La predicación vale, pero lo que arrastra a la gente, lo que realmente convence, no es el oír palabras más o menos bonitas. Me refiero a la religión y al cristianismo en concreto. Yo cuando conozco que Cáritas está ayudando a tanta gente en nuestros días, eso me vale por cincuenta predicaciones de palabras, y por 100 reuniones de personas para estudiar doctrina. Porque la doctrina de Cristo en el fondo no es complicada. Está basada en dos principios fundamentales, y está muy bien complementada con otras enseñanzas, que quedaron establecidas por ejemplo en el sermón de la montaña.
A mi me sirve de poco el estudio de las cosas de la religión si no se convierte en obras concretas. Me vale poco la apariencia de bondad y de piedad, si luego damos la espalda al que lo necesita, o le añadimos un problema, en vez de ayudarlo a sanar, como enseñó Cristo. Tenemos tendencia a ver en en el otro un problema (el que sea), pero no alcanzamos a darnos cuenta de que a lo mejor el problema que tiene el de al lado se lo hemos ayudado a crear nosotros con nuestra actitud errónea. Sómos muy rápidos a darle posibles soluciones, pero incapaces de ayudarle más allá de las palabras. Es el Evangelio sin poder. Es la Palabra sin signos. Es la letra muerta.
En estos momentos de mi vida, dudo de muchos sistemas y modos que no conectan con la gente. Dudo de las simples palabras si estas no van acompañadas de signos concretos. La Palabra tiene que tener el poder de transformar, y cuando no lo hace es por algo. Tal vez estamos confundiendo el Evangelio con la poesía, y el ayudar al hermano con tranquilizar la conciencia con actos piadosos y rutinarios. Y muchas veces estos modos y sistemas no conectan porque no son coherentes. Queremos al joven en la Iglesia, pero cuando acuden a veces se les relega, no se los tiene en cuenta, no se los apoyan suficientemente. El egoísmo impera. Dudamos de quien pide ayuda, alejamos a quien deberíamos ayudar más, no somos como debemos ser.
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