En mi casa yo soy el rey. Hasta llevo corona y todo. No es de oro ni plata, es una corona que venía en un roscón de reyes.
Bueno, aparte de la broma, es cierto. No tengo sangre real, pero todo católico es participe del sacerdocial real de Jesucristo, y por tanto por nuestro bautismo somos consagrados sacerdotes, profetas y reyes.
¿No lo sabías?
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