Día 6: María, madre junto a la cruz
Con frecuencia nuestra sociedad huye del
sufrimiento como de la peste. Hasta el punto de que cuando el
sufrimiento parece emerger en el horizonte hay quien pretende legislar
para evitar que el niño que va a nacer sufra, que el anciano sufra, que
el ser humano sufra.
Detrás de este deseo de arrinconar hasta hacer desaparecer el
sufrimiento puede haber un legítimo deseo de felicidad y bienestar que
nos ha hecho avanzar y mejorar. También puede haber otros intereses
menos limpios, más oscuros, manchados por determinadas políticas de
mercado.
El sufrimiento es compañero de viaje en la vida. Y pretender que desaparezca aparte de ser tarea inútil nos conduce a la deshumanización. ¿Dónde podemos encontrar luz para sobrellevar el sufrimiento? ¿Dónde está Dios cuando emerge el sufrimiento en la vida? ¿Dios es sádico? ¿Dios calla? ¿Dios está ausente? Dios está en el mismo sufrimiento. Por la fe sabemos que en Dios somos, nos movemos y existimos. Por tanto, nada es ajeno al amor de Dios. Cuando un niño sufre, cuando un enfermo sufre, cuando un padre o una madre sufre Dios está con él. Codo con codo. Pero necesitamos saberlo, descubrirlo, experimentarlo. Y para eso hace falta fe. Santa María de la Victoria experimentó el sufrimiento en su vida. Basta echar una ojeada a su biografía. Se queda embarazada, desposada con José, sin tener relaciones sexuales con un hombre ¿qué pensarían sus padres, que pensaría José, que pensarían sus vecinos? Pero más allá de la incertidumbre que el imprevisto embarazo pudiese despertar en su interior, a poco que nos adentremos en su biografía descubrimos que María emigró a Egipto con su familia; es emigrante. María perdió a sus padres; es huérfana. María perdió a su esposo; es viuda. María vio como su único hijo era incomprendido, despreciado, acosado. Hasta el punto que es asesinado. María perdió a su único Hijo. ¿Cómo afrontó esta mujer tanta pena, tanto sufrimiento, tanta incomprensión en su vida? La respuesta la encontramos en el sentido transcendente con y en el que vivió.
Ser inmigrante es duro. Haber sido repudiada, lo hubiera sido más aún. Ser viuda y tirar adelante con la educación de Jesús era difícil. Pero ver morir a su hijo es desgarrador para una madre. El lugar por excelencia del sufrimiento materno es el Calvario. Y el lugar donde podemos encontrar respuesta al sufrimiento humano. Miremos con los ojos de la fe y busquemos el encuentro de Cristo y Santa María de la Victoria. Oigamos sus palabras, contemplemos sus gestos, metámonos en sus sentimientos, vivamos su entrega y su ilimitada confianza. Lo que se vivió en el Calvario en aquella mañana y tarde de aquel dramático viernes no es algo pasado, ni simple recuerdo de lo que aconteciera hace tiempo. Es memoria, actualización vida, presencia.
Mirad y ved si puede haber dolor más inmenso que el dolor de la Madre. Cuanto más se bajaba la cabeza del Hijo, más se elevaba la de la Madre. Cuanto más se cerraban los ojos del Hijo, más se abrían los de la Madre. Cuanto más se hundía el cuerpo del Hijo, más se erguía el de la Madre y elevaba los brazos para que el cuerpo muerto del Hijo cayera sobre el vivo amor de su Madre. María es la Madre más Dolorosa y paradójicamente la Mujer más glorificada y victoriosa. Su Hijo asesinado vuelve a la vida en la mañana del domingo.
Trasciende este puñado de horas que nos ha tocado vivir en esta bendita tierra. Barrena el aparente sinsentido del dolor. Descubre una nueva manera de vivir. Malo es morir de sed, pero peor morir teniendo el agua tan cerca. Cristo vivo se pone a tu lado. Pasa delante de tus ojos. Se sienta junto a la cama del enfermo. Del agonizante. Se sienta junto a ti postrado en el banco de la paciencia.
Contempla la imagen de Santa María de la Victoria porque no es un mero icono que se procesiona con devoción por las calles de nuestra Málaga y por su barrio victoriano sino respuesta y sentido al sufrimiento que ahoga la vida de tantos malagueños y melillenses. Sé devoto de la Virgen de la Victoria para transmitir a los demás sentido a la vida. Para llevar a quien sufre alivio y consuelo. Si eres hijo de tal Madre sabrás hacerlo, contempla, reza, lucha, confía y actúa.
El sufrimiento es compañero de viaje en la vida. Y pretender que desaparezca aparte de ser tarea inútil nos conduce a la deshumanización. ¿Dónde podemos encontrar luz para sobrellevar el sufrimiento? ¿Dónde está Dios cuando emerge el sufrimiento en la vida? ¿Dios es sádico? ¿Dios calla? ¿Dios está ausente? Dios está en el mismo sufrimiento. Por la fe sabemos que en Dios somos, nos movemos y existimos. Por tanto, nada es ajeno al amor de Dios. Cuando un niño sufre, cuando un enfermo sufre, cuando un padre o una madre sufre Dios está con él. Codo con codo. Pero necesitamos saberlo, descubrirlo, experimentarlo. Y para eso hace falta fe. Santa María de la Victoria experimentó el sufrimiento en su vida. Basta echar una ojeada a su biografía. Se queda embarazada, desposada con José, sin tener relaciones sexuales con un hombre ¿qué pensarían sus padres, que pensaría José, que pensarían sus vecinos? Pero más allá de la incertidumbre que el imprevisto embarazo pudiese despertar en su interior, a poco que nos adentremos en su biografía descubrimos que María emigró a Egipto con su familia; es emigrante. María perdió a sus padres; es huérfana. María perdió a su esposo; es viuda. María vio como su único hijo era incomprendido, despreciado, acosado. Hasta el punto que es asesinado. María perdió a su único Hijo. ¿Cómo afrontó esta mujer tanta pena, tanto sufrimiento, tanta incomprensión en su vida? La respuesta la encontramos en el sentido transcendente con y en el que vivió.
Ser inmigrante es duro. Haber sido repudiada, lo hubiera sido más aún. Ser viuda y tirar adelante con la educación de Jesús era difícil. Pero ver morir a su hijo es desgarrador para una madre. El lugar por excelencia del sufrimiento materno es el Calvario. Y el lugar donde podemos encontrar respuesta al sufrimiento humano. Miremos con los ojos de la fe y busquemos el encuentro de Cristo y Santa María de la Victoria. Oigamos sus palabras, contemplemos sus gestos, metámonos en sus sentimientos, vivamos su entrega y su ilimitada confianza. Lo que se vivió en el Calvario en aquella mañana y tarde de aquel dramático viernes no es algo pasado, ni simple recuerdo de lo que aconteciera hace tiempo. Es memoria, actualización vida, presencia.
Mirad y ved si puede haber dolor más inmenso que el dolor de la Madre. Cuanto más se bajaba la cabeza del Hijo, más se elevaba la de la Madre. Cuanto más se cerraban los ojos del Hijo, más se abrían los de la Madre. Cuanto más se hundía el cuerpo del Hijo, más se erguía el de la Madre y elevaba los brazos para que el cuerpo muerto del Hijo cayera sobre el vivo amor de su Madre. María es la Madre más Dolorosa y paradójicamente la Mujer más glorificada y victoriosa. Su Hijo asesinado vuelve a la vida en la mañana del domingo.
Trasciende este puñado de horas que nos ha tocado vivir en esta bendita tierra. Barrena el aparente sinsentido del dolor. Descubre una nueva manera de vivir. Malo es morir de sed, pero peor morir teniendo el agua tan cerca. Cristo vivo se pone a tu lado. Pasa delante de tus ojos. Se sienta junto a la cama del enfermo. Del agonizante. Se sienta junto a ti postrado en el banco de la paciencia.
Contempla la imagen de Santa María de la Victoria porque no es un mero icono que se procesiona con devoción por las calles de nuestra Málaga y por su barrio victoriano sino respuesta y sentido al sufrimiento que ahoga la vida de tantos malagueños y melillenses. Sé devoto de la Virgen de la Victoria para transmitir a los demás sentido a la vida. Para llevar a quien sufre alivio y consuelo. Si eres hijo de tal Madre sabrás hacerlo, contempla, reza, lucha, confía y actúa.
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