion biblicum, 108-109). Es consolador comprobar que los estudios
recientes de filosofía hermenéutica han confirmado esta manera de ver y que
exegetas de diversas confesiones han trabajado en una perspectiva análoga,
subrayando, por ejemplo, la necesidad de interpretar cada texto bíblico como
parte del canon de las escrituras reconocido por la Iglesia, o estando mucho
más atentos a los aportes de la exégesis patrística.
En efecto,
ser fiel a la Iglesia significa situarse resueltamente en la corriente de la
gran Tradición que, con la guía del Magisterio, que cuenta con la garantía de
la asistencia especial del Espíritu Santo, ha reconocido los escritos canónicos
como palabra dirigida por Dios a su pueblo, y jamás ha dejado de meditarlas y
de descubrir su riqueza inagotable. También el Concilio Vaticano II lo ha
afirmado: «Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura seda sometido
al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio
de conservar e interpretar la palabra de Dios» (Dei Verbum, 12).
Asimismo
es verdad -como dice también el Concilio, que cita una afirmación de la Providentissimus
Deus-, «a los exegetas toca... ir penetrando y exponiendo el sentido de la
Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la
Iglesia» (Dei Verbum, 12; cfr. Providentissimus Deus, Enchiridion biblicum,
109: «Ut, quasi praeparato studio, judicium Ecciesiae maturetur»).
11. Para
realizar mejor esta tarea eclesial tan importante, los exegetas se deben
mantener cerca de la predicación de la palabra de Dios, ya sea dedicando una
parte de su tiempo a este ministerio, ya sea relacionándose con quienes lo
ejercen y ayudándoles con publicaciones de exégesis pastoral (cfr. Divino
afflante Spiritu, Enchiridion biblicum, 551). Evitarán, así,
perderse en los caminos de una investigación científica abstracta, que los
alejaría del sentido verdadero de las Escrituras, pues este sentido no puede
separarse de su finalidad, que consiste en poner a los creyentes en relación
personal con Dios.
EL NUEVO DOCUMENTO DE LA PONTIFICIA COMISIÓN BíBLICA
12. En
esta perspectiva -según la Providentissimus Deus- «se abre para
el trabajo personal de cada exegeta un campo vasto de investigación» (Enchiridion
biblicum, 109). Cincuenta años después, la Divino afflante Spiritu
renovaba, con términos diferentes, la misma comprobación estimulante: «Quedan,
pues, muchos puntos, y algunos muy importantes, en cuya discusión y explicación
la penetración de espíritu y los talentos de los exegetas católicos pueden y
deben ejercerse libremente» (Enchiridion biblicum, 565).
Lo que era
verdad en 1943 sigue siéndolo en nuestros días, porque el progreso de las
investigaciones ha aportado soluciones a ciertos problemas al mismo tiempo ha
planteado nuevas cuestiones, que es preciso estudiar. En la exégesis, como en
las demás ciencias, cuanto más se desplaza la frontera de lo desconocido, tanto
más se ensancha el campo de exploración. No habían transcurrido cinco años de
la publicación de la Divino afflante Spiritu, cuando el descubrimiento
de los manuscritos de Qumrâm arrojaron nueva luz sobre un gran número de
problemas bíblicos y abrieron otros campos de investigación. A continuación,
se hicieron muchos descubrimientos, y se crearon nuevos métodos de
investigación y de análisis.
13. Este
cambio de situación ha hecho necesario un nuevo examen de los problemas. La
Pontificia Comisión Bíblica se ha aplicado a este cometido, y hoy presenta el
fruto de su trabajo, titulado La interpretación de la Biblia en la
Iglesia.
Lo que
impresiona a simple vista en este documento es la apertura de espíritu con
que ha sido concebido. Se pasa revista a los métodos, los enfoques y las
lecturas realizadas hoy en la exégesis y, a pesar de algunas reservas a veces
graves que hay que expresar, se admite en casi todos ellos la presencia de
elementos válidos para una interpretación integral del texto.
En efecto,
la exégesis católica no tiene un método de interpretación propio y exclusivo
sino que, partiendo de la base histórico-crítica, sin presupuestos filosóficos
u otros contrarios a la verdad de nuestra fe, aprovecha todos los métodos
actuales, buscando en cada uno de ellos la semilla del Verbo.
14. Otro
rasgo característico de esta síntesis es su equilibrio y su
moderación. En su interpretación de la Biblia, sabe armonizar la diacronía
y la sincronía, reconociendo que las dos se completan y son indispensables
para que surja toda la verdad del texto y satisfaga las exigencias legítimas
del lector moderno.
Más
importante aún es el hecho de que la exégesis católica no centra su atención
únicamente en los aspectos humanos de la revelación bíblica, error en que a
veces cae el método histórico-crítico, ni en los aspectos divinos, como
pretende el fundamentalismo. Al contrario, se esfuerza por poner de relieve
todos esos aspectos, unidos en la «condescendencia» divina (Dei Verbum,
13), que está en la base de toda la
Escritura.
15. Por
último, es posible descubrir el énfasis que este documento pone en el hecho de
que la palabra bíblica operante se dirige universalmente, en el
tiempo y en el espacio, a toda la humanidad. Si «la palabra de Dios... se
hace semejante al lenguaje humano» (Dei Verbum, 13), es para que todos
la entiendan. No debe permanecer lejana, «porque... no es superior a tus
fuerzas, ni está fuera de tu alcance... Sino que está bien cerca de ti, está en
tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica» (cfr. Deut 30, 11.14).
Este es el
objetivo de la interpretación de la Biblia. Si la tarea primordial de la
exégesis estriba en alcanzar el sentido auténtico del texto sagrado o sus
diferentes sentidos, es necesario que luego comunique ese sentido al
destinatario de la Sagrada Escritura que es, en la medida de lo posible, toda
persona humana.
La Biblia
ejerce su influencia a lo largo de los siglos. Un proceso constante de
actualización adapta la interpretación a la mentalidad y al lenguaje
contemporáneos. El carácter concreto e inmediato del lenguaje bíblico facilita
en gran medida esa adaptación, pero su arraigo en una cultura antigua suscita
algunas dificultades. Por tanto, es preciso volver a traducir constantemente el
pensamiento bíblico al lenguaje contemporáneo, para que se exprese de una
manera adaptada a sus oyentes. En cualquier caso, esta traducción debe ser fiel
al original, y no puede forzar los textos para acomodarlos a una lectura o a un
enfoque que esté de moda en un momento determinado. Hay que mostrar todo el
resplandor de la palabra de Dios, aun cuando esté «expresada en palabras
humanas» (Dei Verbum, 13).
La Biblia
está difundida hoy en todos los continentes v en todas las naciones. Pero, para
que su acción sea profunda, es necesario que se dé una inculturación
según el espíritu propio de cada pueblo. Las naciones menos influenciadas por
las desviaciones de la civilización occidental moderna comprenderán, tal vez,
con mayor facilidad el mensaje bíblico que aquellas que ya son casi insensibles
a la acción de la palabra de Dios a causa de la secularización y de los excesos
de la desmitologización.
En nuestro
tiempo se requiere un gran esfuerzo, no sólo por parte de los estudiosos y los
predicadores, sino también de los divulgadores del pensamiento bíblico: deben
utilizar todos los medios posibles -y hoy disponen de muchos-, a fin de que el
alcance universal del mensaje bíblico se reconozca ampliamente y su eficacia
salvífica se manifieste por doquier.
Gracias a
este documento, la interpretación de la Biblia en la Iglesia puede hallar un
impulso nuevo para bien del mundo entero, para hacer resplandecer la ver~ dad y
exaltar la caridad en el umbral del tercer milenio.
CONCLUSION
16. Al
terminar, tengo la alegría de poder dar las gracias y alentar, como mis
predecesores León XIII y Pío XII, a los exegetas católicos y, en particular, a
vosotros, los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica.
Os
agradezco cordialmente el trabajo excelente que lleváis a cabo al servicio de
la palabra de Dios y del pueblo de Dios: trabajo de investigación, de enseñanza
y de publicación; ayuda prestada a la teología, a la liturgia de la Palabra y
al ministerio de la predicación; iniciativas que favorecen el ecumenismo y las
buenas relaciones entre cristianos y judíos; y participación en los esfuerzos
de la Iglesia por responder a las aspiraciones y a las dificultades del mundo
moderno.
A esto
añado mi aliento afectuoso para la nueva etapa que es preciso recorrer. La
complejidad creciente de esta tarea requiere los esfuerzos de todos y una
amplia elaboración interdisciplinar. En un mundo en que la investigación
científica se vuelve cada vez más importante en muchos campos, es indispensable
que la ciencia exegética se sitúe en un nivel adecuado. Es uno de los aspectos
de la inculturación de la fe, que forma parte de la misión de la Iglesia, en
unión con la aceptación del misterio de la encarnación.
Que Cristo
Jesús, Verbo de Dios encarnado, que abrió la inteligencia de sus discípulos a
la comprensión de la Escritura (Lc 24, 45), os guíe en vuestras
investigaciones. Que la virgen María os sirva de modelo no sólo por su
docilidad generosa a la palabra de Dios, sino también, e primer lugar, por su
modo de recibir todo lo que se le dijo. San Lucas nos refiere que María
meditaba en su corazón las palabras divinas y los acontecimientos que se
producían, «symballousa en tê kardia autês» (Lc 2, 19). Por su
aceptación de la palabra, es modelo y madre de los discípulos (cfr. Jn 19, 27).
Así pues, que ella os enseñe aceptar plenamente la palabra de Dios en la
investigación intelectual y en toda vuestra vida.
Os imparto
de todo corazón mi bendición apostólica para que vuestro trabajo y vuestra
acción contribuyas cada vez más a hacer resplandecer la luz de la Sagrada
Escritura.
PREFACIO
AL DOCUMENTO
DE
LA COMISION BIBLICA
El estudio
de la Biblia es, de algún modo, el alma de la teología, dice el Concilio
Vaticano II (Dei Verbum, 24), en conexión con una frase de León XIII.
Tal estudio no está nunca completamente concluido: cada época tendrá que buscar
nuevamente, a su modo, la comprensión de los libros sagrados. En la historia de
la interpretación, el surgimiento del método histórico-crítico significó el comienzo
de una nueva época. Con él se abrían nuevas posibilidades de comprender la
palabra bíblica en su sentido original. Como todas las cosas humanas, también
este método implica riesgos, a pesar de sus positivas posibilidades: la
búsqueda del sentido original puede conducir a trasponer completamente la
palabra en el pasado, de modo que no se la perciba ya en su dimensión presente.
Puede conducir a que solamente la dimensión humana de la palabra aparezca como
real, mientras el verdadero autor, Dios, se escapa a la percepción de un método
que ha sido elaborado precisamente para la comprensión de cosas humanas. La
aplicación de un método «profano» a la Biblia debía de suscitar
confrontaciones.
Todo lo
que contribuye a reconocer mejor la verdad, y a disciplinar las propias
perspectivas, es una valiosa ayuda para la teología. En tal sentido era justo
que el método tuviera acceso al trabajo de aquella. Todos los límites de
nuestro horizonte, que nos impiden mirar y escuchar más allá de lo meramente humano,
deben ser superados. Así, el surgimiento del método histórico-crítico ha puesto
en movimiento un esfuerzo para determinar sus alcances y su estructura, que de
ningún modo está concluido aún.
En este
esfuerzo, el Magisterio de la Iglesia católica ha tomado posición más de una
vez con importantes documentos. Primeramente León XIII, con la encíclica Providentissimus
Deus del 18 de noviembre de 1893, ha señalado algunas marcas en el mapa de
la exégesis. En la época de la aparición de un liberalismo extremadamente
seguro de sí mismo y hasta dogmático, León XIII se expresaba de manera
prevalentemente crítica, sin excluir, sin embargo, lo positivo de las nuevas
posibilidades. Cincuenta años más tarde, Pío XII, en su encíclica Divino
afflante Spiritu del 30 de septiembre de 1943, y sobre el fundamento del
trabajo de grandes exegetas católicos, animaba positivamente a hacer
fructificar los métodos modernos para la comprensión de la Biblia. La
constitución del Concilio Vaticano II, Dei Verbum, del 18 de noviembre
de 1965, sobre la divina revelación, retornó todas estas enseñanzas, y nos ha
dejado una síntesis entre las perspectivas permanentes de la teología de los
Padres y los nuevos logros metodológicos de la era moderna, que continúa siendo
vigente,
Entre tanto,
el horizonte metodológico del trabajo exegético se ha ampliado de un modo tal,
como no era previsible hace treinta años. Nuevos métodos y nuevos acercamientos
se ofrecen, desde el estructuralismo hasta la exégesis materialista,
psicoanalítica y liberacionista. Por otra parte, hay también nuevos intentos de
recuperar los métodos de la exégesis de los Padres de la Iglesia, y de explotar
formas renovadas de una exposición espiritual de la Escritura.
La
Pontificia Comisión Bíblica ha considerado un deber, cien años después de Providentissimus
Deus y cincuenta años después de Divino afflante Spiritu, procurar
definir una posición de exégesis católica en la situación presente. La
Pontificia Comisión Bíblica no es, conforme a su nueva estructura después del
Concilio Vaticano II, un órgano del Magisterio, sino una comisión de
especialistas que, como exegetas creyentes, y conscientes de su
responsabilidad científica y eclesial, toman posición frente a problemas
esenciales de la interpretación de la Escritura, apoyados por la confianza que
en ellos deposita el Magisterio.
De este
modo ha surgido el presente documento, que propone una visión de conjunto bien
fundada sobre el panorama de los métodos presentes, y ofrece así orientación
sobre las posibilidades y límites de estos caminos. Suponiendo todo esto, el
documento se pregunta luego cómo se puede reconocer el sentido de la Escritura,
ese sentido en el cual se compenetran la palabra humana y la palabra divina, el
carácter único del acontecimiento histórico y el carácter permanente de la
palabra eterna, contemporánea a todo momento. La palabra bíblica viene desde un
pasado real, pero no solamente desde el pasado, sino al mismo tiempo desde la
eternidad de Dios. Nos conduce hacia la eternidad de Dios, pero, una vez más,
por el camino del tiempo, al cual corresponden pasado, presente y futuro.
Creo que
el documento es verdaderamente útil para resolver la gran cuestión del camino
justo para comprender la Sagrada Escritura, y ofrece elementos que nos hacen avanzar
en nuestra comprensión. El documento retoma las líneas de las encíclicas de
1893 y 1943 y las prolonga fructuosamente.
A los
miembros de la Comisión Bíblica quisiera agradecer por la tarea, paciente y con
frecuencia fatigosa, en la cual el texto ha crecido poco a poco. Auguro una
amplia divulgación al documento, de modo que sea una colaboración eficiente en
la búsqueda de una apropiación más profunda de la palabra de Dios en la Sagrada
Escritura.
Roma,
en la fiesta del evangelista san Mateo, 1993.
I. METODOS
Y ACERCAMIENTOS
PARA
LA INTERPRETACION
A. METODO HISTORlCO-CRITlCO
El método
histórico-crítico es el método indispensable para el estudio científico del
sentido de los textos antiguos. Puesto que la Sagrada Escritura, en cuanto
«palabra de Dios en lenguaje humano», ha sido compuesta por autores humanos en
todas sus partes y todas sus fuentes, su justa comprensión no solamente admite
como legítima, sino que requiere la utilización de este método.
1. Historia del método
Para
apreciar correctamente este método en su estadio actual, conviene echar una
mirada sobre su historia. Algunos elementos de este método de interpretación
son muy antiguos. Han sido utilizados en la antigüedad por los comentaristas
griegos de la literatura clásica, y más tarde, en el período patrístico, por
autores como Orígenes, Jerónimo y Agustín. El método estaba entonces menos
elaborado. Sus formas modernas son el resultado de perfeccionamientos,
aportados sobre todo a partir de los humanistas del Renacimiento y su recursus
ad fontes. Mientras la crítica textual del Nuevo Testamento no pudo
desarrollarse como disciplina científica sino a partir de 1800, después de
producirse el distanciamiento del Textus receptus, los comienzos de la crítica
literaria se remontan al siglo XVII, con la obra de Richard Simon, que
llamó la atención sobre los duplicados, las divergencias en el contenido y las
diferencias de estilo observables en el Pentateuco; constataciones
difícilmente conciliables con la atribución de todo el texto a un autor único,
Moisés. En el siglo XVIII, Jean Astruc se contentaba aún con la explicación de
que Moisés se había servido de diferentes fuentes (sobre todo de dos fuentes
principales) para componer el libro del Génesis. Después, la crítica rechazó
cada vez más decididamente la atribución a Moisés de la composición del
Pentateuco. La critica literaria se identificó largo tiempo con el esfuerzo por
discernir en los textos fuentes diferentes. Se desarrolló así, en el siglo
XIX, la hipótesis de los «documentos», que procura explicar la redacción del
Pentateuco. Cuatro documentos, en parte paralelos entre ellos, pero que
provienen de épocas diferentes, se habrían fusionado: el yavista (Y), el
elohista (E), el deuteronomista (D) y el sacerdotal (P: del alemán «Priester»,
«sacerdotes»). De este último se habría servido el redactor final para
estructurar el conjunto. De modo análogo, para explicar las convergencias y
las divergencias constatadas entre los tres evangelios sinópticos, se recurrió
a la hipótesis de las «dos fuentes», según la cual los evangelios de Mateo y
Lucas habrían sido compuestos a partir de dos fuentes principales: el evangelio
de Marcos, v una colección de palabras de Jesús (llamada Q, del alemán
«Quelle», «fuente»). En lo esencial, estas dos hipótesis tienen aún vigencia en
la exégesis científica, aunque sean objeto de contestación.
En el
deseo de establecer la cronología de los textos bíblicos, este género de
crítica literaria se limitaba a un trabajo de distinción y estratificación para
distinguir las diferentes fuentes, y no otorgaba suficiente atención a la
estructura final del texto bíblico y al mensaje que expresa en su estadio
actual (se mostraba así poca estima por las obras de los redactores). Por esto,
la exégesis histórico-crítica podía aparecer como disolvente y destructiva,
tanto más, que algunos exegetas, bajo la influencia de la historia comparada de
las religiones, tal como se practicaba entonces, o partiendo de concepciones
filosóficas, emitían juicios negativos sobre la Biblia.
Hermann
Gunkel liberó el método del ghetto de la crítica literaria comprendida de este
modo. Aunque continuaba considerandolos libros del Pentateuco como
compilaciones, dedicó su atención a la textura particular de las diferentes
unidades. Procuró definir el género de cada una (por ejemplo, «leyenda» o
«himno») y su ambiente de origen o «Sitz im Leben» (por ejemplo, situación
jurídica, litúrgica, etc.). Con esta investigación de los géneros literarios
está emparentado el «estudio crítico de las formas» (»Fornigeschichte»),
inaugurado en la exégesis de los sinópticos por Martín Dibelius y Rudolph
Bultniann. Este último integró en los estudios de la «Formgeschichte» una
hermenéutica bíblica inspiada por la filosofía existencialista de Martín Heidegger.
E1 resultado fue que la Formgeschichte suscitó frecuentemente serias reservas.
Pero este método, en sí mismo, a dado como resultado manifestar más claramente
que la tradición neotestamentaria tiene su origen y ha tomado su forma en la
primera comunidad cristiana, pasando de la predicación de Jesús mismo a la
predicación que proclama que Jesús es el Cristo. A la «Formgeschichte» se ha
añadido la «Redaktionsgeschichte», «estudio crítio de la redacción».
Este procura poner en claro la contribución personal de cada evangelista, y las
orientaciones teológicas que han guiado su trabajo de redación. Con la
utilización de este último método, la serie de diferentes etapas del método
histórico-crítico ha quedado más completa: de la crítica textual se pasa a una
crítica literaria que descompone (búsqueda de las fuentes), luego a un estudio
crítico de las formas; por último a un análisis de la redacción, atenta al
texto en su composición. Es así posible una comprensión más precisa de la
intención de los autores y redactores de la Biblia, así como del mensaje que
han dirigido a los primeros destiatarios. El método histórico-crítico ha
adquirido de este modo una importancia de primer orden.
2. Principios
Los
principios fundamentales del método histórico-crítico en su forma clásica son
los siguientes:
Es un
método histórico, no solamente porque se aplica a textos antiguos -en
este caso los de la Biblia- y porque se estudia su alcance histórico, sino
también y sobre todo, porque procura dilucidar los procesos históricos de
producción del texto bíblico, procesos diacrónicos a veces complicados y de
larga duración. En las diferentes etapas de su producción, los textos de la
Biblia se dirigen a diferentes categorías de oyentes o de lectores, que se
encontraban en situaciones espacio-temporales diferentes.
Es un
método crítico, porque opera con la ayuda de criterios científicos tan
objetivos como sea posible en cada uno de sus pasos (de la crítica textual al
estudio crítico de la redacción), para hacer accesible al lector moderno el
sentido de los textos bíblicos, con frecuencia difícil de captar.
Es un
método analítico que estudia el texto bíblico del mismo modo que todo otro
texto de la antigüedad, y lo comenta como lenguaje humano. Sin embargo, permite
al exegeta, sobre todo en el estudio crítico de la redacción de los textos,
captar mejor el contenido de la revelación divina.
3. Descripción
En el
estadio actual de su desarrollo, el método histórico-crítico recorre las etapas
siguientes:
La crítica
textual, practicada desde hace mucho tiempo, abre la serie de operaciones
científicas. Apoyándose sobre el testimonio de los manuscritos más antiguos y
mejores, así como sobre el de los papiros, de las traduciones antiguas y de la
patrística, procura, según reglas determinadas, establecer un texto bíblico tan
próximo al texto original como sea posible.
El texto
es sometido entonces a un análisis lingüístico (morfología y sintaxis) y
semántico, que utiliza los conocimientos obtenidos gracias a los estudios de
filología histórica. La crítica literaria se esfuerza luego por discerir el
comienzo y el final de las unidades textuales, grandes y pequeñas, y de
verificar la coherencia interna de los textos. La existencia de duplicados, de
divergencias irreconciliables y de otros indicios manifiesta el carácter
compuesto de algunos textos, que se dividen entonces en pequeñas unidades, de
las cuales se estudia su posible pertenencia a fuentes diferentes. La crítica
de los géneros procura determinar los géneros literarios, su ambiente de
origen, sus rasgos específicos y su evolución. La crítica de las tradiciones
sitúa los textos en las corrientes de tradición, de las cuales procura precisar
la evolución en el curso de la historia. Finalmente, la crítica de la redacción
estudia las modificaciones que los textos han sufrido antes de quedar fijados
en su estadio final y analiza ese estadio final, esforzándose por discernir las
orientaciones que le son propias. Mientras las etapas precedentes han procurado
explicar el texto por su génesis, en una perspectisva diacrónica, esta última
etapa se concluye con un estudio sincrónico: se explica allí el texto en sí
mismo, gracias a las relaciones mutuas de sus diversos elementos,
considerándolos bajo su aspecto de mensaje comunicado por el autor a sus
contemporáneos. La función pragmática del texto puede ser tomada entonces en
consideración.
Cuando los
textos pertenecen a un género literario histórico o están en relación con
acontecimientos de la historia, la crítica histórica completa la crítica
literaria, para precisar el alcance histórico, en el sentido moderno de la
expresión, de los textos estudiados.
De este
modo quedan en claro las diferentes etapas el concreto desarrollo de la
revelación bíblica.
4. Evaluación
¿Qué valor
se debe acordar al método histórico-crítico, en particular en el actual
estadio de su evolución?
Es un
método que, utilizado de modo objetivo, no implíca de por sí ningún a
priori. Si su uso se acompaña de tales a priori no es debido al método
mismo, sino a opciones hermenéuticas que orientan la interpretación y pueden
ser tendenciosas.
Orientado
en sus orígenes en el sentido de la crítica de las fuentes y de la historia de
las religiones, el método ha abierto un nuevo acceso a la Biblia, mostrando que
es una colección de escritos, y que con frecuencia, en particular los del
Antiguo Testamento, no son la creación de un autor único, sino que han tenido
una larga prehistoria, indisolublemente ligada a la historia de Israel o a la
historia de la Iglesia primitiva. Precedentemente, la interpretación judía o
cristiana de la Biblia no tenía una clara conciencia de las condiciones
históricas concretas y diversas en las cuales la palabra de Dios estaba
enraizada, sino un conocimiento global y lejano. La confrontación de la
exégesis tradicional con un acercamiento científico, que, en sus comienzos,
conscientemente hacía abstracción de la fe y a veces se oponía a ella, fue
ciertamente dolorosa. Pero se reveló seguidamente, provechosa. Una vez que el método
se liberó de prejuicios extrínsecos, condujo a una comprensión más exacta de la
verdad de la Sagrada Escritura (cfr. Dei Verbum, 12). Según Divino
afflante Spiritu, la búsqueda del sentido literal de la Escritura
es una tarea esencial de la exégesis, y para llevarla a término es necesario
determinar el género histórico de los textos (cfr. Enchiridion Biblicium
560). Esto se realiza con la ayuda del método histórico~crítico.
Ciertamente,
el uso clásico del método histórico-crítico manifiesta límites, porque se
restringe a la búsqueda del sentido del texto bíblico en las circunstancias
históricas de su producción, y no se interesa por las otras posibilidades de
sentido que se manifiestan en el curso de las épocas posteriores de la
revelación bíblica y de la historia de la Iglesia. Sin embargo, este método ha
contribuido a la producción de obras de exégesis y de teología bíblica de gran
valor.
Desde hace
mucho tiempo se ha renunciado a amalgamar el método con un sistema filosófico.
Recientemente, una tendencia exegética ha inclinado el método en el sentido de
una insistencia predominante sobre la forma del texto, con menor atención a su
contenido. Pero esta tendencia ha sido corregida, gracias a la contribucion de
una semántica diferenciada (semántica de las palabras, de las frases, del
texto) y al estudio del aspecto pragmático de los textos.
Se debe
reconocer que la inclusión en el método de un análisis sincrónico de los textos
es legítima, porque es el exto en su estadio final, y no una redacción
anterior, el que es expresión de la palabra de Dios. Pero el estudio diacrónico
continúa siendo indispensable para captar el dinamismo histórico que anima la
Sagrada Escritura, y para manifestar su rica complejidad: por ejemplo, el
código de la Alianza (Ex. 21-23) refleja un estadio político, social y
religioso de la sociedad israelita diferente del que reflejan las otras
legislaciones conservadas en el Deuteronomio (Deut. 12-26) y en el Levítico
(código de santidad. Lev. 17-26). A la tendencia historicizante que se podría
reprochar a la antigua exégesis histórico-crítica, no debería suceder el exceso
inverso, el olvido de la historia, por parte de una exégesis exclusivamente
sincrónica.
En
definitiva, la finalidad del método histórico-crítio es dejar en claro, de
modo sobre todo diacrónico, el sentido expresado por los autores y redactores.
Con la ayuda de otros métodos y acercamientos, él ofrece al lector moderno el
acceso a la significación de la Biblia, tal como la tenemos.
B. NUEVOS METODOS DE ANALISIS LITERARIO
Ningún
método científico para el estudio de la Biblia está en condiciones de
corresponder a toda la riqueza de los textos bíblicos. Cualquiera que sea su
validez, el método histórico-crítico no puede bastar. Deja forzosaente en la
sombra numerosos aspectos de los escritos que estudia. No es de admirarse,
pues, si actualmente se roponen otros métodos y acercamientos para profunizar
tal o cual aspecto digno de atención.
En este
apartado B, presentaremos algunos métodos de análisis literario que se han
desarrollado recienteente. En los apartados siguientes (C, D, E), examinaremos
brevemente diferentes acercamientos, algunos de los cuales tienen relación con
el estudio de la tradición, otros con las «ciencias humanas», otros con
situaciones contemporáneas particulares. Consideraremos finalmente (F) la
lectura fundamentalista de la Biblia, que rechaza todo esfuerzo metódico de
interpretación.
Aprovechando
los progresos realizados en nuestro tiempo por los estudios lingüísticos y
literarios, la exégesis bíblica utiliza cada vez más métodos nuevos de análisis
literario, en particular el análisis retóríco, el análisis narrativo y el
análisis semiótico.
1. Análisis
retórico
En
realidad, el análisis retórico no es en si mismo un método nuevo. Nuevo es, sin
embargo, por una parte, su uso sistemático para la interpretación de la Biblia,
y por otra, el nacimiento y el desarrollo de una «nueva retórica».
La retórica
es el arte de componer un discurso persuasivo. Puesto que todos los textos bíblicos
son en algún grado textos persuasivos, un cierto conocimiento de la retórica
forma parte del instrumentario normal del exegeta. El análisis retórico debe
ser conducido de modo crítico, ya que la exégesis cientffica es una tarea que
se somete necesariamente a las exigencias del espíritu crítico.
Muchos
estudios bíblicos recientes han acordado una gran atención a la presencia de la
retórica en la Escritura. Se pueden distinguir tres acercamientos diferentes:
el primero se apoya sobre la retórica clásica greco-latina; el segundo se
preocupa de los procedimientos semíticos de composición; el tercero se inspira
en las investigaciones modernas llamadas «nueva retórica».
Toda
situación de discurso comporta la presencia de tres elementos: el orador (o autor),
el discurso (o texto), el auditorio (o destinatario). La retórica clásica
distingue, en consecuencia, tres factores de persuasión que contribuyen a la
cualidad de un discurso: la autoridad el orador, la argumentación del discurso
y, las emociones que suscita en el auditorio. La diversidad de situaciones y
de auditorios influye grandemente sobre el modo de hablar. La retórica clásica,
desde Aristóteles, admite la distinción de tres géneros de elocuencia: el
género judicial (delantede los tribunales), el deliberativo (en las asambleas
políticas), y el demostrativo (en las celebraciones).
Constatando
la enorme influencia de la retórica en la cultura helenística, un número
creciente de exegetas utiliza los rasgos de la retórica clásica para analizar
mejor ciertos, aspectos de los escritos bíblicos, sobre todo del Nuevo
Testamento.
Otros
concentran su atención sobre los rasgos específios de la tradición
literaria bíblica. Enraizada en la cultura semítica, ésta manifiesta un
gusto pronunciado por las composiciones simétricas, gracias a las cuales se
establecen relaciones entre los diferentes elementos del texto. El estudio de
múltiples formas de paralelismo y de otros procedimientos semíticos de
composición debería permitir discernir mejor la estructura literaria de los
textos y llegar así a la mejor comprensión de su mensaje.
Desde un
punto de vista más general, la «nueva retórica» quiere ser algo más que un
inventario de figuas de estilo, de artificios oratorios y de tipos de
discurso. Ella investiga por qué tal uso específico del lenguaje es eficaz y
llega a comunicar una convicción. Quiere ser «realista», rehusando limitarse al
simple análisis formal. Otorga a la situación del debate la debida atención.
Estudia el estilo y la composición como medios de ejercitar una acción sobre el
auditorio. Con esta finaliad, aprovecha los aportes recientes de disciplinas
como a lingüística, la semiótica, la antropología y la socioloía.
Aplicada a
la Biblia, la «nueva retórica» quiere penetrar en el corazón del lenguaje de
la revelación en cuanto lenguaje religioso persuasivo y medir su impacto en el
contexto social de la comunicación.
Porque
aportan un enriquecimiento al estudio crítico de los textos, los análisis
retóricos merecen mucha estima, sobre todo sus recientes profundizaciones.
Ellos reparan una negligencia que ha durado largo tiempo, y permiten descubrir
o ponen más en claro perspectivas originales.
La «nueva
retórica» tiene razón de llamar la atención sobre la capacidad persuasiva y
convincente del lenguaje. La Biblia no es simplemente un enunciado de verdades.
Es un mensaje dotado de una función de comunicación en un cierto contexto, un
mensaje que comporta un dinamismo de argumentación y una estrategia retórica.
Los
análisis retóricos tienen, sin embargo, sus límites. Cuando se contentan con
ser descriptivos, sus resultados no tienen frecuentemente más que un interés
estilístico. Fundamentalmente sincrónicos, no pueden pretender constituir un
método independiente que se bastaría a sí mismo. Su aplicación a los textos
bíblicos suscita más de una cuestión: ¿pertenecían los autores de estos textos
a los medios más cultivados? ¿Hasta qué punto han seguido las reglas de la
retórica para componer sus escritos? ¿Qué retórica es más pertinente para el
análisis de tal escrito determinado: la greco-latina o la semítica? ¿No se
corre el peligro de atribuir a ciertos textos bíblicos una estructura retórica
demasiado elaboada? Estas preguntas -y otras- no deben disuadir de emplear
este género de análisis. Ellas invitan solamente no recurrir a él sin
discernimiento.
2. Análisis narrativo
La
exégesis narrativa propone un método de comrensión y de comunicación del
mensaje bíblico que corresponde a las formas de relato y de testimonio,
modalidades fundamentales de la comunicación entre personas humanas,
características también de la Sagrada Escritura. El Antiguo Testamento, en
efecto, presenta una historia de salvación cuyo relato eficaz se convierte en
sustancia de la profesión de fe, de la liturgia y de la catequesis (cfr.
Sal.78, 3-4; Ex. 12, 24-27; Deut. 6, 20-25; 26, 5-11). Por su arte, la
proclamación del kerígma cristiano comprende la secuencia narrativa de la vida,
de la muerte y de la resurrección de Jesucristo, acontecimientos de los cuales
los evangelios nos ofrecen el relato detallado. La catequesis se presenta
también bajo forma narrativa (cfr. 1 Cor. 11, 23-25).
A
propósito del acercamiento narrativo, conviene distinguir método de análisis, y
reflexión teológica.
Numerosos métodos
de análisis se proponen actualente. Algunos parten del estudio de modelos
narratios antiguos. Otros se apoyan sobre tal o cual «narratología» actual,
que puede tener puntos comunes con la semiótica. Particularmente atento a los
elementos del texto que conciernen a la intriga, a los personajes y al punto de
vista tomado por el narrador, el análisis narravo estudia el modo cómo se
cuenta un historia para implicar al lector en el «mundo del relato» y en su
istema de valores.
Varios
métodos introducen una distinción entre «autor real» y «autor implícito»,
«lector real» y «lector implícito». El «autor real» es la persona que ha
compuesto el relato. «Autor implícito» designa la imagen de autor (con su
cultura, su temperamento, sus tendencias, su fe, etc.) que el texto engendra
progresivamente en el curso de la lectura. Se llama «lector real» toda persona
que tiene acceso al texto, desde los primeros destinatarios que lo han leído o
escuchado leer hasta los lectores o auditores de hoy. Por «lector imlícito» se
entiende aquél que el texto presupone y produce, que es capaz de efectuar las
operaciones mentales afectivas requeridas para entrar en el mundo del relato, y
de responder del modo pretendido por el autor real a través el autor implícito.
Un texto
sigue ejerciendo su influencia en la medida en que los lectores reales (por
ejemplo, nosotros mismos, al final del siglo XX) pueden identificarse con el
lector imlícito. Una de las tareas mayores de la exégesis es facilitar esta
identificación.
Con el
análisis narrativo se relaciona una manera nueva de areciar el alcance de los
textos. Mientras el método histórico-crítico considera más bien el texto como
una «ventana», que permite entregarse a observaciones sobre tal o cual época
(no solamente sobre los hechos narrados, sino también sobre la situación de la
comunidad para la cual han sido narrados), el análisis narrativo subraya que el
texto funciona igualmente como un «espejo», en el sentido de presentar una
cierta imagen de mundo -el «mundo del relato»-, que ejerce su influjo sobre los
modos de ver del lector y lo lleva a adoptar ciertos valores más bien que
otros.
A este
género de estudio, típicamente literario, se asocia la reflexión teológica,
que considera las consecuencias que comporta, para la adhesión a la fe, la
naturaleza del relato -y por tanto el testimonio- de la Sagrada Escritura, y
deduce de allí una hermenéutica práctica y pastoral. Se reacciona así contra la
reducción del texto inspirado a una serie de tesis teológicas, frecuentemente
formuladas según categorías y lenguaje no escriturísticos. Se pide a la
exégesis narrativa rehabilitar, en contextos históricos nuevos, los modos de
comunicación y de significación propios del relato bíblico, a fin de abrir
mejor el camino a su eficacia para la salvación. Se insiste sobre la necesidad
de «narrar la salvación» (aspecto «informativo» del relato), y de «narrar en
vista de la salvación» (aspecto «performativo»). El relato bíblico, en efecto,
contiene explícita o implícitamente, según los casos, una llamada existencial
dirigida al lector.
Para la
exégesis de la Biblia, el análisis narrativo presenta una utilidad evidente,
porque corresponde a la naturaleza narrativa de un gran número de textos
bíblicos. Puede contribuir a facilitar el paso, frecuentemente dificil, del
sentido del texto en su contexto histórico tal como el todo histórico-crítico
procura definirlo, al alcance del texto para el lector de hoy. Como
contrapartida, la distinón entre «autor real» y «autor implícito» aumenta la
comlejidad de los problemas de interpretación.
Cuando se
aplica a los textos de la Biblia, el análisis narrativo no puede contentarse
con aplicar modelos preestablecidos. Mas bien debe esforzarse por corresponder
a su carácter específico. Su acercamiento sincrónico a los textos exige ser
completado por estudios diacrónicos. El análisis narrativo debe cuidarse, por
otra parte, de una posible tendencia a excluir toda elaboración doctrinal de
los datos que contienen los relatos de la Biblia. Se encontraría en tal caso en
desacuerdo con la tradición bíblica misma, que practica este género de
elaboración, y con la tradición eclesial, que ha continuado por este camino.
Conviene notar, finalmente, que no se puede considerar la eficacia existencial
subjetiva de la palabra de Dios trasmitida narrativamente como un criterio
suficiente de la verdad de su comprensión.
3. Análisis semiótíco
También
entre los métodos llamados sincrónicos, que se concentran sobre el estudio del
texto bíblico en su estadio final, se sitúa el análisis semiótico, que desde
hace unos veinte años se ha desarrollado notablemente en algunos ambientes.
Llamado inicialmente con el término general de «estructuralismo», este método
puede reclamar como su fundador el lingüista suizo Ferdinand de Saussure,
quien, al comienzo de este siglo, elaboró la teoría de que toda lengua es un
sistema de relaciones, que obedece a reglas determinadas. Muchos lingüistas y
literatos han tenido una señalada influencia en la evolución del método. La
mayor parte de los biblistas que utilizan la semiótica para el estudio de la
Biblia siguen a Algirdas J. Greimas y la escuela de París, de la cual es el
fundador. Acercamientos o métodos análogos, fundados sobre la lingüística
moderna, se desarrollan también en otras partes. Es el método de Greimas el que
presentaremos brevemente.
La
semiótica se apoya sobre tres principios o presupuestos principales:
Principio
de inmanencia: cada texto forma un sistema de significación; el
análisis considera todo el texto, pero solamente el texto. No recurre a datos
«exteriores», como el autor, los destinatarios, los acontecimientos narrados,
la historia de la redacción,
Principio
de estrutura del sentido: el sentido no existe sino por la relación y
en la relación, especialmente la relación de diferencia. El análisis de un
texto consiste, pues, en establecer el tejido de relaciones (de oposición, de
homologación...) entre los elementos, a partir del cual se construye el sentido
del texto.
Principio
de la gramática del texto: cada texto respeta una gramática, es decir
un cierto número de reglas o estructuras; en un conjunto de frases llamado
discurso, hay diferentes niveles, cada uno de los cuales tiene su gramática.
El
contenido global de un texto puede ser analizado en tres niveles diferentes:
El
narrativo. Se estudian, en el relato, las transformaciones que permiten pasar
del estado inicial al estado terminal. En el interior de un «itinerario
narrativo», el análisis procura descubrir las diversas fases, lógicamente
ligadas entre ellas, que marcan la transformación de un estado en otro
diferente. En cada una de estas fases, se precisan las relaciones entre los
«papeles» asumidos por los «actantes» que determinan los estados y producen
las transformaciones.
El nivel
discursivo. El análisis consiste en tres operaciones:
a)la identificación y clasificación de las figuras, es decir, de los elementos
de significación de un texto (actores, tiempos y lugares);
b) el
establecimiento de los itinerarios de cada figura en un texto para determinar
el modo cómo el texto la utiliza; c) la búsqueda de los valores
temáticos de las figuras. Esta última operación consiste en determinar «en
nombre de qué cosa» (=valor) las figuras, en un texto concreto, siguen tal
itinerario.
El nivel
lógico-semántico. Es el nivel llamado profundo. Es también el más
abstracto. Supone el postulado de que las formas lógicas y significativas
subyacen a las organizaciones narrativas y discursivas de tal discurso. El
análisis en este nivel consiste en precisar la lógica que preside las
articulaciones fundamentales de los itinerarios narrativos y figurativos en un
texto. Para lograrlo se emplea frecuentemente un instrumento llamado el
«cuadrado semiótico», figura que utiliza las relaciones entre dos términos
«contrarios» y dos «contradictorios» (por ejeniplo: blanco y negro, blanco y
no blanco, negro y no negro).
Los
teóricos del método semiótico no dejan de aportar nuevos desarrollos. Las
investigaciones actuales se centran sobre la enunciación y sobre la
intertextualidad. El método, aplicado inicialmente a los textos narrativos de
la Escritura, que se prestan más fácilmente a tal análisis, se utiliza cada vez
más para otros tipos de discursos bíblicos.
La
descripción de la semiótica presentada y sobre todo el enunciado de sus
presupuestos, dejan ya entrever los aportes y los límites de este método. La
semiótica contribuye a nuestra comprensión de la Escritura, palabra de Dios
expresada en lenguaje humano, haciéndonos más atentos a la coherencia de cada
texto bíblico como un todo, que obedece a mecanismos lingüísticos precisos.
La
semiótica no puede ser utilizada para el estudio de la Biblia si no se
distingue este método de análisis de ciertos presupuestos desarrollados en la
filosofía estructuralista es decir, la negación de los sujetos y de la
referencia extratextual. La Biblia es una Palabra sobre la realidad, que Dios
pronuncia en una historia y que nos dirige hoy por medio de autores humanos. El
acercamiento semiótico debe estar abierto a la historia: la de los actores de
los textos, primero; la de sus autores y sus lectores, después. Existe el grave
riesgo, entre quienes utilizan el análisis semiótico, de quedarse en un estudio
formal del contenido, y de no xplicitar el mensaje de los textos.
Si el
análisis semiótico no se pierde en los arcanos de un lenguaje complicado, sino
que es enseñado en términos simples y en sus elementos principales, puede dar a
los cristianos el gusto de estudiar el texto bíblico y de descubrir algunas de
sus dimensiones de sentido, sin poseer todos los conocimientos históricos que
se refieren la producción del texto y a su mundo socio-cultural. Puede también
demostrarse útil en la pastoral misma, por medio de una cierta apropiación de
la escritura en medios no especializados.
C. ACERCAMIENTOS BASADOS SOBRE LA TRADICION
Aunque se
diferencian del método histórico-crítico por una mayor atención a la unidad
interna de los textos estudiados, los métodos literarios que acabamos de presentar
permanecen insuficientes para la interpretación de la Biblia, porque consideran
cada escrito aisladamente. Pero la Biblia no se presenta como una suma de
textos desprovistos de relaciones entre ellos, sino como un conjunto de
testimonios de una misma gran tradición. Para corresponder plenamente al objeto
de su estudio, la exégesis bíblica debe teneren cuenta este hecho. Tal es la
perspectiva adoptada por varios acercamientos que se desarrollan actualmente.
1. Acercamiento canónico
Constando
que el método histórico-crítico experimenta a veces dificultades para alcanzar,
en sus conclusiones, el nivel teológico, el acercamiento canónico, nacido en
los Estados Unidos hace unos veinte años, procura conducir a buen término una
tarea teológica de interpretación, partiendo del cuadro explícito de la fe: la
Biblia en su conjunto.
Para
hacerlo interpreta cada texto bíblico a la luz del canon de las Escrituras, es
decir, de la Biblia en cuanto recibida como norma de fe por una comunidad de
creyentes. Procura situar cada texto en el interior del único designio divino,
con la finalidad de llegar a una actualización de la Escritura para nuestro
tiempo. No pretende sustituir al método histórico~crítico, sino que desea
completarlo.
Se han
propuesto dos puntos de vista diferentes:
Brevard S.
Childs centra su interés sobre la forma canónica final del texto (libro o
colección), forma aceptada por la comunidad como autoritativa para expresar su
fe y dirigir su vida.
Más que
sobre la forma final y estabilizada del texto, James A. Sanders pone su
atención en el «proceso canónico» o desarrollo progresivo de las Escrituras, a
las cuales la comunidad creyente ha reconocido una autoridad normativa. El
estudio crítico de este proceso examina como las antiguas tradiciones han sido
utilizadas en nuevos contextos, antes de constituir un todo a la vez estable y
adaptable, coherente y unificante de datos diversos, del cual la comunidad de
fe extrae su identidad. En el curso de este proceso se han puesto en acción
procedimientos hermenéuticos, y ellos continúan actuando después de la fijación
del canon. Frecuentemente son de género midrásico, que sirven para actualizar
el texto bíblico. Favorecen una constante interacción entre la comunidad y sus
escrituras, recurriendo a una interpretación que procura hacer contemporánea la
tradición.
El
acercamiento canónico reacciona con razón contra la valorización exagerada de
lo que se supone ser original y primitivo, como si ello fuera lo único
auténtico. La escritura inspirada es ciertamente la Escritura tal como la
Iglesia la ha reconocido como regla de fe. A propósito de esto se puede
insistir, sea sobre la forma final en la cual se encuentra actualmente cada uno
de los libros, sea sobre el conjunto que ellos constituyen como canon. Un libro
no es bíblico sino a la luz de todo el canon. La comunidad creyente es
efectivamente el contexto adecuado para la interpretación de los textos
canónicos. La fe y el Espíritu Santo enriquecen su exégesis. La autoridad
eclesial, que se ejerce al servicio de la comunidad, debe vigilar para que la
interpretación sea siempre fiel a la gran tradición que ha producido a los
textos (cfr. Dei Verbum, 10).
El acercamiento canónico debe enfrentar más de
un problema, sobre todo cuando procura definir el «proceso canónico». ¿A partir
de cuándo se puede decir que un texto es canónico? Parece admisible decirlo
desde que la comunidad atribuye a un texto una autoridad normativa, aún antes
de la fijación definitiva de ese texto. Se puede hablar de una hermenéutica
«canónica» mientras la repetición de las tradiciones, que se efectúa teniendo
en cuenta los aspectos nuevos de la situación (religiosa, cultural, teológica),
mantenga la identidad del mensaje. Pero se presenta una cuestión: ¿el proceso
de interpretación que ha conducido a la formación del canon debe ser reconocido
como regla de interpretación de la Escritura hasta nuestros días? Por otra
parte, las relaciones complejas entre el canon judío de las Escrituras y el
canon cristiano suscitan numerosos problemas de interpretación. La Iglesia
cristiana ha recibido como «Antiguo Testamento» los escritos que tenían
autoridad en la comunidad judío‑helenística, pero algunos de ellos están
ausentes de la Biblia hebrea, o se presentan bajo una forma diferente. El
corpus es pues diferente. Por ello, la interpretación canónica no puede ser
idéntica, porque cada texto debe ser leído en relación con el conjunto del
corpus. Pero, sobre todo, la Iglesia lee el Antiguo Testamento a la luz del
acontecimiento pascual‑la muerte y resurrección de Jesucristo‑, que aporta una
radical novedad y da, con una soberana autoridad, un sentido decisivo y
definitivo a las Escrituras (cfr. Dei Verbum, 4). Esta nueva
determinación de sentido forma parte integrante de la fe cristiana. Ella no
puede, sin embargo, quitar toda consistencia a la interpretación canónica
anterior, la que ha precedido la pascua cristiana, porque es necesario respetar
cada etapa de la historia de salvación. Vaciar el Antiguo Testamento de su
sustancia sería privar al NuevoTestamento de su enraizamiento en la historia.
2. El recurso a las tradiciones judías de
interpretación
El Antiguo
Testamento ha tomado su forma final en el judaísmo de los últimos cuatro o
cinco siglos que han precedido la era cristiana. Este judaísmo has ido también
el medio de origen del Nuevo Testamento y de la Iglesia naciente. Numerosos
estudios de historia judía antigua y especialmente las investigaciones
suscitadas por los descubrimientos de Qumran han puesto de relieve la
complejidad del mundo judío, en la tierra de Israel y en la diáspora, durante
todo este período.
Es en este
mundo donde comenzó la interpretación de la Escritura. Uno de los más antiguos
testimonios de la interpretación judía de la Biblia es la traducción griega de
los Setenta. Los Targumim arameos constituyen otro testimonio del mismo
esfuerzo, que se ha proseguido hasta nuestros días, acumulando una prodigiosa
cantidad de procedimientos técnicos para la conservación del texto del Antiguo
Testamento y para la explicación del sentido de los textos bíblicos. Desde
siempre, los mejores exegetas cristianos, a partir de Orígenes y san Jerónimo,
han procurado sacar provecho de la erudición bíblica judía, para una mejor
comprensión de la Escritura. Numerosos exegetas modernos siguen este ejemplo.
Las
tradiciones judías antiguas permiten, en particular, conocer mejor los Setenta,
la Biblia judía que se convirtió seguidamente en la primera parte de la Biblia
cristiana durante al menos los primeros cuatro siglos de la Iglesia, y en
Oriente hasta nuestros días. La literatura judía extra canónica, llamada
apócrifa o intertestamentaria, abundante y diversificada, es una fuente
importante para la interpretación del Nuevo Testamento. Los variados
procedimientos de exégesis practicados por el judaísmo de diferentes tenencias
se encuentran en el mismo Antiguo Testamento, por ejemplo en las Crónicas en
relación a los libros de los Reyes, y en el Nuevo Testamento, por ejemplo en
ciertos razonamientos escriturísticos de san Pablo. La diversidad de las formas
(parábolas, alegorías, antologías y colecciones, relecturas, pesher,
relaciones entre textos distintos, salmos e himnos, visiones, revelaciones y
sueños, composiciones sapienciales) es común al Antiguo y al Nuevo Testamento
así como a la literatura de todos los medios judíos antes y después del tiempo
de Jesús. Los Targumim y los Midrasim representan la homilética y la
interpretación bíblica de amplios sectores del judaísmo de los primeros siglos.
Numerosos
exegetas del Antiguo Testamento buscan iluminación, además, en los
comentadores, gramáticos y lexicógrafos judíos medievales y más recientes para
comprender pasajes oscuros o palabras raras y únicas. Más frecuentemente que
antes, aparecen hoy referencias a obras judías en la discusión exegética.
La riqueza
de la erudición judía puesta al servicio de la Biblia, desde sus orígenes en la
antigüedad hasta nuestros días, es una ayuda permanente de primer orden para
la exégesis de ambos Testamentos, a condición, sin embargo, de emplearla
correctamente. El judaísmo antiguo era muy diversificado. La forma farisea, que
ha prevalecido después en el rabinismo, no era la única. Los textos judíos
antiguos se escalonan a lo largo de varios siglos. Es importante, pues,
situarlos cronológicamente antes de proceder a comparaciones. Sobre todo, el
cuadro de conjunto de las comunidades judías y cristianas es fundamentalmente
diferente: del lado judío, según formas muy variadas, se trata de una religión
que define un pueblo y una práctica de vida a partir de un escrito revelado y
de una tradición oral, mientras que del lado cristiano, es la fe en el Señor
Jesús, muerto, resucitado y vivo para siempre, Mesías e Hijo de Dios, la que
reúne una comunidad. Estos dos puntos de partida crean, para la interpretación
de las Escrituras, dos contextos, que a pesar de muchos contactos y semejanzas,
son radicalmente diferentes.
3. La historia de los efectos del texto
Este
acercamiento reposa sobre dos principios: a) un texto no se convierte en
una obra literaria si no hay lectores que le dan vida, apropiándose de él;
b) esta apropiación del texto, que puede efectuarse de modo individual o
comunitario y toma forma en diferentes dominios (literario, artístico,
teológico, ascético y místico), contribuye a hacer comprender mejor el texto
mismo.
Sin ser
completamente desconocido en la antigüedad, este acercamiento se ha
desarrollado, en los estudios literarios, entre 1960 y 1970, cuando la crítica
se interesó en las relaciones entre el texto y sus lectores. La exégesis
bíblica no podría sino sacar beneficio de esta investigación, tanto más que la
hermenéutica filosófica afirma, por su parte, la necesaria distancia entre la
obra y su autor, así como entre la obra y sus lectores. En esta perspectiva, se
comenzó a introducir en el trabajo de interpretación la historia del efecto
provocado por un libro o por un pasaje de la escritura (»Winkungsgeschichte»).
Se trata de medir la evolución de la interpretación en el curso del tiempo en
función de las preocupaciones de los lectores, y de evaluar la importancia del
papel de la tradición para aclarar el sentido de los textos bíblicos.
La
confrontación del texto con sus lectores suscita una dinámica, porque el texto
ejerce un influjo y provoca reacciones, su llamada es escuchada por los
lectores individualmente o en grupos. El lector no es, por lo demás, un sujeto
aislado. Pertenece a un espacio social y se sitúa en una tradición. Viene al
texto con sus preguntas, opera una selección, propone una interpretación y
finalmente, puede crear otra obra o tomar iniciativas que se inspiran
directamente de su lectura de la Escritura.
Los
ejemplos de tal acercamiento son ya numerosos. La historia de la lectura del
Cantar de los cantares ofrece un excelente testimonio. Nos muestra cómo este
libro ha sido recibido en la época de los Padres de la Iglesia, en el ambiente
monástico latino de la Edad Media, y todavía en un místico como san Juan de la
Cruz. Permite así descubrir mejor todas las dimensiones de sentido de este
escrito. Del mismo modo, en el Nuevo Testamento, es posible y útil aclarar el
sentido de una perícopa (por ejemplo la del joven rico en Mt. 19, 16-26)
mostrando su fecundidad en la historia de la Iglesia.
Pero la
historia testimonia también la existencia de corrientes de interpretación
tendenciosas y falsas, de efectos nefastos, que impulsan, por ejemplo, al
antisemitismo o a otras discriminaciones raciales, o crean ilusiones
milenaristas. Es claro, por tanto, que este acercamiento no puede ser una
disciplina autónoma. Un discernimiento es necesario. Se debe evitar el privilegiar
tal o cual momento de la historia de los efectos de un texto para hacer de él
la única regla de su interpretación.
D. ACERCAMIENTO POR LAS CIENCIAS HUMANAS
Para
comunicarse, la palabra de Dios se enraiza en la vida de grupos humanos (cfr.
Eclo. 24, 12), y se abre camino a través de condicionamientos psicológicos de
las diversas personas que han compuesto los escritos bíblicos. Las ciencias
humanas, por tanto, en particular la sociología, la antropología y la
psicología, pueden contribuir a una mejor comprensión de algunos aspectos de
los textos. Conviene notar, sin embargo, que existen muchas escuelas, con
divergencias notables entre ellas, sobre la naturaleza misma de tales ciencias.
No obstante ello, un buen número de exegetas ha sacado provecho recientemente
de este tipo de investigaciones.
1. Acercamiento sociológico
Los textos
religiosos están ligados con relaciones recíprocas a las sociedades en las
cuales nacen. Esta constatación vale evidentemente para los textos bíblicos. En
consecuencia, el estudio crítico de la Biblia necesita un conocimiento tan
exacto como sea posible de los comportamientos sociales que caracterizan los
diferentes medios en los cuales las tradiciones bíblicas se han formado. Este
género de información socio-histórica debe ser completado por una explicación
sociológica correcta, que interpreta científicamente, en cada caso, el alcance
de las condiciones sociales de existencia.
En la
historia de la exégesis, el punto de vista sociológico ha encontrado su lugar
desde hace mucho tiempo. La atención que la «Formgeschichte» ha otorgado al
medio de origen de los textos (»Sitz im Leben») es un testimonio de ello: se
reconoce que las tradiciones bíblicas llevan la marca de los ambientes
socio-culturales que las han transmitido. En el primer tercio del siglo XX, la
escuela de Chicago estudió la situación socio-histórica de la cristiandad
primitiva dando así a la crítica histórica un impulso apreciable en esta
dirección. En el curso de los últimos veinte años (1970-1990), el acercamiento
sociológico a los textos bíblicos se ha vuelto parte integrante de la
exégesis.
Numerosas
son las cuestiones que se presentan en este campo a la exégesis del Antiguo
Testamento. Se debe preguntar, por ejemplo, cuales son las diversas formas de
organización social y religiosa que Israel ha conocido en el curso de su
historia. Para el período anterior a la formación de un estado, ¿proporciona el
modelo etnológico de una sociedad acéfala segmentaria un punto de partida
satisfactorio? ¿Cómo se ha pasado de una liga de tribus, sin gran cohesión, a
un estado organizado en monarquía, y de allí a una comunidad basada simplemente
sobre lazos religiosos y genealógicos? ¿Qué transformaciones económicas,
militares u otras, provocó en las estructura de la sociedad el movimiento de
centralización política y religiosa que condujo a la monarquía? ¿Contribuye el
estudio de las normas de comportamiento en el Antiguo Oriente y en Israel a la
comprensión del Decálogo más eficazmente que los intentos puramente literarios
de reconstrucción de un texto primitivo?
Para la
exégesis del Nuevo Testamento, las cuestiones son evidentemente diferentes.
Citemos algunas: para explicar el género de vida pre-pascual adoptado por
Jesús y sus discípulos, ¿qué valor se puede conceder a la teoría de un
movimiento de carismáticos itinerantes, que vivían sin domicilio, ni familia,
ni bienes? ¿Hay una continuidad, basada sobre la llamada de Jesús a seguirlo,
entre la actitud de desprendimiento radical, adoptada por Jesús, y la del
movimiento cristiano post-pascual, en los medios más diversos de la cristiandad
primitiva? ¿Qué sabemos acerca de la estructura social de las comunidades
paulinas, teniendo en cuenta en cada caso, la cultura urbana correspondiente?
En
general, el acercamiento sociológico da una gran apertura al trabajo exegético
comporta muchos aspectos positivos. El conocimiento de los datos sociológicos
que contribuyen a hacer comprender el funcionamiento económico, cultural y
religioso del mundo bíblico, es indispensable a la crítica histórica. La tarea
que incumbe a la exégesis, de comprender bien el testimonio de fe de la Iglesia
apostólica, no puede ser llevada a buen término de modo riguroso sin una
investigación científica que estudie las estrechas relaciones de los textos del
Nuevo Testamento con la vida social de la Iglesia primitiva. La utilización de
los modelos proporcionados por la ciencia sociológica asegura a las
investigaciones de los historiadores sobre las épocas bíblicas una notable
capacidad de renovación; pero es necesario, naturalmente, que los modelos sean
modificados en función de la realidad estudiada.
Es
oportuno señalar algunos riesgos que el exegeta corre frente al acercamiento
sociológico. En efecto, si el trabajo de la sociología consiste en estudiar
sociedades vivientes, es necesario esperar dificultades cuando se quieren
aplicar sus métodos a medios históricos que pertenecen a un lejano pasado. Los
textos bíblicos y extrabíblicos no proporcionan necesariamente una documentación
suficiente para dar una visión de conjunto de la sociedad de la época. Por lo
demás, el método sociológico tiende a conceder a los aspectos económicos e
institucionales de la existencia humana más atención que a las dimensiones
personales y religiosas.
2. Acercamiento por la antropología cultural
El
acercamiento a los textos bíblicos que utiliza las investigaciones de la
antropología cultural está en relación estrecha con el acercamiento
sociológico, La distinción de estos dos acercamientos se sitúa a la vez a nivel
de la sensibilidad, a nivel del método, y al de los aspectos de la realidad que
retienen la atención. Mientras el acercamiento sociológico -acabamos de
decirlo- estudia sobre todo los aspectos económicos e institucionales, el
acercamiento antropológico se interesa por un vasto conjunto de otros aspectos
que se reflejan en el lenguaje el arte y la religión, pero también en los
vestidos, los ornamentos, las fiestas, las danzas, los mitos, las leyendas y
todo lo que concierne a la etnografía.
En general,
la antropología cultural procura definir las características de los diferentes
tipos de personas en su medio social
-como, por ejemplo, el hombre mediterráneo-, con todo lo que ello
implica de estudio del medio rural o urbano y de atención a los valores
reconocidos por la sociedad (honor y deshonor, secreto, fidelidad, tradición,
género de educación y de escuelas); al modo como se ejerce el control social; a
las ideas sobre la familia, la casa, la relación familiar, la situación de la
mujer; a los binomios institucionales (patrón-cliente,
propietario~arrendatario, benefactor-beneficiario, hombre libre-esclavo), sin
olvidar el concepto de sagrado y profano, los tabúes, el ritual de pasaje de
una situación otra, la magia, el origen de los recursos, del poder, de la
información, etc.
Sobre la
base de los diferentes elementos, se constituyen tipologías y «modelos» comunes
a varias culturas.
Este
género de estudio puede evidentemente ser útil para la interpretación de los
textos bíblicos, y es efectivamente utilizado para el estudio de concepciones
del parentesco en el Antiguo Testamento, la posición de la mujer en la sociedad
israelita, el influjo de los ritos agrarios, etc. En los textos que presentan
la enseñanza de Jesús, por ejemplo las parábolas, muchos detalles pueden ser
clarificados gracias a este acercamiento. Lo mismo ocurre con concepciones
fundamentales, como la del reino de Dios, o con el modo de concebir el tiempo
en la historia de la salvación, así como con los procesos de aglutinamiento de
las comunidades primitivas. Este acercamiento permite distinguir los elementos
permanentes del mensaje bíblico que tienen su fundamento en la naturaleza
humana, y las determinaciones contingentes, debidas a culturas particulares.
Sin embargo, al igual que otros acercamientos particulares, este acercamiento
no está en condiciones, por sí mismo, de dar cuenta de la contribución
específica de la revelación. Conviene ser consciente de ello en el momento de
apreciar el alcance de sus resultados.
3. Acercamientos
psicológicos y psicoanalíticos
Psicología
y teología nunca han dejado de estar en diálogo una con la otra. La extensión
moderna de las investigaciones psicológicas para estudio de las estructuras
dinámicas del inconsciente, ha suscitado nuevas tentativas de interpretación de
los textos antiguos, y por tanto también de la Biblia. Obras enteras han sido
consagradas a la interpretación psicoanalítica de los textos bíblicos, seguidas
de vivas discusiones: ¿en qué medida y en qué condiciones las investigaciones
psicológicas y psicoanalíticas pueden contribuir a una comprensión más profunda
de la Sagrada Escritura? Los estudios de psicología y psicoanálisis aportan a
la exégesis bíblica un enriquecimiento, porque gracias a ellas, los textos de
la Biblia pueden ser comprendidos mejor en cuanto experiencias de vida y
reglas de comportamiento. La religión, como se sabe, está siempre en una
situación de debate con el inconsciente. Ella participa, en una amplia medida,
en la correcta orientación de las pulsiones humanas. Las etapas que la crítica
histórica recorre metódicamente tienen necesidad de ser completadas por un
estudio de los diferentes niveles de la realidad expresada en los textos. La
psicología y el psicoanálisis se esfuerzan por progresar en esta dirección.
Ellas abren el camino a una comprensión pluridimensional de la Escritura, y
ayudan a decodificar el lenguaje humano de la revelación.
La
psicología y, de otro modo, el psicoanálisis, han aportado, en particular, una
nueva comprensión del símbolo. El lenguaje simbólico permite expresar zonas de
experiencia religiosa no accesibles al razonamiento puramente conceptual, pero
que tienen un valor para la cuestión de la verdad. Por eso, un estudio
interdisciplinar, conducido en común por exegetas y psicólogos o psicoanalistas,
presenta ventajas ciertas, fundadas objetivamente y confirmadas en la
pastoral.
Se pueden
citar numerosos ejemplos que muestran la necesidad de un esfuerzo común de
exegetas y de psicólogos: para clarificar el sentido de ritos del culto, de los
sacrificios, de las prohibiciones, para explicar el lenguaje bíblico, rico en
imágenes, el alcance metafórico de los relatos de milagros, los resortes
dramáticos de las visiones y audiciones apocalípticas. No se trata simplemente
de describir el lenguaje simbólico de la Biblia, sino de captar su función de
revelación y de interpelación: la realidad «numinosa» de Dios entra allí en
contacto con el hombre.
El diálogo
entre exégesis y psicología o psicoanálisis, en vista de una mejor comprensión
de la Biblia, debe evidentemente ser crítico, y respetar las fronteras de cada
disciplina. En todo caso, una psicología o un psicoanálisis ateo, sería
incapaz de dar cuenta de los datos de la fe. La psicología y el psicoanálisis,
aunque son útiles para precisar la extensión de la responsabilidad humana, no
pueden eliminar la realidad del pecado y de la salvación. Se debe, por lo
demás, evitar confundir religiosidad espontánea y revelación bíblica, o poner
en duda el carácter histórico del mensaje de la Biblia, el cual le asegura su
valor de acontecimiento único.
Notemos,
además, que no se puede hablar de «exégesis sicoanalítica», como si hubiera una
sola. Existe en realidad una multitud de conocimientos, que provienen de
diferentes dominios de la psicología o de diferentes escuelas, capaces de
aportar iluminaciones útiles a la interpretación humana y teológica de la
Biblia. Absolutizar tal o cual posición de una de las escuelas no favorece la
fecundidad del esfuerzo común, sino que le es más bien dañoso.
Las
ciencias humanas no se reducen a la sociología, a la antropología cultural y a
la psicología. Otras disciplinas pueden también tener su utilidad para la
interpretación de la Biblia. En todos estos campos, es necesario respetar las
competencias y reconocer que es poco frecuente que una misma persona esté
cualificada a la vez en exégesis y en una u otra de las ciencias humanas.
E. ACERCAMIENTO CONTEXTUAL
La
interpretación de un texto depende siempre de la mentalidad y de las
preocupaciones de sus lectores. Estos conceden una atención privilegiada a
ciertos aspectos, y sin siquiera pensar en ello, descuidan otros. Es, pues,
inevitable que los exegetas adopten en sus trabajos puntos de vista nuevos,
correspondientes a las corrientes de pensamiento contemporáneo que no han
obtenido hasta aquí un lugar suficiente. Conviene que lo hagan con
discernimiento crítico. Actualmente, los movimientos de liberación y feminista
retienen particularmente la atención.
1. Acercamiento
liberacionista
La teología
de la liberación es un fenómeno complejo que no se debe simplificar
arbitrariamente. Como movimiento teológico se consolida al comienzo de los
años '70. Su punto de partida, además de las circunstancias económicas,
sociales y políticas de los países de América Latina, se encuentra en dos
grandes acontecimientos eclesiales: el Concilio Vaticano II, con su declarada
voluntad de aggiornamento y la orientación del trabajo pastoral de la
Iglesia hacia las necesidades del mundo actual, y la 2a Asamblea plenaria del
CELAM (Conferencia Episcopal de América Latina) en Medellín en 1968, que ha
aplicado las enseñanzas del Concilio a las necesidades de la América Latina.
El movimiento se ha propagado también en otras partes del mundo (Africa, Asia,
población negra de los Estados Unidos),
Es difícil
discernir, si existe «una» teología de la liberación y definir su método.
También es difícil determinar adecuadamente su modo de leer la Biblia, para
indicar luego sus aportes y límites. Se puede decir que ella no adopta un
método especial, sino que partiendo de puntos de vista socio-culturales y
políticos propios, practica una lectura bíblica orientada en función de las
necesidades del pueblo, que busca en la Biblia el alimento de su fe y de su
vida.
En lugar de
contentarse con una interpretación objetivante, que se concentra sobre lo que
dice el texto situado en su contexto de origen, se busca una lectura que nace
de la situación vivida por el pueblo. Si éste vive en circunstancias de
opresión, es necesario recurrir a la Biblia para buscar allí el alimento capaz
de sostenerlo en sus luchas y esperanzas. La realidad presente no debe ser
ignorada, sino al contrario afrontada, para aclararla a la luz de la Palabra.
De esta luz surgirá la praxis cristiana auténtica, que tiende a transformar la
sociedad por medio de la justicia y del amor. En la fe, la Escritura se
transforma en factor de dinamismo, de liberación integral.
Los principios
son los siguientes:
Dios está
presente en la historia de su pueblo para salvarlo. Es el Dios de los pobres,
que no puede tolerar la opresión ni la injusticia.
Por ello,
la exégesis no puede ser neutra, sino que, siguiendo a Dios, debe tomar parte
por los pobres y comprometerse en el combate por la liberación de los
oprimidos.
La
participación en este combate permite precisamente hacer aparecer los sentidos
que no se descubren, sino cuando los textos bíblicos son leídos en un contexto
e solidaridad efectiva con los oprimidos.
Puesto que
la liberación de los oprimidos es un proceso colectivo, la comunidad de los
pobres es el mejor destinatario para recibir la Biblia como palabra de liberación.
Además, puesto que los textos bíblicos han sido escritos para las comunidades,
es a estas comunidades a quienes es confiada en primer lugar la lectura de la
Biblia. La palabra de Dios es plenamente actual, gracias sobre todo a la
capacidad que poseen los «acontecimientos fundadores» (la salida de Egipto, la
pasión y la resurrección de Jesús) de suscitar nuevas realizaciones en el curso
de la historia.
La
teología de la liberación comprende elementos cuyo valor es indudable: el
sentido profundo de la presencia de Dios que salva; la insistencia sobre la dimensión
comunitaria de la fe; la urgencia de una praxis liberadora enraizada en la justicia
y en el amor; una relectura de la Biblia que busca hacer de la palabra de Dios
la luz y el alimento del pueblo de Dios, en medio de sus luchas y de sus
esperanzas. Así subraya la plena actualidad del texto inspirado.
Pero una
lectura tan comprometida de la Biblia comporta riesgos. Como está ligada a un
movimiento en plena evolución, las observaciones que siguen no pueden ser sino
provisorias.
Esta
lectura se concentra sobre textos narrativas y proféticos que ilustran
situaciones de opresión y que inspiran una praxis que tiende a un cambio
social. A veces puede ser parcial, no prestando igual atención a otros textos
de la Biblia. Es verdad que la exégesis no puede ser neutra; pero también debe
cuidarse de no ser unilateral. Por lo demás, el compromiso social y político no
es la tarea directa de la exégesis.
Queriendo
insertar el mensaje bíblico en el contexto socio-político, teólogos y exegetas
se han visto conducidos a recurrir a instrumentos de análisis de la realidad
social. En esta perspectiva, algunas corrientes de la teología de la liberación
han hecho un análisis inspirado en doctrinas materialistas, y en este marco han
leído la Biblia, lo cual no ha dejado de suscitar problemas, particularmente
en lo que concierne al principio marxista de la lucha de clases.
Bajo la
presión de enormes problemas sociales, el acento ha sido puesto en particular
sobre una escatología terrestre, a veces en detrimento de la dimensión
escatológica trascendente de la escritura.
Los
cambios sociales y políticos conducen este acercamiento a presentar nuevas
cuestiones y a buscar nuevas orientaciones. Para su desarrollo ulterior y su
fecundidad en la Iglesia, un factor decisivo será poner en claro los
presupuestos hermenéuticos, sus métodos y su coherencia con la fe y la
tradición del conjunto de la Iglesia.
2. Acercamiento feminista
La
hermenéutica bíblica feminista nació hacia fines el siglo XIX en los Estados
Unidos, en el contexto socio-cultural de lucha por los derechos de la mujer,
con el comité de revisión de la Biblia. Este produjo «The Woman's Bible» en dos
volúmenes (New York, 1885, 1898). Esta corriente se ha manifestado con nuevo
rigor y ha tenido un enorme desarrollo a partir de los años '70, en unión con
el movimiento de liberación de la mujer, sobre todo en América del Norte. Para
hablar precisamente, se deben distinguir varias hermenéuticas bíblicas
feministas, porque los acercamientos utilizados son muy diversos. Su unidad
proviene de su tema común, la mujer, y de la finalidad perseguida: la
liberación de la mujer y la conquista de derechos iguales a los del varón.
Es
oportuno mencionar aquí las tres formas principales de la hermenéutica bíblica
feminista: la forma radical, a forma neo-ortodoxa, v la forma crítica.
La forma radical
rechaza completamente la autoridad de la Biblia, diciendo que ha sido producida
por varones para asegurarse la dominación del varón sobre la mujer
(androcentrismo).
La forma neo-ortodoxa
acepta la Biblia como profética capaz de servir, en la medida en que ella toma
partido por los débiles, y por tanto también por la mujer. Esta orientación es
adoptada como «canon dentro del canon» para poner en claro todo lo que hay en
la Biblia en favor de la liberación de la mujer, y de sus derechos.
La forma crítica
utiliza una metodología sutil y procura redescubrir la posición y el papel de
la mujer cristiana en el movimiento de Jesús y en las iglesias paulinas. En
esta época se habría adoptado el igualitarismo. Pero esta situación habría sido
disimulada en su mayor parte, en los escritos del Nuevo Testamento y más aún
después, porque el patriarcalismo y el androcentrismo han prevalecido
progresivamente.
La
hermenéutica feminista no ha elaborado un método nuevo. Se sirve de los métodos
corrientes en exégesis, especialmente del método histórico-crítico. Pero agrega
dos criterios de investigación.
El primero
es el criterio feminista, tomado del movimiento de liberación de la mujer en
la línea del movimiento más general de la teología de la liberación. Utiliza
una hermenéutica de la sospecha: la historia ha sido escrita regularmente por
los vencedores. Para llegar a la verdad es necesario no fiarse de los textos,
sino buscar los indicios que revelan otra cosa distinta.
El segundo
criterio es sociológico: se apoya sobre el estudio de las sociedades de los
tiempos bíblicos, de su estratificación social, y de la posición que ocupaba en
ellas la mujer.
En lo que
concierne a los escritos neotestamentarios, el objeto de estudio, en
definitiva, no es la concepción de la mujer expresada en el Nuevo Testamento,
sino la reconstrucción histórica de dos situaciones diferentes de la mujer en
el siglo primero: la que era habitual en la sociedad judía y greco-latina, y la
otra, innovadora, instituida en el movimiento de Jesús y de las iglesias
paulinas, en las cuales se habría formado «una comunidad de discípulos de
Jesús, todos iguales». Uno de los apoyos invocados para fundamentar esta visión
de las cosas es el texto de Gál. 3, 28. El objetivo es redescubrir para el
presente la historia olvidada del papel de la mujer en la Iglesia de los
orígenes.
Numerosos
aportes positivos provienen de la exégesis feminista. Las mujeres han tomado
así una parte activa en la investigación exegética. Han logrado, con frecuencia
mejor que los hombres, percibir la presencia, la significación, y el papel de
la mujer en la Biblia, en la historia de los orígenes cristianos y en la
Iglesia. El horizonte cultural moderno, gracias a su mayor atención a la
dignidad de la mujer y su papel en la sociedad y en la Iglesia, hace que se
dirijan al texto bíblico preguntas nuevas, ocasiones de nuevos descubrimientos.
La sensibilidad femenina lleva a entrever y corregir ciertas interpretaciones
corrientes tendenciosas, que intentaban justificar la dominación del varón
sobre la mujer.
En cuanto
concierne al Antiguo Testamento, muchos estudios se han esforzado por llegar a
una mejor comprensión de la imagen de Dios. El Dios de la Biblia no es la
proyección de una mentalidad patriarcal. El es Padre, pero es también el Dios
de la ternura y del amor maternal.
En la
medida en que la exégesis feminista se apoya sobre una posición tomada, se
expone a interpretar los textos bíblicos de modo tendencioso y por tanto
discutible. Para probar sus tesis debe recurrir frecuentemente, a falta de
otros mejores, al argumento ex silentio. Tales argumentos, se sabe,
deben ser tratados cautelosamente. Jamás bastan para establecer sólidamente una
conclusión. Por otra parte, el intento de reconstruir, gracias a indicios
fugitivos encontrados en los textos, una situación histórica que estos mismos
textos, se supone, querían ocultar, no corresponde ya a un trabajo de exégesis
propiamente dicho, porque conduce a rechazar el contenido de los textos
inspirados para anteponerles una construcción hipotética diferente.
La
exégesis feminista suscita frecuentemente cuestiones de poder en la Iglesia,
que son, como se sabe, objeto de discusión y aún de confrontación. En este
campo, la exégesis feminista no podrá ser útil a la Iglesia sino en la medida
en que no caiga en las trampas que denuncia, y no pierda de vista la enseñanza
evangélica sobre el poder como servicio, enseñanza dirigida por Jesús a todos
sus discípulos, hombres y mujeres[2].
F. LECTURA FUNDAMENTALISTA
La lectura
fundamentalista parte del principio de que, siendo la Biblia palabra de Dios
inspirada y exenta de error, debe ser leída e interpretada literalmente en
todos sus detalles. Por «interpretación literal» entiende una interpretación
primaria, literalista, es decir, que excluye todo esfuerzo de comprensión de la
Biblia que tenga en cuenta su crecimiento histórico y su desarrollo. Se opone,
pues, al empleo del método histórico-crítico, así como de todo otro método
científico para la interpretación de la Escritura.
La lectura
fundamentalista tuvo su origen en la época de la reforma, en una preocupación
de fidelidad al sentido literal de la Escritura. Después del Siglo de las
Luces, se presentaba, en el protestantismo, como una protección contra la
exégesis liberal. El término «fundamentalista» se relaciona directamente con el
Congreso Bíblico Americano tenido en Niágara, en el estado de New York, en
1895. Los exegetas protestantes conservadores definieron allí «cinco puntos de
fundamentalismo»: la inerrancia verbal de la Escritura, la divinidad de Cristo,
su nacimiento virginal, la doctrina de la expiación vicaria, y la resurrección
corporal en la segunda venida de Cristo. Cuando la lectura fundamentalista de
la Biblia se propagó en otras partes del mundo, dio origen a otros tipos de
lecturas, igualmente «literales», en Europa, Asia, Africa y América del Sur.
Este género de lectura encuentra cada vez más adeptos, a finales del siglo XX,
en grupos religiosos y sectas, pero también entre los católicos.
Aunque el
fundamentalismo tenga razón de insistir sobre la inspiración divina de la
Biblia, la inerrancia de la palabra de Dios, y las otras verdades bíblicas
incluidas en los cinco puntos fundamentales, su modo de presentar estas
verdades se enraiza en una ideología que no es bíblica, a pesar de cuanto digan
sus representantes. Ella exige una adhesión incondicionada a actitudes
doctrinarias rígidas e impone, como fuente única de enseñanza sobre la vida
cristiana y la salvación, una lectura de la Biblia que rehusa todo cuestionamiento
y toda investigación crítica.
El
problema de base de esta lectura fundamentalista es que, rechazando tener en
cuenta el carácter histórico de la revelación bíblica, se vuelve incapaz de
aceptar plenamente la verdad de la encarnación misma. El fundamentalismo
rehuye la relación estrecha de lo divino y de lo humano en las relaciones con
Dios. Rechaza admitir que la palabra de Dios inspirada se ha expresado en
lenguaje humano, y que ha sido escrita, bajo la inspiración divina, por
autores humanos, cuyas capacidades y posibilidades eran limitadas. Por esto,
tiende a tratar el texto bíblico como si hubiera sido dictado palabra por
palabra por el Espíritu, y no llega a reconocer que la palabra de Dios ha sido
formulada en un lenguaje y en una fraseología condicionadas por tal o cual
época. No concede ninguna atención a las formas literarias, y a los modos
humanos de pensar presentes en los textos bíblicos, muchos de los cuales son
el fruto de una elaboración que se ha extendido por largos períodos de tiempo,
y lleva la marca de situaciones históricas bastante diversas.
El
fundamentalismo insiste también, de un modo indebido, sobre la inerrancia de
los detalles en los textos bíblicos, especialmente en materia de hechos
históricos, o de pretendidas verdades científicas. Frecuentemente considera
como histórico lo que no tenía pretensión de historicidad, porque incluye en
tal categoría cuanto es referido o narrado con verbos en pretérito, sin la atención
necesaria a la posibilidad de un sentido simbólico o figurativo.
El
fundamentalismo tiene frecuentemente la tendencia a ignorar o negar los
problemas que el texto bíblico presenta en la formulación hebrea, aramea o
griega. Está frecuentemente ligado a una traducción determinada, antigua o
moderna. Omite igualmente considerar las «relecturas» de ciertos pasajes en el
interior mismo de la Biblia.
En lo que
concierne a los evangelios, el fundamentalismo no tiene en cuenta el
crecimiento de la tradición evangélica, sino que confunde ingenuamente el estadio
final de esta tradición (lo que los evangelistas han escrito) con el estadio
inicial (las acciones y las palabras de Jesús en la historia). Descuida por eso
mismo un dato importante: el modo como las primeras comunidades cristianas han
comprendido el impacto producido por Jesús de Nazaret y su mensaje. Ahora bien,
éste es un testimonio de origen apostólico de la fe cristiana y su expresión
directa. El fundamentalismo desnaturaliza así la llamad lanzada por el
evangelio mismo.
El
fundamentalismo tiene tendencia también a una estrechez de puntos de vista,
porque considera conforme a la realidad una cosmología antigua superada,
solamente porque se encuentra expresada en la Biblia. Esto impide el diálogo
con una concepción más amplia de las relaciones entre la cultura y la fe. Se
apoya sobre una lectura no crítica de algunos textos de la Biblia para
confirmar ideas políticas y actitudes sociales marcadas por prejuicios,
racistas, por ejemplo, y completamente contrarias al evangelio cristiano.
Sobre el
principio de «sola Scriptura» el fundamentalismo separa la interpretación de,
la Biblia de la Tradición guiada por el Espíritu, que se desarrolla
auténticamente en conexión con la Escritura en el seno de la comunidad de fe.
Le falta reconocer que el Nuevo Testamento ha tomado forma en el interior de la
Iglesia cristiana, y que es Sagrada Escritura de esta Iglesia, cuya existencia
ha precedido a la composición de sus textos. El fundamentalismo, por ello, es
frecuentemente antieclesial: desprecia los credos, los dogmas y las prácticas
litúrgicas que se han vuelto parte de la tradición eclesiástica, así como la
función de enseñanza de la misma Iglesia. Se presenta como una forma de
interpretación privada, que no reconoce que la Iglesia ha sido fundada sobre la
Biblia, y nutre su vida y su inspiración en las Escrituras.
El
acercamiento fundamentalista es peligroso, porque seduce a las personas que
buscan respuestas bíblicas a sus problemas vitales. Puede engañarlas,
ofreciéndoles interpretaciones piadosas pero ilusorias, en lugar de decirles
que la Biblia no contiene necesariamente una respuesta inmediata a cada uno de
sus problemas. El fundamentalismo invita tácitamente a una forma de suicidio
del pensamiento. Ofrece una certeza falsa, porque confunde inconscientemente
las limitaciones humanas del mensaje bíblico con su sustancia divina.
II.
CUESTIONES DE HERMENEUTICA
A. HERMENEUTICAS FILOSOFlCAS
El
desarrollo de la exégesis se debe repensar teniendo en cuenta la hermenéutica
filosófica contemporánea, que ha puesto en evidencia la implicación de la
subjetividad en el conocimiento, en particular en el conocimiento histórico.
La reflexión hermenéutica ha tomado un nuevo impulso con la publicación de los
trabajos de Friedrich Schleiermacher, Wilhelm Dilthey y, sobre todo, Martín
Heidegger. En las huellas de estos filósofos, pero también apartándose de
ellos, otros autores han profundizado la teoría hermenéutica contemporánea y
sus aplicaciones a la Escritura. Entre ellos, mencionaremos especialmente Rudolf
Bultmann, Hans Georg Gadamer y Paul Ricoeur. Es imposible resumir aquí su
pensamiento. Bastará indicar algunas ideas centrales de su filosofía, que
tienen una incidencia sobre la interpretación de textos bíblicos[3].
1. Perspectivas modernas
Constatando
la distancia cultural entre el mundo del primer siglo y el del siglo XX,y
preocupado por lograr que la realidad de la cual trata la Escritura hable al
hombre contemporáneo, Bultmann ha insistido sobre la precomprensión
necesaria a toda comprensión, y ha elaborado la teoría de la interpretación
existencial de los escritos del Nuevo Testamento. Apoyándose sobre el
pensamiento de Heidegger, afirma que la exégesis de un texto bíblico no es
posible sin presupuestos que dirigen la comprensión. La precomprensión («Vorverständnis») se funda
sobre una relación vital («Lebensverhältnis») del intérprete a la cosa de la
cual habla el texto. Para evitar el subjetivismo, es necesario profundizar y
enriquecer la precomprensión, más aún, modificarla y corregirla por medio de
aquello que dice el texto.
Interrogándose
sobre las cuestiones, a partir de las cuales los textos de la Escritura podrían
ser comprendidos por el hombre de hoy, Bultmann pretende encontrar la respuesta
en las formulaciones de la analítica existencial de Heidegger. Los
existenciales heideggerianos tendrían un cierto alcance universal y
ofrecerían las estructuras y los conceptos más apropiados
para la comprensión de la existencia humana revelada en el mensaje del Nuevo
Testamento.
Gadamer subraya
igualmente la distancia histórica entre el texto y su intérprete, y retoma y
desarrolla la teoría del círculo hermenéutico. Las anticipaciones y las
preconcepciones que marcan nuestra comprensión provienen de la tradición que
nos sostiene. Esta consiste en un conjunto de datos históricos y culturales que
constituyen nuestro contexto vital, nuestro horizonte de comprensión. El
intérprete debe entrar en diálogo con la realidad de la cual se trata en el
texto. La comprensión se opera en la fusión de los diferentes horizontes, del
texto y de su lector(«horizontverschmelzung»), y no es posible si no hay una
pertenencia (»Zugehörigkeit»), es decir, una afinidad fundamental entre el
intérprete y su objeto. La hermenéutica es un proceso dialéctico: la
comprensión de un texto es siempre una comprensión más amplia de sí mismo.
Del
pensamiento hermenéutico de Ricoeur se debe retener primeramente el
poner de relieve la función de la distancia como preámbulo necesario para una
justa apropiación del texto. Una primera distancia existe entre el texto y su
autor, porque, una vez producido, el texto adquiere una cierta autonomía en
relación a su autor, comienza una carrera de sentido. Otra distancia existe
entre el texto y sus lectores sucesivos. Estos deben respetar el mundo del
texto en su alteridad. Los métodos de análisis literario e histórico son, pues,
necesarios para la interpretación. Sin embargo, el sentido de un texto no se da
plenamente si no es actualizado en la vivencia de lectores que se lo apropian.
A partir de su situación, éstos son llamados a descubrir significaciones
nuevas, en la línea del sentido fundamental indicado por el texto. El
conocimiento bíblico no debe detenerse en el lenguaje, sino alcanzar la
realidad de la cual habla el texto. El lenguaje religioso de la Biblia es un
lenguaje simbólico que «da que pensar», un lenguaje del cual no se termina de
descubrir las riquezas de sentido, un lenguaje que procura alcanzar una
realidad trascendente y que, al mismo tiempo, despierta a la persona humana a la
dimensión profunda de su ser.
2. Utilidad para la exégesis
¿Qué se
puede decir sobre estas teorías contemporáneas de la interpretación de textos?
La Biblia es palabra de Dios para todas las épocas que se suceden. En consecuencia,
no se podría prescindir de una teoría hermenéutica que permita incorporar los
métodos de crítica literaria e histórica en un modelo de interpretación más
amplio. Se trata de franquear la distancia entre el tiempo de los autores y de
los primeros destinatarios de los textos bíblicos, y nuestra época
contemporánea, para poder actualizar correctamente el mensaje de los textos y
nutrir la vida de fe de los cristianos. Toda exégesis de los textos debe ser
completada por una «hermenéutica» en el sentido reciente del término.
La necesidad
de una hermenéutica, es decir, de una interpretación en el hoy de nuestro
mundo, encuentra un fundamento en la Biblia misma y en la historia de su
interpretación. El conjunto de los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento
se presenta como el producto de un largo proceso de reinterpretación de los
acontecimientos fundadores en relación con la vida de las comunidades de
creyentes. En la tradición eclesial, los primeros intérpretes de la Escritura,
los Padres de la Iglesia, consideraban que su exégesis de los textos no estaba
completa, sino cuando sacaban de ella el sentido para los cristianos de su
tiempo en su situación propia. No se es fiel a la intención de los textos
bíblicos, sino cuando se procura encontrar, en el corazón de su formulación, la
realidad de fe que expresan, y se enlaza esta a la experiencia creyente de
nuestro mundo.
La
hermenéutica contemporánea es una sana reacción al positivismo histórico y a
la tentación de aplicar al estudio de la Biblia los criterios de objetividad utilizados
en las ciencias naturales. Por una parte, los acontecimientos relatados en la
Biblia son acontecimientos interpretados. Por otra parte, toda exégesis de los
relatos de esos acontecimientos implica necesariamente la subjetividad del
exegeta. El justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien
tiene una afinidad vivida con aquello de lo cual habla el texto. La cuestión
que se presenta a todo intérprete es, pues, la siguiente: ¿Qué teoría
hermenéutica hace posible la justa percepción de la realidad profunda de la
cual habla la Escritura y permite expresar su significado para el hombre de
hoy?
Es
necesario reconocer, en efecto, que ciertas teorías hermenéuticas son
inadecuadas para interpretar la Escritura. La interpretación existencial de
Bultmann, por ejemplo, conduce a encerrar el mensaje cristiano en una filosofía
particular. Además, los presupuestos de esta hermenéutica conducen a vaciar, en
buena parte, el mensaje religioso de la Biblia de su realidad objetiva
(consecuencia de una «desmitologización» excesiva), y tienden a subordinarlo a
un mensaje antropológico. La filosofía se vuelve norma, más bien que
instrumento, de comprensión de aquello que es el objeto central de toda
interpretación: la persona de Jesucristo y los acontecimientos de salvación que
se han verificado en nuestra historia. Una auténtica interpretación de la
Escritura es, pues, primeramente, aceptación de un sentido presente en los
acontecimientos, y de modo supremo, en la persona de Jesucristo.
Este sentido
se expresa en los textos. Para evitar el subjetivismo, una buena actualización
debe estar fundada sobre el estudio del texto, y los presupuestos de lectura
deben ser constantemente sometidos a la verificación por el texto.
La
hermenéutica bíblica, si por una parte pertenece al ámbito de la hermenéutica
general de todo texto literario e histórico, por otra es un caso único de esta
hermenéutica. Sus características específicas le vienen de su objeto. Los
acontecimientos de salvación y su cumplimiento en la persona de Jesucristo dan
sentido a toda la historia humana. Las interpretaciones históricas nuevas no podrán
sino descubrir y desarrollar estas riquezas de sentido. El relato bíblico de
estos acontecimientos no puede ser plenamente comprendido solamente por la
razón. Ciertos presupuestos particulares, como la fe vivida en la comunidad
eclesial y la luz del Espíritu dirigen su interpretación. Con el crecimiento de
la vida en el Espíritu, aumenta en el lector la comprensión de las realidades
de las cuales habla el texto bíblico.
B. SENTIDOS DE LA ESCRITURA INSPIRADA
El aporte
moderno de las hermenéuticas filosóficas y los desarrollos recientes del
estudio científico de la literatura, permiten a la exégesis bíblica profundizar
la comprensión de su tarea, cuya complejidad se ha vuelto más evidente. La
exégesis antigua, que evidentemente no podía tomar en consideración las
exigencias científicas modernas, atribuía a todo texto de la Escritura
diferentes niveles de sentido. La distinción más corriente se establecía entre
el sentido literal y el sentido espiritual. La exégesis medieval distinguía en
el sentido espiritual tres aspectos diferentes, que se relacionan,
respectivamente, a la verdad revelada, a la conducta que se debía mantener, y
al cumplimiento final. De allí el célebre dístico de Agustín de Dinamarca
(siglo XIII):
»Littera
gesta docet, quid credas allegoria,
moralis
quid agas, quid speres anagogia».
En reacción
contra esta multiplicidad de sentidos, la exégesis histórico-crítica ha adoptado,
más o menos abiertamente, la tesis de la unidad de sentido, según la cual un
texto no puede tener simultáneamente diferentes significados. Todo el esfuerzo
de la exégesis histórico-crítica se dirige a definir «el» sentido de tal o
cual texto bíblico en las circunstancias de su producción.
Pero esta
tesis choca ahora con las conclusiones de las ciencias del lenguaje y de las
hermenéuticas filosóficas, que afirman la polisemia de los textos escritos.
El
problema no es simple y no se presenta del mismo modo en todos los géneros de
texto: relatos históricos, parábolas, oráculos, leyes, proverbios, oraciones,
himnos, etc. Se pueden dar, sin embargo, algunos principios generales,
teniendo en cuenta la diversidad de opiniones.
1. Sentido literal
Es no
solamente legítimo, sino indispensable, procurar definir el sentido preciso de
los textos tal y como han sido producidos por sus autores; sentido llamado
«literal». Ya santo Tomás de Aquino afirmaba su importancia fundamental (S.
Th., I, q. 1, a. 10, ad l).
El sentido
literal no se debe confundir con el sentido «literalista» al cual se adhieren
los fundamentalistas. No basta traducir un texto palabra por palabra para
obtener su sentido literal. Es necesario comprenderlo según las convenciones
literarias de su tiempo. Cuando un texto es metafórico, su sentido literal no
es el que resulta inmediatamente de una comprensión palabra por palabra (por
ejemplo: «Tened ceñida la cintura», Lc. 12,35) sino el que corresponde al
empleo metafórico de los términos (»tened una actitud de disponibilidad»).
Cuando se trata de un relato, el sentido literal no comporta necesariamente la
afirmación de que los hechos narrados se han producido efectivamente, ya que un
relato puede no pertenecer al género histórico, sino ser una obra de
imaginación.
El sentido
literal de la Escritura es aquel que ha sido expresado directamente por los
autores humanos inspirados. Siendo el fruto de la inspiración, este sentido es
también querido por Dios, autor principal. se lo puede discernir gracias al
análisis preciso del texto, situado en su contexto literario e histórico. La
tarea principal del exegeta es llevar a buen término este análisis, utilizando
todas las posibilidades de investigación literaria e histórica, para definir el
sentido literal de los textos bíblicos con la mayor exactitud posible (cfr. Divino
afflante Spritu, Enchiridion Biblicum, 550). Con este fin, el estudio de
los géneros literarios antiguos es particularmente necesario (ibíd.,
560).
El sentido
literal de un texto, ¿es único? En general sí, pero no se trata de un principio
absoluto, y esto por dos razones. Por una parte, un autor humano puede querer
referirse al mismo tiempo a varios niveles de realidad. El caso es corriente en
poesía. La inspiración bíblica no desdeña esta posibilidad de la psicología y
del lenguaje humano. El IV evangelio ofrece numerosos ejemplos de esta
situación. Por otra parte, aun cuando una expresión humana parece no tener más
que un significado, la inspiración divina puede guiar la expresión de modo de
producir una ambivalencia. Tal es el caso de la palabra de Caifás en Jn 11, 50.
Ella expresa a la vez un cálculo político inmoral y una revelación divina.
Estos dos aspectos pertenecen, uno y otro, al sentido literal, , ya que ambos
son puestos en evidencia por el contexto. Este caso es significativo, aunque
sea extremo, y pone en guardia contra una concepción demasiado estrecha del
sentido literal de los textos inspirados.
Conviene
en particular estar atentos al aspecto dinámico de muchos textos. El sentido de
los salmos reales, por ejemplo, no debería estar limitado estrechamente a las
circunstancias históricas de su producción. Hablando del rey, el salmista
evoca a la vez una institución concreta, y una visión ideal de la realeza,
conforme al designio de Dios, de modo que su texto sobrepasa la institución
monárquica tal como se había manifestado en la historia. La exégesis
histórico-crítica ha tenido demasiado frecuentemente la tendencia a limitar el
sentido de los textos, relacionándolos exclusivamente con circunstancias
históricas precisas. Ella debería, más bien, procurar precisar la dirección de
pensamiento expresada por, el texto; dirección que, en lugar de invitar al
exegeta a detener el sentido, le sugiere, al contrario, percibir las
extensiones más o menos previsibles.
Una
corriente de hermenéutica moderna ha subrayado la diferencia de situación que
afecta a la palabra humana puesta por escrito. Un texto escrito tiene la
capacidad de ser situado en nuevas circunstancias, que lo iluminan de modo
diferente, añadiendo a su sentido determinaciones nuevas. Esta capacidad del
texto escrito es especialmente efectiva en el caso de los textos bíblicos,
reconocidos como palabra de Dios. En efecto, lo que ha llevado a la comunidad
creyente a conservarlos, es la convicción de que ellos continúan siendo
portadores de luz y de vida para las generaciones venideras. El sentido literal
está, desde el comienzo, abierto a desarrollos ulteriores, que se producen
gracias a «relecturas» en contextos nuevos.
De aquí no
se sigue que se pueda atribuir a un texto bíblico cualquier sentido,
interpretándolo de modo subjetivo. Es necesario, por el contrario, rechazar,
como no auténtica, toda interpretación heterogénea al sentido expresado por los
autores humanos en su texto escrito. Admitir sentidos heterogéneos equivaldría
a cortar el mensaje bíblico de su raíz, que es la palabra de Dios comunicada
históricamente, y abrir la puerta a un subjetivismo incontrolable.
2. Sentido espiritual
Conviene,
sin embargo, no tomar «heterogéneo» en un sentido estrecho, contrario a toda
posibilidad de perfeccionamiento superior. El acontecimiento pascual, la muerte
y resurrección de Jesús, ha establecido un contexto histórico radicalmente
nuevo, que ilumina de modo nuevo los textos antiguos y les hace sufrir una
mutación de sentido. En particular, algunos textos que, en las circunstancias
antiguas, debían ser considerados como hipérboles (por ejemplo, el oráculo
donde Dios, hablando de un descendiente de David, prometía afirmar «para
siempre» su trono, 2 Sam., 7, 12-13; 1 Crón. 17, 11-14), deben ser tomados
ahora a la letra, porque «el Cristo, habiendo resucitado de los muertos, no
muere más» (Rom. 6, 9). Los exegetas que tienen una noción estrecha,
«historicista», del sentido literal, considerarán que hay aquí heterogeneidad.
Los que están abiertos al aspecto dinámico de los textos, reconocerán una continuidad
profunda, al mismo tiempo que un pasaje a un nivel diferente: el Cristo reina
para siempre, pero no sobre el trono terrestre de David (cfr. también Sal. 2,
7-8; 110, 1. 4).
En estos
casos se habla a veces de «sentido espiritual». Como regla general, se puede
definir el sentido espiritual comprendido según la fe cristiana, como el
sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia
del Espíritu Santo en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida
nueva que proviene de él. Este contexto existe efectivamente. El Nuevo
Testamento reconoce en él el cumplimiento de las Escrituras. Es, pues, normal
releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto, que es el de la vida en
el Espíritu.
De la
definición dada se pueden deducir varias precisiones útiles sobre las
relaciones entre sentido espiritual y sentido literal.
Contrariamente
a una opinión corriente, no hay una necesaria distinción entre ambos. Cuando un
texto bíblico se refiere directamente al misterio pascual de Cristo o a la vida
nueva que resulta de él, su sentido literal es un sentido espiritual. Este es
el caso habitual en el Nuevo Testamento. Por eso es el Antiguo Testamento la
parte de la Biblia a propósito de la cual la exégesis cristiana habla más
frecuentemente de sentido espiritual. Pero ya en el Antiguo Testamento los
textos tienen, en numerosos casos, un sentido religioso y espiritual como
sentido literal. La fe cristiana reconoce en estos textos una relación
anticipada con la vida nueva traída por Cristo.
Cuando hay
distinción, el sentido espiritual no puede jamás estar privado de relación con
el sentido literal. Este continúa siendo la base indispensable. De otro modo,
no se podría hablar de «cumplimiento», es esencial una relación de continuidad
y de conformidad. Pero es necesario también que haya un pasaje a un nivel
superior de realidad.
El sentido
espiritual no se debe confundir con las interpretaciones subjetivas dictadas
por la imaginación o la especulación intelectual. Aquel proviene de la relación
del texto con datos reales que no le son extraños: el acontecimiento pascual y
su inagotable fecundidad, que constituye el punto más alto de la intervención
divina en la historia de Israel, para beneficio de la humanidad entera.
La lectura
espiritual, hecha en comunidad o individualmente, no descubre un sentido
espiritual auténtico si no se mantiene en esta perspectiva. Hay entonces una
relación de tres niveles de realidad: el texto bíblico, el misterio pascual y
las circunstancias presentes de vida en el Espíritu.
Persuadidos
de que el misterio de Cristo da la clave de interpretación de todas las Escrituras,
los exegetas antiguos se esforzaban por encontrar un sentido espiritual en los
menores detalles de los textos bíblicos -por ejemplo, en cada prescripción de
las leyes rituales-, sirviéndose de métodos rabínicos o inspirándose en el
alegorismo helenístico. La exégesis moderna no puede considerar este tipo de
intentos como interpretación válida, no obstante cuál haya podido ser en el
pasado su utilidad pastoral (Divino afflante Spiritu, Enchiridion Biblicum,
553).
Uno de los
aspectos posibles del sentido espiritual es el tipológico, del cual se dice
habitualmente que pertenece, no a la Escritura misma, sino a las realidades
expresadas por la Escritura: Adán es figura de Cristo (cfr. Rom. 5, 14), el
diluvio figura del bautismo (1 Ped. 3, 20-21), etc. De hecho, la relación
tipológica está basada ordinariamente sobre el modo cómo la Escritura describe
la realidad antigua (por ejemplo la voz de Abel: Gn. 4, 10; Heb. 11, 4; 12,
24), y no simplemente sobre esta realidad. En consecuencia, se trata propiamente,
en tal caso, de un sentido de la Escritura.
3. Sentido pleno
La
categoría relativamente reciente de «sentido pleno» (sensus plenior) suscita
discusiones. El sentido pleno se define como un sentido profundo del texto,
querido por Dios, pero no claramente expresado por el autor humano. Se
descubre la existencia de este sentido en un texto bíblico, cuando se lo
estudia a la luz de otros textos bíblicos que lo utilizan, o en su relación con
el desarrollo interno de la revelación.
Se trata,
pues, del significado que un autor bíblico atribuye a un texto bíblico
anterior, cuando lo vuelve a emplear en un contexto que le confiere un sentido
literal nuevo; o bien de un significado, que una tradición doctrinal auténtica
o una definición conciliar, da a un texto de la Biblia. Por ejemplo, el
contexto de Mt. 1, 23 da un sentido pleno al oráculo de Is. 7,14 sobre la almah
concebirá, utilizando la traducción de los Setenta (parthenos) «La virgen
concebirá». La doctrina patrística y conciliar sobre la Trinidad expresa el
sentido pleno de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre Dios, Padre, Hijo y
Espíritu. La definición de pecado original del Concilio de Trento proporciona
el sentido pleno de la enseñanza de Pablo en Rom. 5, 12-21 a propósito de las
consecuencias del pecado de Adán para la humanidad. Pero cuando falta un
control de esta naturaleza, por un texto bíblico explícito o por una tradición
doctrinal auténtica, el recurso a un pretendido sentido pleno podría conducir a
interpretaciones desprovistas de toda validez.
En
definitiva, se puede considerar el «sentido pleno» como otro modo de designar
el sentido espiritual de un texto bíblico, en el caso en que el sentido
espiritual se distingue del sentido literal. Su fundamento es que el Espíritu
Santo, autor principal de la Biblia, puede guiar al autor humano en la elección
de sus expresiones de tal modo que ellas expresen una verdad de la cual él no
percibe toda su profundidad. Esta es más completamente revelada en el curso
del tiempo; por una parte, gracias a realizaciones divinas ulteriores que
manifiestan mejor el alcance de los textos; y por otra, gracias a la inserción
de los textos en el canon de las Escrituras. Así se constituye un nuevo
contexto, que revela potencialidades de sentido que el contexto primitivo
dejaba en la oscuridad.
III.
DIMENSIONES
CARACTERISTICAS
DE LA
INTERPRETACION
CATOLICA
La
exégesis católica no procura distinguirse por un método científico particular.
Ella reconoce que uno de los aspectos de los textos bíblicos es ser obra de
autores humanos, que se han servido de sus propias capacidades de expresión y
de medios que su tiempo y su medio social ponían a su disposición. En
consecuencia, ella utiliza sin segundas intenciones, todos los métodos y
acercamientos científicos que permiten captar mejor el sentido de los textos en
su contexto lingüístico, literario, socio-cultural, religioso e histórico,
iluminándolos también por el estudio de sus fuentes y teniendo en cuenta la
personalidad de cada autor (cfr. Divino afflante Spiritiu, Enchiridion
Biblicum, 557). La exégesis católica contribuye así activamente al
desarrollo de los métodos y al progreso de la investigación.
Lo que la
caracteriza es que se sitúa conscientemente en la tradición viva de la Iglesia,
cuya primera preocupación es la fidelidad a la revelación testimoniada por la
Biblia. Las hermenéuticas modernas han puesto en evidencia, como hemos
recordado, la imposibilidad de interpretar un texto sin partir de una
«precomprensión» de uno u otro género. El exegeta católico aborda los escritos
bíblicos con una precomprensión, que une estrechamente la cultura moderna
científica y la tradición religiosa proveniente de Israel y de la comunidad
cristiana primitiva. Su interpretación se encuentra así en continuidad con el
dinamismo de interpretación que se manifiesta en el interior mismo de la
Biblia, y que se prolonga luego en la vida de la Iglesia. Ella corresponde a la
exigencia de afinidad vital entre el intérprete y su objeto, afinidad que
constituye una de las condiciones de posibilidad de la empresa exegética.
Toda
precomprensión comporta sin embargo peligros. En el caso de la exégesis
católica, existe el riesgo de atribuir a los textos bíblicos un sentido que no
expresan, sino que es el fruto de un desarrollo ulterior de la tradición. El
exegeta debe prevenir este riesgo.
A. LA INTERPRETACION EN LA TRADICION BIBLlCA
Los textos
de la Biblia son la expresión de tradiciones religiosas que existían antes de
ellos. El modo cómo se relacionan con las tradiciones es diferente en cada
caso, ya que la creatividad de los autores se manifiesta en diversos grados. En
el curso del tiempo, múltiples tradiciones han confluido poco a poco para
formar una gran tradición común. La Biblia es una manifestación privilegiada
de este proceso que ella ha contribuido a realizar y del cual continúa siendo
norma reguladora.
»La
interpretación en la tradición bíblica» comporta una gran variedad de aspectos.
Se puede entender como el modo con el cual la Biblia interpreta las
experiencias humanas fundamentales o los acontecimientos particulares de la
historia de Israel, o como el modo en el cual los textos bíblicos utilizan las
fuentes, escritas u orales -de las cuales algunas pueden provenir de otras
religiones o culturas-, reinterpretándolas. Siendo nuestro tema la
interpretación de la Biblia, no queremos tratar aquí estas amplias
cuestiones, sino simplemente proponer algunas observaciones sobre la
interpretación de los textos bíblicos en el interior de la Biblia misma.
1. Relecturas
Lo que
contribuye a dar a la Biblia su unidad interna, única en su género, es que los
escritos bíblicos posteriores se apoyan con frecuencia sobre los escritos
anteriores. Aluden a ellos, proponen «relecturas» que desarrollan nuevos
aspectos del sentido, a veces muy diferentes del sentido primitivo, o inclusive
se refieren a ellos explícitamente, sea para profundizar el significado, sea
para afirmar su realización.
Así, la
herencia de una tierra, prometida por Dios a Abraham para su descendencia (Gn.
15, 7.18), se convierte en la entrada en el santuario de Dios (Ex. 15, 17), en
una participación en el reposo de Dios (Sal. 132, 7-8), reservada a los
verdaderos creyentes (Sal. 95, 8-11; Hech. 3, 7-4, 11), y, finalmente, en la
entrada en el santuario celestial (Heb. 6, 12.18-20), «herencia eterna» (Heb.
9, 15).
El oráculo
de Natán, que promete a David una «casa», es decir, una sucesión dinástica
«estable para siempre» (2 Sam. 7, 12-16), es recordado en numerosas oportunidades
(2 Sam. 23, 5; 1 Rey. 2, 4; 3, 6; 1 Crón. 17, 11-14), especialmente en el
tiempo de la angustia (Sal. 89, 20-38), no sin variaciones significativas, y es
prolongada por otros oráculos (Sal. 2, 7-9; 110, 1-4; Am. 9, ll; Is. 7,13-14;
Jer. 23, 5-6; etc.), de los cuales algunos anuncian el retorno del reino de
David mismo (Os. 3,5; Jer. 30, 8; Ez. 34, 24; 37, 24-25; cfr. Mc. 11, 10). El
reino prometido se vuelve así universal (Sal. 2,8; Dn. 2, 35. 44; 7,14; cfr.
Mt. 28, 18). El realiza en plenitud la vocación del hombre (Gn. 1, 28; Sal. 8, 6-9;
Sab. 9, 2-3; 10, 2).
El oráculo
de Jeremías sobre los setenta años de castigo merecidos por Jerusalén y Judá
(Jer. 25, 11-12; 29, 10) es recordado en 2 Crón. 25, 20-23, que constata la
realización; pero es meditado de un modo nuevo, mucho después, por el autor de
Daniel, en la convicción de que esta palabra de Dios contiene aun un sentido
oculto, que debe irradiar su luz sobre la situación presente (Dn. 9, 24-27).
La
afirmación fundamental de la justicia retributiva de Dios, que recompensa a los
buenos y castiga a los malvados (Sal. 1, 1-6; 112, 1-10; Lev. 26, 3-33; etc.),
choca con la experiencia inmediata que frecuentemente no corresponde a aquella.
La Escritura expresa entonces con vigor el desacuerdo y la protesta (Sal. 44;
Jb. 10, 1-7; 13, 3-28; 23-24) y profundiza progresivamente el misterio (Sal.
37; Jb. 38-42; Is. 53; Sab. 3-5).
2. Relaciones entre el Antiguo Testamento y el Nuevo
Testamento
Las
relaciones intertextuales toman una extrema densidad en los escritos del Nuevo
Testamento, todos ellos tapizados de alusiones al Antiguo Testamento y de citas
explícitas. Los autores del Nuevo Testamento reconocen al Antiguo Testamento
valor de revelación divina. Proclaman que la revelación ha encontrado su
cumplimiento en la vida, la enseñanza y sobre todo la muerte y resurrección de
Jesús, fuente de perdón y vida eterna. «Cristo murió por nuestros pecados según
las Escrituras y fue sepultado; resucitó al tercer día según las Escrituras y
se apareció...» (1 Cor. 15, 3-5). Este es el núcleo central de la predicación
apostólica (1 Cor. 15, 11).
Como
siempre, entre las Escrituras y los acontecimientos que las llevan a
cumplimiento, las relaciones no son de simple correspondencia material, sino de
iluminación recíproca y de progreso dialéctico: se constata a la vez, que las
Escrituras revelan el sentido de los acontecimientos y que los acontecimientos
revelan el sentido de las Escrituras; es decir, que obligan a renunciar a
ciertos aspectos de la interpretación recibida, para adoptar una interpretación
nueva.
Desde el
tiempo de su actividad pública, Jesús había tomado una posición personal
original, diferente de la interpretación tradicional de su tiempo, la «de los
escribas y fariseos» (Mt. 5, 20). Numerosos son los testimonios: las antítesis
del Sermón de la montaña (Mt. 5, 21-48), la libertad soberana de Jesús en la
observancia del sábado (Mc. 2, 27-28 y par.), su modo de relativizar los
preceptos de pureza ritual (Mc. 7, 1-23, y par.), su exigencia radical, al
contrario en otros campos (Mt. 10, 2-12 y par.; 10, 17-27 y par.) y sobre todo
su actitud de acogida hacia los «publicanos y pecadores» (Mc. 2, 15-17 y par.).
Esto no era un capricho contestatario sino, al contrario, fidelidad profunda a
la voluntad de Dios expresada en la Escritura (cfr. Mt. 5, 17; 9, 13; Mc. 7,
8-13 y par.; 10, 59 y par.).
La muerte
y la resurrección de Jesús han llevado al extremo la evolución comenzada,
provocando, en algunos puntos, una ruptura completa, al mismo tiempo que una
apertura inesperada. La muerte del Mesías, «rey de los judíos» (Mc. 15,26 y
par.),
[2]
El texto de
último párrafo fue aprobado por 11 votos favorables 19; 4 votos fueron
contrarios, y hubo 4 abstenciones. Los que se oponían al texto pidieron que con
el texto fuera publicado el resultado de la votación, a lo cual la Comisión se
comprometió.
[3]
La hermenéutica
de la Palabra desarrollada por Gerhard Ebeling y Ernst Fuchs parten de otro
acercamiento y suponen otro campo de pensamiento. Se trata de una
teología hermenéutica más que de una filosofía hermenéutica. Ebeling está de
acuerdo, sin embargo, con autores como Bultmann y Ricoeur para afirmar que la
palabra de Dios no encuentra plenamente su sentido sino cuando alcanza a
aquéllos a quienes se dirige.
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