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2 de septiembre de 2012

HOMILIA DEL TERCER DIA DE LA NOVENA DE SANTA MARIA DE LA VICTORIA

Día 3: María, mujer de esperanza

Urge rescatar y cuidar la virtud teologal de la esperanza para sobrevivir en esta jungla en la que han erigido los primeros años del siglo XXI. Una esperanza que trascienda las formas establecidas y genere progreso y cambio. 
 
Esperanza es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras fe y esperanza parecen intercambiables. Qué necesario y urgente es cuidar estas virtudes teologales. Y transmitirlas para que la gente viva feliz, alegre. Para generar un verdadero estado de bienestar. Si Dios existe no puedes hacer otra cosa que no sea vivir para él.  Cuando se pregunta a determinadas personas si creen en Dios, hay quien responde “algo debe existir”.   La fe cristiana está convencida de que alguien existe.  No algo.  Dios no es una mera energía.  Dios no es una fuerza cósmica impersonal.   Dios es alguien que te ama, que te quiere, que te desea, que tiene las extravagancias de un amante.  Ese Dios que te ama por lo que eres, no por lo que tienes: dinero, relaciones sociales, coches o prestigio; ese Dios es el mismo que eligió a Santa María de la Victoria para ser su Madre.
Pablo de Tarso recordará a los efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo ni esperanza ni Dios. ¿Te das cuenta que es lo que está pasando también ahora?  Se está dando una apostasía silenciosa. Es una vieja historia.  Se va dando un ir renegando de Dios. Un ir silenciando a Dios.  Un ir desplazando a Dios de la vida pública.   Hay quien toma el nombre de Dios en vano, cuando su nombre es pisoteado,  ninguneado, desplazado de la plaza pública sin incidencia social. La fe cristiana será significativa para la sociedad si los cristianos la transmitimos a pesar de los dioses que nos rodean: dinero, sexo, poder…
Es lógico que quienes viven sin Dios se hallen en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío: el que no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones sólo puede ser Dios.  De forma que se mire al futuro sin angustia, con coraje. El Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo. Eso es lo que tienes que mostrar como si de un grito de júbilo se tratase al modo de María que proclamó la grandeza de Dios porque derribó del trono a los poderosos, ensalzó a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacios.
Los motivos de nuestra esperanza serán convincentes cuando mostremos el rostro de Dios en público, sin complejos. Cuando mostremos sin complejos una nueva cultura que promueva la esperanza, la ternura, la fidelidad y el señorío de Dios.  Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente vida.  Y descubre que hay que aprender a regalar alegría a otras personas.El drama es que hay quien no se ha sentido jamás amado en su vida.  O quien erró el camino del amor saltando de lecho en lecho. O comprando con dinero o prestigio los afectos. Quien ha experimentado el amor de verdad empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza.  El ser humano necesita un amor sin condiciones, incondicional.  Esto es lo que experimentó María de Nazaret.  Por eso Santa María de la Victoria es maestra que nos enseña a vivir la virtud de la esperanza.
No podemos permitirnos el lujo de afligirnos como los hombres sin esperanza.  María es una mujer de nuestra raza de la que puedes aprender.  La esperanza no fue un mero episodio en su vida ante momentos difíciles sino un signo de vida que la identificó en todo momento. Si contemplamos la figura de Santa María de la Victoria de la que celebramos el 525 aniversario de su llegada a Málaga podemos decir con el poeta: “El corazón alerta sí me sirve, me sirve tu mirada que es generosa y firme. Y tu silencio franco. Me sirve la medida de tu vida, me sirve tu futuro, me sirve tu batalla sin medalla.”
El recordado y querido Pepe Atencia afirmaba con orgullo de hijo que la Virgen de la Victoria es de Málaga. Estamos llamados a vivir el cielo en la tierra aquí en nuestra diócesis como lo hizo Santa María de la Victoria desde la contemplación de lo que ocurría a su alrededor.   Ella está entre nosotros.  Es nuestra.  La queremos como hijos y nos quiere como Madre. Digamos en voz alta que el ser humano tiene futuro porque Dios existe. Y porque la Santísima Virgen está junto a ti en la ciudad del paraíso y en esta diócesis que aúna dos continentes.
La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas, las verdaderas antorchas para nuestra vida son las personas que han sabido vivir según Dios. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que  ofrezcan orientación para nuestra travesía. Y quién mejor que Santa María de la Victoria, para ser para nosotros estrella de esperanza. Ella con su sí albergó al Dios fundamento de la esperanza y que tiene rostro humano:Ella fue morada de Dios cuyo cuerpo lavó  tantas veces, ella fue regazo del Hijo con el que se quedaba extasiada mirándole, ella fue templo de Dios de diminutas manos con apenas meses: ella las vio buscando su pecho, enredando en su pelo, las besó, las mordisqueó.  Esas manos  tendidas para acariciar el rostro de la Madre serían las mismas que serían trituradas en el madero de la cruz.  ¿Aún no te has dado cuenta? ¿Aún no lo has visto?  Santa María de la Victoria lleva en su regazo a su hijo como también nos lleva a nosotros.  Para que puedas mamar la esperanza, para que podamos alimentarnos de la fe en su Hijo, para que te sientas impulsado a vivir la caridad.
Oh Virgen de la Victoria, Madre y abogada nuestra, rogad por nos, rogad por nos, rogad por nos.
 

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