San Juan de AvilaSacerdote, patrón de los
sacerdotes españoles, reformador, escritor.
Director espiritual de San Juan de Dios
Director espiritual de San Juan de Dios
6 de enero 1499- +10
de mayo de 1569Fiesta: 10 de mayo
Se le atribuye el famoso soneto Al Cristo
Crucificado
Aportado por el Padre José María González Ruiz basado en la obra del padre Juan Esquerda Bifet.
Aportado por el Padre José María González Ruiz basado en la obra del padre Juan Esquerda Bifet.
Infancia y formación sacerdotal
San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar
del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana. Sus padres,
Alfonso de Ávila (de ascendencia israelita) y Catalina Jijón, poseían unas
minas de plata en Sierra Morena, y supieron dar al niño una formación cristiana
de sacrificio y amor al prójimo. Son conocidas las escenas de entregar su sayo
nuevo a un niño pobre, sus prolongados ratos de oración, sus sacrificios, su
devoción eucarística y mariana.
Probablemente en 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde
volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar. A
pesar de llamarlas ‘leyes negras’ los estudios de Salamanca dejaron huella en
su formación eclesiástica, como puede constatarse en sus escritos de reforma.
Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una vida de
oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un religioso
franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares
(1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía
intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en
contacto con las grandes corrientes de reforma del momento. Conoció el erasmismo,
las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la preocupación por el
conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. También
trabó amistad con quienes habían de ser grandes reformadores de la vida
cristiana, como don Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, y posiblemente
también con el venerable Fernando de Contreras. Incluso pudo haber conocido
allí al P. Francisco de Osuna y a San Ignacio de Loyola.
Primeros años de sacerdocio
Durante sus estudios en Alcalá, murieron sus padres. Juan fue ordenado
sacerdote en 1526, y quiso venerar la memoria de sus padres celebrando su
Primera Misa en Almodóvar del Campo. La ceremonia estuvo adornada por la
presencia de doce pobres que comieron luego a su mesa. Después vendió todos los
bienes que le habían dejado sus padres, los repartió a los pobres, y se dedicó
enteramente a la evangelización, empezando por su mismo pueblo.
Un año después, se ofreció como misionero al nuevo obispo de Tlascala
(Nueva España), Fr. Julián Garcés, que habría de marchar para América en 1527
desde el puerto de Sevilla. Con este firme propósito de ser evangelizador del
Nuevo Mundo, se trasladó san Juan de Ávila a Sevilla, donde mientras tanto se
entregó de lleno al ministerio, en compañía de su compañero de estudios en
Alcalá el venerable Fernando de Contreras. Ambos vivían pobremente, entregados
a una vida de oración y sacrificio, de asistencia a los pobres, de
enseñanza del catecismo.
Esta amistad y convivencia con Fernando de Contreras, fueron
posiblemente las que motivaron el cambio de las ansias misioneras de Juan de
Ávila. El P. Contreras habló con el arzobispo de Sevilla, D. Alonso Manrique, y
éste le ordenó a Juan que se quedara en las ‘Indias’ del mediodía español. El
mismo arzobispo quiso conocer personalmente la valía del nuevo sacerdote y le
mandó predicar en su presencia. Juan de Ávila contaría después la vergüenza que
tuvo que pasar; orando la noche anterior ante el crucifijo, pidió al Señor que,
por la vergüenza que él pasó desnudo en la cruz, le ayudara a pasar aquel rato
amargo. Y cuando, al terminar el sermón, le colmaron de alabanzas, respondió:
<<Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito.
Durante algún tiempo continuó el ministerio juntamente con Fernando de
Contreras. Pronto se dirigió a predicar y ejercer el ministerio en Écija
(Sevilla). Uno de sus primeros discípulos y compañero fue Pedro Fernández de
Córdoba, cuya hermana de catorce años, D.ª Sancha Carrillo (ambos hijos de los
señores de Guadalcázar, Córdoba), comenzó una vida de perfección bajo la guía
del Maestro Ávila. La que habría sido dama de la emperatriz Isabel, pasó a ser
(después de confesarse con san Juan de Ávila) una de las almas más delicadas de
la época y destinataria de las enseñanzas del Maestro en el Audi, Filia,
preciosa pieza espiritual del siglo XVI y único libro escrito por Juan de
Ávila. Su predicación se extendía también a Jerez de la Frontera , Palma del Río,
Alcalá de Guadaira, Utrera..., juntamente con la labor de confesionario,
dirección de almas, arreglo de enemistades.
Pero su presencia en Écija pronto le va a acarrear las enemistades y
la persecución. El primer incidente ocurrió cuando un comisario de bulas
impidió la predicación de Juan para poder predicar él la bula de que era
comisario. El auditorio, sin embargo, dejó al bulero solo en la iglesia principal y fue a escuchar a Juan de
Ávila en otra iglesia. Después del suceso, el comisario de bulas, en plena
calle, propinó una bofetada a Juan. Éste se arrodilló y dijo humildemente:
<<emparéjeme esta otra mejilla, que más merezco por mis pecados>>.
Este hecho y las envidias de algunos eclesiásticos, llevaron precisamente a los
clérigos a denunciar a San Juan de Ávila ante la Inquisición sevillana
en 1531.
Procesado por la
Inquisición
Desde 1531 hasta 1533 Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición. Las
acusaciones eran muy graves en aquellos tiempos: llamaba mártires a los
quemados por herejes, cerraba el cielo a los ricos, no explicaba correctamente
el misterio de la
Eucaristía , la
Virgen había tenido pecado venial, tergiversaba en sentido de
la Escritura ,
era mejor dar limosna que fundar capellanías, la oración mental era mejor que
la oración vocal... Todo menos la verdadera acusación: aquel clérigo no les
dejaba vivir tranquilos en su cristianismo o en su vida ‘clerical’. Y Juan fue
a la cárcel donde pasó un año entero.
Juan de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le
advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la imposibilidad
de salvación; a lo que respondió: <<No puede estar en mejores
manos>>. San Juan fue respondiendo uno a uno todos los cargos, con la
mayor sinceridad, claridad y humildad, y un profundo amor a la Iglesia y a su verdad. Y
aquél que no quiso tachar a los cinco testigos acusadores, se encontró con que la Providencia le
proporción 55 que declararon a su favor.
Este tiempo en la cárcel produjo sus frutos interiores, al igual que
lo hiciera con san Juan de la
Cruz. En ella escribió un proyecto del Audi, Filia, pero
sobre todo, como él nos cuenta, allí aprendió, más que en sus estudios
teológicos y vida anterior, el misterio de Cristo. Juan fue absuelto. Pero lo
que más humillante fue la sentencia de absolución: “Haber proferido en sus
sermones y fuera de ellos algunas proposiciones que no parecieron bien
sonantes”, y le mandan, bajo excomunión, que las declare convenientemente,
donde las haya predicado.
Viajes y ministerio desde 1535 a 1554
En 1535 marcha Juan de Ávila a Córdoba, llamado por el obispo Fr.
Álvarez de Toledo. Allí conoce a Fr. Luis de Granada, con quien entabla
relaciones espirituales profundas. Organiza predicaciones por los pueblos
(sobre todo por la Sierra
de Córdoba), consigue grandes conversiones de personas muy elevadas, entabla
buenas relaciones con el nuevo obispo de Córdoba, D. Cristobal de Rojas, que
quien dirigirá las Advertencias al Concilio de Toledo.
La labor realizada en Córdoba fue muy intensa. Prestó mucha atención
al clero, creando centros de estudios, como el Colegio de San Pelagio (en la
actualidad el Seminario Diocesano), el Colegio de la Asunción (donde no se
podía dar título de maestro sin haberse ejercitado antes en la predicación y el catecismo por los
pueblos). Explica las cartas de san Pablo a clero y fieles. Un padre dominico,
que primero se había opuesto a la predicación de san Juan, después de escuchar
sus lecciones, dijo: <<vengo de oír al propio san Pablo comentándose a sí
mismo.
Córdoba es la diócesis de san Juan de Ávila, tal vez ya desde 1535,
pero con toda seguridad desde 1550. Allí le vemos cuando murió D.ª Sancha
Carrillo, en 1537, de quien escribió una biografía que se ha perdido. Predica
frecuentemente en Montilla, por ejemplo la cuaresma de 1541. Y las célebres
misiones de Andalucía (y parte de Extremadura y Castilla la Mancha ) las organiza desde
Córdoba (hacia 1550-1554). Juan recibiría en Córdoba el modesto beneficio de
Santaella, que le vinculó a la diócesis cordobesa para lo restante de su vida.
En el Alcázar Viejo de Córdoba reuniría a veinticinco compañeros y discípulos
con los que trabajaba en la evangelización de las comarcas vecinas.
A Granada acudió san Juan de Ávila, llamado por el arzobispo D. Gaspar
de Avalos, el año 1536. Es en Granada donde tiene lugar el cambio de vida de
san Juan de Dios; en la ermita de san Sebastián, oyendo a san Juan de Ávila,
Juan Cidad, antiguo soldado y ahora librero ambulante, se convirtió en san Juan
de Dios. En numerosas ocasiones san Juan de Dios a Montilla para dirigirse
espiritualmente con el Maestro Ávila, convirtiéndose en su más fiel discípulo.
El duque de Gandía, Francisco de Borja, fue otra alma predilecta
influida por la predicación de san Juan de Ávila; las honras fúnebres
predicadas por éste en las exequias de la emperatriz Isabel (1539) fueron la
ocasión providencial que hicieron cambiar de rumbo la vida del futuro general
de la Compañía.
En Granada lo vemos formando el primer grupo de sus discípulos más
distinguidos. En Granada también, en 1538 están fechadas las primeras cartas de
san Juan de Ávila que conocemos. En los años sucesivos vemos a san Juan de
Ávila en Córdoba, Baeza, Sevilla, Montilla, Zafra, Fregenal de la Sierra , Priego de Córdoba.
La predicación, el consejo, la fundación de colegios, le llevan a todas partes.
La cuaresma de 1545 la predicó en Montilla. Su predicación iba siempre
seguida de largas horas de confesionario y de largas explicaciones del
catecismo a los niños; éste era un punto fundamental de su programa de
predicación.
Los colegios de san Juan de Ávila.
En todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar
la fundación de algún colegio o centro de formación y estudio. Sin duda, la
fundación más celebre fue la
Universidad de Baeza (Jaén). La línea de actuación que allí
impuso era común a todos sus colegios, como puede verse plasmada en los
Memoriales al Concilio de Trento, donde pide la creación de seminarios, para
una verdadera reforma de la
Iglesia y del clero.
Predicando el Evangelio.
Es la definición que mejor cuadra a Juan de Ávila: predicador. Éste es
precisamente el epitafio que aparece en su sepulcro: “mesor eram”. El centro de
su mensaje era Cristo crucificado, siendo fiel discípulo de san Pablo.
Predicaba tanto en las iglesias como incluso en las calles. Sus palabras iban
directamente a provocar la conversión, la limpieza de corazón. El contenido de
su predicación era siempre profundo, con una teología muy escriturística. Pero
ésta estaba sobre todo precedida de una intensa oración. Cuando le preguntaban
qué había que hacer para predicar bien, respondía: ‘amar mucho a Dios’.
Los textos de los sermones de san Juan de Ávila están acomodados al
tiempo litúrgico. Los temas principales son la Eucaristía , el Espíritu
Santo, la pasión, el tiempo litúrgico; siendo el tema predilecto para los
clérigos el del sacerdocio. La fuerza de su predicación se basaba en la
oración, sacrificio, estudio y ejemplo. Podía hablar claro quien había
renunciado a varios obispados y al cardenalato, y quien no aceptaba limosnas ni
estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los
palacios episcopales. El desprecio y conocimiento de sí mismo era el secreto
para guardar el equilibrio al reprender a los demás, considerándose siempre
inferior a los demás.
Su modelo de predicador era san Pablo, al que procuraba imitar sobre
todo en el conocimiento del misterio de Cristo. Afirma su biógrafo el Lic.
Muñoz que “no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le
precediese”, ya que “su principal librería” era el crucifijo y el Santísimo Sacramento.
La misión apostólica de la predicación era precisamente uno de los
objetivos de la fundación de sus colegios de clérigos. Ésta era también una de
las finalidades de los Memoriales dirigidos al Concilio de Trento.
Retiro en Montilla
Desde 1511 Juan de Ávila se sintió enfermo. Gastado en un ministerio
duro, sintió fuertes molestias que le obligaron a residir definitivamente en
Montilla desde 1554 hasta su muerte. Rehusó la habitación ofrecida en el
palacio de la marquesa de Priego, y se retiró en una modesta casa propiedad de
la marquesa. Su vida iba transcurriendo en la oración, la penitencia, la
predicación (aunque no tan frecuente), las pláticas a los sacerdotes o novicios
jesuitas, la confesión y dirección espiritual, el apostolado de la pluma.
Su enfermedad la ofreció para inmolarse por la Iglesia , a la que siempre
había servido con desinterés. Cuando arreciaba más la enfermedad, oraba así:
“Señor, habeos conmigo como el herrero: con una mano me tened, y con otra dadme
con el martillo”.
Pero a Juan todavía le quedaban quince años de vida fructífera, que empleó
avaramente en la extensión del Reino de Dios. El retiro de Montilla le dio la
posibilidad de escribir con calma sus cartas, la edición definitiva
del Audi, Filia, sus sermones y tratados, los Memoriales al Concilio
de Trento, las Advertencias al Concilio de Toledo y otros escritos
menores. Se puede decir que Juan de Ávila inicia con sus escritos la mística
española del Siglo de oro. Si en otros períodos de su vida se podía calificar
de predicador, misionero, fundador de colegios, ahora, en Montilla, se puede
resumir su vida diciendo que era escritor.
El Audi, Filia, a pesar de todas las vicisitudes por las que
pasó, y tras retocarlo de nuevo en Montilla, queriéndolo confrontar con las
enseñanzas de Trento, fue publicado después de su muerte. El rey Felipe II lo
apreció tanto que pidió no faltara nunca en El Escorial. El Card. Astorga,
arzobispo de Toledo, diría que, con él, “había convertido más almas que letras
tiene”. Prácticamente es el primer libro en lengua vulgar que expone el camino
de perfección para todo fiel, aun el más humilde. El sentido de perfección
cristiana es el sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con Cristo. Éste y
otros libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.
Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todos los rincones de España e
incluso a Roma. De todas partes se le pedía consejo. Obispos, santos, personas
de gobierno, sacerdotes, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas,
eran los destinatarios más frecuentes. Las escribía de un tirón, sin tener
tiempo para corregirlas. Llenas de doctrina sólida, pensadas intensamente, con
un estilo vibrante.
No hay en todo el siglo XVI ningún autor de vida espiritual tan
consultado como Juan de Ávila. Examinó la Vida de santa Teresa, se relacionó frecuentemente
con san Ignacio de Loyola o con sus representantes, con san Francisco de Borja,
san Juan de Dios, san Pedro de Alcántara, San Juan de Ribera, fray Luis de
Granada.
A Juan de Ávila se le llama <<reformador>>, si bien sus
escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de Trento,
escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila
no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las Advertencias
al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D. Cristóbal de
Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para aplicar los
decretos tridentinos.
La doctrina de san Juan de Ávila sobre le sacerdocio quedó
esquematizada en un Tratado sobre el sacerdocio, del que conocemos sólo una parte,
pero una belleza y contenido extraordinarios, y que sirvió de pauta para sus
pláticas y retiros a clérigos, y para que sus discípulos hicieran otro tanto
donde no podía llegar ya el Maestro.
Escuela Sacerdotal
Este término aparece con frecuencia en las primeras biografías de
nuestro santo, para referirse a sus discípulos. Todos ellos tienen un
denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de encontrarse en
lugares muy distantes: predicar el misterio de Cristo, enderezar las
costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos conciliares, no
buscar dignidades ni puestos elevados, vida intensa de oración y penitencia,
paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de Iglesia, enseñar
la doctrina cristiana, dirección espiritual, etc. Los encontramos en los
pueblecitos más alejados de pastores y agricultores como en las aldeas de
Fuenteovejuna, como entre los consejeros de los grandes; en los colegios y
universidades o en las costas de Andalucía; en las prelaturas o en las minas de
Almadén.
El grupo sacerdotal de Juan de Ávila parece que se estructura en
Granada hacia el año 1537, aunque ya antes se habían hecho discípulos suyos
algunos sacerdotes de Sevilla, Écija y Córdoba. En Córdoba reunió a más de
veinte en el Alcázar Viejo. Y fue allí donde dirigió un centro misional durante ocho o nueve años. La
gran misión del mediodía español es una de las manifestaciones típicas de la
escuela sacerdotal de Juan de Ávila.
La escuela sacerdotal de Juan de Ávila no se puede estudiar sino
teniendo a la vista la relación con la Compañía de Jesús. Juan encaminó a muchos de sus
discípulos a la Compañía ,
y hubo intentos de fusión, cesión de colegios, estudio conjunto, ayuda a los
jesuitas, que en Salamanca encontraron muchas dificultades. Pero Juan de Ávila
no entró en la Compañía.
Éste era el gran deseo de san Ignacio, hasta el punto de afirmar que “o
nosotros nos unamos a él o él a nosotros”. Pero la voluntad del Señor no era
ésta, la enfermedad de Juan y los caminos del Señor lo impidieron. A pesar de
ello, él fue enviando a sus mejores discípulos a la Compañía.
La escuela sacerdotal avilista ser refleja principalmente en su
Maestro. El testimonio y la doctrina de Juan dejaron huella imborrable, como le
iba dejando su sello personal que tenía dibujado el Santísimo Sacramento. En
sus discípulos dejó impresa la ilusión por la vocación sacerdotal, el amor al
sacerdocio, con los matices de la vida eucarística, vida litúrgica y de oración
personal profunda, devoción al Espíritu Santo, a la Pasión del Señor, a la Virgen María , entrega
total al servicio desinteresado de la Iglesia en la expansión del Reino y la
predicación de la Palabra
de Dios. Pero lo que consideraba esencial en todo aquel que quería ser buen
sacerdote era la vida de oración, ya que en la caridad y en la oración era en
los que según él habrían de consistir los exámenes de Órdenes.
En la Santa Misa
centraba toda la evangelización y vida sacerdotal. La celebraba empleando largo
tiempo, con lágrimas por sus pecados. Sobre la Eucaristía jamás le
faltó materia para predicar, especialmente en la fiesta y octava del Corpus.
“Trátalo bien, que es hijo de buen Padre”, dijo a un sacerdote de Montilla que
celebraba con poca reverencia; la corrección tuvo como efecto conquistar un
nuevo discípulo. Ya enfermo en Montilla, quiso ir a celebrar misa a una ermita;
por el camino se sintió imposibilitado; el Señor, en figura de peregrino, se le
apareció y le animó a llegar hasta la meta. Fue el gran apóstol de la comunión
frecuente, a pesar de las contradicciones que se le siguieron. Prefería la
presencia eucarística a la visita de los Santos Lugares.
Su virtud principal fue la caridad. Tenía un amor entrañable a la
humanidad de Cristo: “el Verbo encarnado fue el libro y juntamente maestro”.
Su Tratado del amor de Dios es una joya de la literatura teológica en
lengua castellana. Su amor al prójimo fue la expresión del ministerio
sacerdotal. Toda la obra de Juan de Ávila mira hacia la caridad cristiana. De
ahí la preocupación por la educación cristiana y humana integral, la
preocupación por los problemas sociales, por la reforma del estado seglar (como
él decía), por la reforma del clero.
Una cruz grande de palo en su habitación de Montilla, la renuncia a
las prebendas y obispados (el de Segovia y Granada), así como el capelo
cardenalicio (ofrecido por Paulo III), son índice de la pobreza y humildad de
quien “fue obrero sin estipendio..., y habiendo servido tanto a la Iglesia , no recibió de
ella un real” (Lic. Muñoz). No renunció al episcopado por desprecio, sino por
imitar al Señor y por sentirse indigno. Su amor a la pobreza no tiene otra
motivación sino un amor profundo a Jesucristo. Asistía a los pobres. Vivía
limpia y pobremente y no consiguieron cambiarle el manteo o la sotana ni aun
con engaño.
Su humildad le llevó a ser un verdadero reformador. No pudieron
sacarle ningún retrato. Su predicación iba siempre acompañada del catecismo a
los niños; su método catequético tiene sumo valor en la historia de la
pedagogía.
El celo por la extensión del Reino aparece en sus obras y palabras.
Las cartas a los predicadores son pura llama de apóstol. No admitía que
murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación al sacerdocio,
principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a María la expresa
continuamente y la aconseja a todo el mundo.
De todas sus virtudes, de su prudencia, consejo, discreción, etc.,
hablan sus biógrafos. Pero él conocía bien sus propios defectos y, por eso,
pidió en las últimas horas de su vida que no le hablaran de cosas elevadas, sino
que le dijeran lo que se dice a los que van a morir por sus delitos. A Juan de
Ávila no le atraían propiamente las virtudes en sí mismas, sino el misterio de
Cristo vivido y predicado.
Entregado al estudio continuo de las Escrituras
y de otras materias
eclesiásticas, gastando su vida en la oración, predicación y fundación de obras
apostólicas y sociales, en la dirección de las almas y en la enseñanza del
catecismo, en la formación de sacerdotes y futuros sacerdotes, Juan de Ávila es
un maestro de apóstoles.
La figura personal y pastoral de Juan de Ávila encontró pronto eco en
Italia con san Carlos Borromeo, y en Francia en la escuela sacerdotal francesa
del siglo XVII. Pero su obra quedó, en parte, en la tiniebla en su aportación
más profunda a la vida evangélica precisamente para el clero diocesano y la
vida de perfección cristiana en las estructuras de todo el pueblo de Dios.
Muerte de Juan de Ávila.
La estancia definitiva en Montilla fue especialmente fructífera. Dejó
una huella imborrable en los sacerdotes de la ciudad. En una de sus últimas
celebraciones de la misa le hablo un hermoso crucifijo que él veneraba:
“perdonados te son tus pecados”.
Pero la enfermedad iba pudiendo más que su voluntad. A principio de
mayo de 1569 empeoró gravemente. En medio de fuertes dolores se le oía rezar:
“Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer
por vos”. Pero en otras ocasiones podía la debilidad: “¡Ah, Señor, que no
puedo!”. Una noche, cuando no podía resistir más, pidió al Señor le alejara el
dolor, como así se hizo en efecto; por la mañana, confundido, dijo a los suyos:
“¡Qué bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!”.
Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que
testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le
dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos. Quiso que se
celebrara la misa de resurrección en aquellos momentos en que se encontraba tan
mal. Manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los
jesuitas, pues a los que tanto había querido en vida, quiso dejarles su cuerpo
en muerte. Quiso recibir la
Unción con plena conciencia. Invocó a la Virgen con el Recordare,
Virgo Mater... Y una de sus
últimas palabras mirando el crucifijo, fue “ya no tengo pena de este negocio”.
Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de
Ávila, se puso a llorar y, preguntándole la causa, dijo: “Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran
columna”.
La persona, los escritos, la obra y los discípulos de Juan de Ávila
influirán en los siglos posteriores. Hemos visto los santos y autores que
estuvieron relacionados más o menos con san Juan de Ávila; casi todos ellos
influenciados por sus escritos, por su persona o por su obra. Se suelen
encontrar, además, vestigios de influencia místico-poética en san Juan de la Cruz y en Lope de Vega. San
Francisco de Sales y san Alfonso Mª de Ligorio citan frecuentemente a san Juan
de Ávila. Y san Antonio Mª Claret reconocía el bien que le hicieron los
escritos de san Juan de Ávila como predicador. Su influencia es notoria en la
escuela francesa de espiritualidad sacerdotal, en cuyos escritos y doctrina se
inspiraron.
En 1588, Fr. Luis de Granada, recogiendo algunos escritos enviados por
los discípulos y recordando su propia convivencia con san Juan de Ávila,
escribió la primera biografía. En 1623, la Congregación de san
Pedro Apóstol, de sacerdotes naturales de Madrid, inicia la causa de
beatificación. En 1635, el Licdo. Luis Muñoz escribe la segunda biografía de
Juan de Ávila, basándose en la de Fr. Luis, en los documentos del proceso de
beatificación y en algunos documentos que se han perdido. El día 4 de abril de
1894, León XIII beatifica al Maestro Ávila. Pío XII, el 2 de
julio de 1946 lo declara Patrono del clero secular español. Pero
el maestro de santos tendrá que esperar hasta el año 1970 para ser canonizado por
el Papa Pablo VI.
La iglesia de la
Compañía de Montilla, donde descansan sus restos, y la
pequeña casa donde vivió sus últimos años san Juan de Ávila, son centros de
continuo peregrinar de obispos, sacerdotes y fieles de toda España.
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