MISA CRISMAL
(Catedral-Málaga, 16 abril 2014)
Lecturas: Is 61,1-3.6-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21)
Fecundidad espiritual del sacerdote
1. Hoy somos congregados en esta Misa Crismal por el Señor, quien, en actitud de amor y de benevolencia, nos anima a revisar nuestra misión eclesial y evangelizadora; él quiere que renovemos el carisma que se nos concedió mediante la imposición de manos (cf. 1 Tm 4, 14). En esta celebración renovaréis, queridos presbíteros y diáconos, las promesas de la ordenación. Hemos de estar agradecidos a Dios, que nos ha llamado para cuidar de su grey, en nombre del Buen Pastor. El Señor nos convoca hoy a sus sacerdotes, a quienes eligió para que lo representáramos ante el pueblo cristiano, siendo instrumentos vivos de Cristo sacerdote, como dijo Juan Pablo II (cf. Pastores dabo vobis, 20). La consagración sacerdotal nos configura a Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia; nos configura con su misión; y esto debe conformar nuestra vida entera, en todas sus dimensiones, llamada a testimoniar el radicalismo evangélico.
2. Hemos escuchado en el Evangelio de Lucas el pasaje que tuvo lugar en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4, 18). Muchos de nosotros hemos visitado aquella sinagoga en ruinas; allí resuenan aún estas palabras del Maestro, que nos animan a asumir los duros trabajos de la evangelización, como nos exhorta san Pablo: «Toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). Deseo expresaros mi agradecimiento por vuestra entrega diaria, por vuestra paciencia, por vuestra comprensión, queridos presbíteros y diáconos; por el gozo con el que ofrecéis vuestro tiempo y vuestras energías; por vuestro amor a la Iglesia.
El anuncio de la buena nueva es la tarea que se nos confía: “Los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 15). Aunque a veces lo olvidamos, sabemos que es el Espíritu quien dirige la Iglesia. Nosotros somos instrumentos, mediante los cuales él actúa. Por eso es necesario afinar nuestra alma, para que esté en sintonía con el Espíritu de Jesús; sintonía entre su Espíritu y nuestro espíritu.
3. El contenido del anuncio evangélico es siempre el mismo: Dios manifestó a los hombres su amor infinito en Cristo Jesús, muerto y resucitado. Cristo es «el mismo ayer y hoy y siempre» (Hb 13,8); y es fuente de riqueza inagotable; es manantial de vida. El anuncio renovado del Evangelio, que nos pide la Iglesia en esta época, es fuente de alegría y de fecundidad espiritual. El papa Francisco nos recuerda en su exhortación Evangelii gaudium que Jesucristo “siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece.
Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos, en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva»” (N. 11).
4. Os invito, queridos presbíteros y diáconos, a esta renovación y novedad, que nos brinda el Evangelio y a la que nos exhorta el Papa. La fecundidad espiritual del sacerdote arranca de la novedad evangélica y de la frescura del manantial de agua viva, que es Jesucristo, como le dijo a la samaritana: «El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14). Nuestros fieles tienen derecho a beber del manantial de Cristo; no debemos ofrecerles aguas contaminadas por ideologías o por nuestros esquemas propios.
El papa Francisco nos advierte de la sed de Dios de la gente y del reto que supone para nosotros: “Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios” (Evangelii gaudium, 89).
5. Hemos de ser conscientes de que nos encontramos ante un cambio de época; y no solo ante una etapa nueva. Las coordenadas de nuestra sociedad han cambiado; y lo que se vislumbraba hace alguna década, ya está implantado en la cultura actual. Me refiero a la separación entre fe y vida, la secularización que reduce la fe al ámbito de lo privado (cf. Evangelii gaudium, 64), el subjetivismo (cf. Ibid., 62), la negación de valores objetivos y perennes, la pretendida autonomía del hombre frente a Dios (cf. Ibid., 89).
En estas circunstancias el ejercicio de nuestro ministerio encuentra muchas dificultades; todos somos conscientes de ello. El terreno no está abonado para recibir la semilla del Evangelio; más bien hay sembrada mucha cizaña en medio del trigo (cf. Mt 13, 24-30). Se ha hablado muchas veces del “desencanto” de los sacerdotes; pero no podemos pasar la vida quejándonos de los problemas. El Señor “nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (Evangelii gaudium, 3).
6. El papa Francisco describe bien estas dificultades y nos anima, en medio de aparentes fracasos, a tener la certeza de que “quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada” (Evangelii gaudium, 279). A todos nos gusta ver resultados y los frutos de nuestro esfuerzo y de nuestro ministerio; pero eso no suele concederse a quien siembra y riega, sino al que viene detrás recogiendo.
La fecundidad espiritual en nuestra tarea ministerial, queridos presbíteros y diáconos, radica en nuestra inserción en el misterio pascual del Señor, que estamos celebrando; en nuestra identificación con Cristo-Sacerdote; en nuestra asimilación de las actitudes y sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 5)); en la sintonía personal y en la intimidad con el Señor. A veces nos quejamos de los proyectos y planes pastorales; pero hemos de tener la suficiente humildad para acoger lo que se propone para el bien de todos. Necesitamos tener paciencia y vivir de esperanza, sumergidos en el misterio de Dios y trabajando con docilidad al Espíritu.
7. La Virgen María, Madre de Cristo Sacerdote y Estrella de la nueva Evangelización, supo cuidar de su Hijo y serle fiel desde la Encarnación hasta su muerte en la cruz. Le pedimos que Ella nos acompañe en esta nueva época, plagada de tantas dificultades, pero llena, al mismo tiempo, de tantos retos que estimulan nuestra caridad pastoral, nuestro ministerio sacerdotal. Con la gracia del Espíritu podemos convertir los obstáculos en oportunidades para evangelizar, para testimoniar la fe, para iluminar el mundo.
Suplicamos a la Virgen que nos acompañe en los momentos de desaliento y fatiga, para renovar nuestras fuerzas y volver a trabajar con ilusión en la viña del Señor. ¡Santa María de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, ruega por nosotros! Amén.
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