Una sola Iglesia(Sobre la unidad de la Iglesia Católica, 4-6)
I/UNA: Habló el Señor a Pedro de esta manera: Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno nada podrán contra Ella. Y te daré a ti las llaves del reino de los cielos, y lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares sobre la tierra será también desatado en el cielo (Mt 16, 18-19). Otra vez, después de resucitado, le dijo: apacienta mis ovejas (Jn 21, 47). Edifica su Iglesia sobre uno solo y le ordena apacentar a sus ovejas. Y aunque después de resucitar otorga el mismo poder a todos los Apóstoles, cuando les dice: como el Padre me envió, así os envío Yo a vosotros; recibid el Espíritu Santo, y a quien perdonareis los pecados, le serán perdonados; mas a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20, 21-23); sin embargo, para manifestar la unidad estableció una sola cátedra, y con su autoridad decidió que el origen de la unidad estuviese en uno solo.
Cierto que los demás Apóstoles eran lo mismo que Pedro, y estaban dotados—como él—de la misma dignidad y poder; pero el principio nace de la unidad, y se le otorga el primado a Pedro para manifestar que es una la Iglesia y una la cátedra de Jesucristo. También son todos pastores y, a la vez, uno solo es el rebaño, que debe ser apacentado por todos los Apóstoles de común acuerdo, para mostrar que es única la Iglesia de Cristo.
Esta unidad de la Iglesia está prefigurada por la persona de Cristo en el Cantar de los Cantares, cuando el Espíritu Santo dice: una sola es mi paloma, mi hermosa, única es para su madre, la elegida de ella (Cant 6, 8). Quien no guarda esta unidad de la Iglesia, ¿piensa acaso que conserva la fe? Quien resiste obstinadamente a la Iglesia, quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está cimentada la Iglesia, ¿puede confiar que se halla en la Iglesia? El santo Apóstol Pablo enseña esto mismo y declara el misterio de la unidad con estas palabras: un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza de vuestra vocación, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios (Ef 4, 4-6).
Debemos mantener y defender con toda energía esta unidad, especialmente los obispos, que hemos sido puestos al frente de la Iglesia, para probar que el mismo episcopado es uno e indivisible. Nadie engañe con mentiras a los hermanos, nadie corrompa la pureza de la fe con una pérfida prevaricación. Como el episcopado es único, y cada uno participa de él por entero, así es única la Iglesia, que se extiende sobre muchos por el crecimiento de su fecundidad. Muchos son los rayos del sol, pero una sola es la luz; muchas son las ramas del árbol, pero uno solo es el tronco clavado en la tierra con fuerte raíz; y cuando de un solo manantial fluyen muchos arroyos, aunque aparezcan muchas corrientes desparramadas por la abundancia de las aguas, con todo una sola es la fuente en su origen. Si separas un rayo de la masa del sol, no subsiste la luz a causa de la separación; si cortas la rama del árbol, no podrá germinar la rama cortada; si atajas el arroyo aislándolo de la fuente, se secará. Del mismo modo la Iglesia del Señor esparce sus rayos, difundiendo la luz por todo el mundo; y esa luz que se esparce por todas partes es, sin embargo, una, y no se divide la unidad de su masa. Extiende sus ramos frondosamente por toda la tierra, y sus arroyos fluyen con abundancia en todas direcciones. Con todo, uno solo es el principio y la fuente, y una sola la madre exuberante de fecundidad. De su seno nacemos, con su leche nos alimentamos, de su espíritu vivimos.
La Esposa de Cristo no puede ser adúltera, pues es incorruptible y pura. Sólo una casa conoce, guarda la inviolabilidad de un solo tálamo con pudor casto. Ella nos conserva para Dios y destina para el reino a los hijos que ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de sus promesas y no conseguirá las recompensas de Cristo. El que abandona la Iglesia de Cristo es un extraño, un profano, un enemigo. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre.
Si alguien pudo salvarse fuera del arca de Noé, entonces lo podrá también quien estuviere fuera de la Iglesia. Nos lo advierte el Señor cuando dice: el que no está conmigo, está contra mi; y el que no recoge conmigo, desparrama (Jn 10, 30). Quien rompe la paz y la concordia de Cristo está contra Cristo. Quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo. Dice el Señor: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10, 30); y también está escrito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: estos tres son una sola cosa (I Jn 5, 8). ¿Y piensa alguno que esta unidad que procede del poder de Dios, que se halla firmemente asegurada por los misterios celestiales, puede romperse en la Iglesia y escindirse por la discusión y el choque de voluntades? Quien no mantiene esta unidad, no cumple la ley de Dios, no guarda la fe en el Padre y en el Hijo, no obtiene la vida y la salvación.
Fuente: San Cipriano de Cartago (Siglo III)
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